María Cristina Rosas
El 28 de julio de 1914 estalló la primera guerra mundial. Han transcurrido 100 años desde ese dramático evento al que es necesario mirar en retrospectiva, no sólo en un ejercicio conmemorativo, sino porque muchas de las contradicciones que dieron lugar a esta contienda siguen existiendo en el mundo de hoy, a 100 años de distancia.
La primera guerra mundial fue, en esencia, un conflicto europeo. El mundo, en esos tiempos, se caracterizaba por la existencia de numerosos territorios dominados por las potencias europeas. La Gran Bretaña, por ejemplo, contaba con un imperio cuya extensión equivalía a la sexta parte del planeta y el acceso a dicho imperio era codiciado por otras naciones. Alemania, que había emergido a finales del siglo XIX como una gran potencia, deseaba extender sus dominios más allá de los enclaves coloniales que poseía en África y el Pacífico sur. Francia, donde el nacionalismo se venía exacerbando tras la guerra Franco-Prusiana, y que había perdido además Alsacia y Lorena a manos de los germanos, buscaba la revancha. Rusia, un imperio decadente, entendía la importancia de contener las ambiciones de otras potencias europeas, salvaguardando su supervivencia en medio de una terrible crisis económica, política y social que enfrentaba, a nivel interno, el régimen zarista. El Imperio Otomano, también en franca decadencia, había perdido territorios en los Balcanes que deseaban controlar las potencias europeas. Japón, quien había emergido como un gran poder tras la guerra Ruso-Japonesa de 1904-1905 mostraba deseos expansionistas, máxime considerando la demografía del país y la pequeñez de su territorio. Estados Unidos, ya en condición de gran potencia tras la guerra Hispano-Americana de 1898, observada las tensiones imperantes en Europa, buscando la manera de tomar ventaja de las mismas. Así, la mesa estaba puesta para un gran conflicto armado.
El pretexto para el inicio de la guerra fue el asesinado del archiduque Francisco Fernando de Austria y de su esposa Sofía Chotek en Sarajevo, el 28 de junio de 1914. Este hecho fue muy relevante, dado que el archiduque era el heredero de la corona del Imperio Austro-Húngaro. Su asesino, un joven serbio, dejaba entrever los diversos intereses en juego. Serbia buscaba la unificación con Bosnia, algo a lo que Austria-Hungría y Alemania se oponían. Así, el Imperio Austro-Húngaro, con el apoyo germano, declaró la guerra a Serbia. Ésta, a su vez, era apoyada por Rusia. En consecuencia, Alemania declaró la guerra al Imperio Ruso. Mientras tanto, dado que desde 1894 había una alianza franco-rusa, Francia empezó a movilizar sus tropas hacia la frontera con Alemania. Acto seguido, ésta declaró la guerra a los franceses. Asimismo, ante el avance de las tropas germanas sobre Bélgica, el Reino Unido declaró la guerra a Alemania.
Los participantes estimaban que el conflicto tendría una duración corta. Sin embargo no fue así. Había muchas cuentas pendientes que cada contendiente quería saldar. A lo largo de cuatro años se libraron cruentos combates en diversos frentes. Gran Bretaña incluso echó mano de sus colonias desde donde extrajo combatientes que pelearon en su representación. De hecho eso fue lo que llevó a que en la guerra hubiera 70 naciones beligerantes, si bien gran parte de ellas no eran Estados libres y soberanos. Sólo una veintena de países se mantuvieron neutrales, la mayoría en el continente americano. Cuando comenzó la contienda, las principales potencias movilizaron hacia el frente a unos 20 millones de combatientes, la mayor parte de los cuales morirían o resultarían heridos. Más de 8 millones fueron emplazados en Francia, 13 millones en Alemania, 9 millones en Austria-Hungría, 9 millones en Gran Bretaña y en el imperio británico, 18 millones en Rusia, seis millones en Italia, cuatro millones en Estados Unidos. Dos millones de soldados fueron reclutados en el imperio británico, sobre todo en India, Canadá, Australia y Nueva Zelanda –la participación de estos dos últimos países se conoce como la de los ANZACS. Francia hizo lo mismo con sus dominios en África.
Los costos materiales y humanos de la contienda dan cuenta de su magnitud: tras 50 meses de combates, las principales potencias involucradas –Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Rusia, Italia, Alemania y Austria-Hungría- gastaron, aproximadamente, 180 mil millones de dólares de aquellos años. 10 millones de personas perdieron la vida y otros 20 millones resultaron heridas y mutiladas, en parte debido a los nuevos sistemas de armamento que “industrializaron” la guerra. Así, Francia registró cerca de 1. 4 millones de muertos y 4. 2 millones de heridos, Alemania 2 millones de muertos y 4. 2 millones de heridos, Austria-Hungría 1. 4 millones de muertos y 3. 6 millones de heridos, Rusia 2 millones de muertos y 5 millones de heridos, Gran Bretaña y su imperio 960 mil muertos y 2 millones de heridos, Italia 600 mil muertos y un millón de heridos, el Imperio Otomano 800 mil muertos. Proporcionalmente, fue el pequeño ejército serbio el que salió peor parado: 130 mil muertos más 135 mil heridos, esto es, tres cuartas partes de sus efectivos. Las recordadas batallas de Verdún y del Somme (Francia) en 1916, provocaron respectivamente 770 mil y un millón 200 mil bajas -muertos, heridos y desaparecidos- de ambos lados. El inicio de la guerra fue devastador: 27 mil soldados franceses perdieron la vida el 22 de agosto de 1914, la jornada más sangrienta en toda la historia del ejército francés. El 70 por ciento de los muertos y heridos cayeron por obra de los disparos de artillería, y de 5 a 6 millones de seres humanos fueron mutilados. Diversas armas químicas utilizadas por primera vez en una contienda de esta naturaleza en 1915, victimaron a miles de personas.
La primera guerra mundial también será recordada por la enorme cantidad de refugiados y desplazados que produjo. Se estima que 10 millones de personas, sobre todo en Rusia, Serbia, Francia, Alemania, Bélgica y Armenia, debieron abandonar sus hogares para sobrevivir.
Esa contienda también fue el escenario del primer gran genocidio del siglo XX. En medio de un nacionalismo exacerbado, los jóvenes turcos aspiraban a crear un país homogéneo, para lo cual determinaron exterminar a la comunidad armenia que residía en el declinante Imperio Otomano. Como se explicaba, la primera guerra mundial exacerbó los nacionalismos y ello dio la oportunidad a los jóvenes turcos de emprender una limpieza étnica. Con la guerra, el “problema armenio” pasó a un primer plano. En enero de 1915 el ejército turco sufrió una gran derrota en el Cáucaso, en Sarikamis (38 mil muertos) y entonces su alto mando temió que una gran revuelta armenia aislara a las tropas del lugar. Este levantamiento se produjo en abril, cuando los rebeldes armenios tomaron la ciudad de Van. Así las cosas, el día 24 de enero el jefe del estado mayor otomano emitió una iniciativa estipulando que la población armenia debía reducirse a un 10 por ciento en diversas zonas. Así, diversos líderes armenios fueron arrestados, torturados y ejecutados. Otros más fueron deportados a distintas regiones del Medio Oriente, donde murieron por la violencia ejercida contra ellos –para despojarlos de sus pertinencias- o bien, víctimas de enfermedades. La población armenia en el Imperio Otomano que se estima que en 1912 era de más de dos millones de habitantes se redujo, hacia 1927 a apenas, 27 mil.
Otro hecho a destacar fue la Revolución Rusa, la cual se venía gestando desde principios de siglo. Los bolcheviques liderados por Lenin, promovieron un cambio político en un país donde la mayor parte de la población era campesina y si bien la servidumbre había sido abolida años atrás, sus condiciones de vida eran lastimosas. El zarismo echaba mano de los campesinos, pobremente vestidos y equipados, para enfrentar a las tropas alemanas y las víctimas fatales no dejaban de crecer. El reclutamiento era forzoso para ir al frente: miles de jóvenes campesinos, a través de la leva, fueron llevados a la muerte de manera humillante. Se cuenta incluso, que a falta de armas para cada soldado ruso, unos esperaban a que mataran a sus compañeros para tomar sus rifles y defenderse. El pueblo ruso, cansado de tantos años de guerra y privaciones, se volcó a favor del cambio que los bolcheviques prometían. Así aunque el Imperio Ruso participó en la primera guerra mundial como un país semi-capitalista, emergió al término de la contienda como un país socialista.
Al finalizar la guerra surgió la Sociedad de las Naciones, inspirada en ideas pacifistas y que ciertamente tuvo algunos logros, por ejemplo, para combatir las epidemias y el tráfico de drogas, defender los derechos de los trabajadores, atender a los refugiados, mediar en diversos conflictos que se fueron presentando a lo largo de las décadas de los años 20 y 30, etcétera. Inspirada en ideas pacifistas, la Sociedad de las Naciones aspiraba a prohibir la guerra.
Sin embargo, los acuerdos de paz celebrados entre los vencedores y los vencidos, establecieron condiciones excesivamente onerosas para los segundos y sentaron las bases para una sangrienta revancha, alimentada además, por la gran depresión capitalista que llevó caos y miseria a todos los rincones del planeta. La Sociedad de las Naciones poco pudo hacer y la segunda guerra mundial fue más larga, más destructiva y fue verdaderamente una contienda universal.
¿Qué tanto ha cambiado el mundo a 100 años? Si bien no ha vuelto a ocurrir otra guerra mundial, el planeta vive grandes tensiones de manera permanente con conflictos de alta, mediana y baja intensidad en todas las latitudes. La Organización de las Naciones Unidas (ONU), surgida de la experiencia de la Sociedad de las Naciones, no proscribió la guerra y si bien ha amortiguado las tensiones imperantes, está hoy, a casi 70 años de vida, lejos de promover la paz y la seguridad internacionales. Lo que es más: el siglo XX terminó como empezó. En 1994, un millón de ruandeses murieron víctimas de genocidio ante la incredulidad y el desinterés de la comunidad internacional. Diversos problemas como las hambrunas, el deterioro ambiental, las epidemias, los refugiados y desplazados internos, el empleo de armas de destrucción en masa, la crisis económica y la rivalidad entre las potencias subsisten al día de hoy, sin que se vislumbre una solución satisfactoria ni duradera. Todo parece indicar que el mundo no ha aprendido nada de esos desafortunados acontecimientos que hace 100 años convulsionaron a la humanidad. Por eso es importante recordar lo sucedido, si no por otra razón, porque, como quien no conoce la historia está condenado a repetirla.
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