El 15 de agosto de 1914 fue inaugurado el Canal de Panamá. Han transcurrido 100 años desde que esa magna obra posibilitó reducir los tiempos (y la complejidad) de la navegación interoceánica. Hoy se habla de opciones al Canal de Panamá, sea por el deshielo de los casquetes polares (en especial en el Polo Norte), sea porque se plantea edificar sistemas de transporte multimodal (por ejemplo en el Istmo de Tehuantepec) para satisfacer las necesidades comerciales del siglo XXI, sea también porque, de producirse un conflicto armado de grandes proporciones, los estrechos y canales (sean éstos últimos naturales o artificiales), revisten una importancia capital.

Así, un canal interoceánico no sólo tiene relevancia comercial, sino, especialmente, estratégica. Su construcción plantea, como se observa en el caso panameño, aspectos soberanos muy sensibles. Se recordará que lo que hoy se conoce como Panamá, formaba parte de Colombia y que el movimiento separatista panameño fue apoyado con 11 buques e infantes de marina estadunidenses, quienes desembarcaron en Colón y obligaron a las tropas colombianas al repliegue. La independencia de Panamá fue proclamada el 3 de noviembre de 1903 y 15 días después se firmó el tristemente célebre Tratado Hay-Bunau Varilla, el cual establecía la tutela estadounidense sobre Panamá, y permitió que se adjudicara una franja de 10 millas de ancho sobre el cual pasaría el Canal de Panamá y que fue llamado Zona del Canal de Panamá, en beneficio de Washington.

La construcción del canal ya había sido vislumbrada con anterioridad. En los tiempos de la Colonia, el rey Carlos V de España comisionó un estudio para su edificación. Transcurrieron tres siglos antes de que los franceses, de la mano de Ferdinand de Lesseps en 1880 (tras la apertura del Canal de Suez en 1869) planearan la construcción de un nuevo canal interoceánico en América Central. La tarea, sin embargo, no fue sencilla. Era necesario resolver diversos problemas políticos, de ingeniería y sanitarios. Los franceses efectivamente echaron a andar el proyecto, pero no lograron superar diversos incidentes por lo que en 1889 decidieron suspender la construcción, lo que llevó a que Lesseps fuera duramente criticado por la sociedad de su país, amén de que los recursos invertidos dieron lugar a un enorme escándalo financiero en el país europeo.

La construcción de un canal interoceánico en América confrontó ciertamente a las potencias de la época, las que sabían que, de concretarse la iniciativa, les proporcionaría enormes ventajas respecto al resto de las naciones, tanto en tiempos de paz como de guerra.

El lector seguramente recuerda que Estados Unidos deseaba construir un canal interoceánico en México y también hubo planes para hacerlo en Nicaragua. Cuando Francia no pudo seguir adelante con el proyecto en la zona panameña, Estados Unidos tomó la iniciativa. Cabe destacar que la construcción de canales como el de Suez o el de Panamá requirieron un enorme sacrificio humano. En la construcción del Canal de Suez, por ejemplo, se cuenta que se reclutó por la fuerza a trabajadores egipcios por miles, y se estima que unos 125 mil perecieron como resultado de las condiciones en que debían laborar. En el caso del Canal de Panamá dos enfermedades, la malaria y la fiebre amarilla, eran incontrolables y diezmaron la salud de propios y extraños en el área.

Estados Unidos al tanto de que la malaria y la fiebre amarilla eran un obstáculo mayúsculo para llevar a buen éxito la iniciativa, dispuso el nacimiento, en 1902, de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que es el organismo internacional más antiguo centrado en el tema de la salud y donde se buscaba debatir y generar propuestas para hacer frente a los serios problemas sanitarios que enfrentaba el continente.

Simultáneamente, mientras se recibían las noticias de los cientos de personas que enfermaban y morían por estas enfermedades en el área, Washington envió a la zona a un médico militar, el coronel William Crawford Gorgas, especializado en enfermedades tropicales. Gorgas llegó a Panamá y se dio cuenta de que era necesario mejorar el saneamiento en la zona, además de combatir al mosquito que era el vector responsable de transmitir las enfermedades. El propio Gorgas enfermó de malaria en el área, pero para 1906, cuando Teodoro Roosevelt viajó a Panamá, ambas enfermedades ya habían sido controladas.

Como se explicaba, el 15 de agosto de 1914 el Canal fue inaugurado y su administración recayó en Estados Unidos, no sin controversia. En 1977, la Unión Americana y Panamá acordaron la creación de una asociación para la administración, operación y mantenimiento del Canal de Panamá. Para ello se firmaron los célebres tratados Torrijos-Carter, que establecían que el canal sería  operado hasta el final del siglo XX, momento en que sería entregado a los panameños. Los tratados fueron aprobados en Panamá en un plebiscito el 23 de octubre de 1977 y el Senado de los Estados Unidos dio su consentimiento para su ratificación en marzo y abril de 1978. Los nuevos tratados entraron en vigor el primero de octubre de 1979. En 1999 se dio la transferencia acordada en dichos tratados, en beneficio del país centroamericano.

Desde entonces existe un renovado interés por desarrollar nuevas obras de infraestructura interoceánicas, sea en México o, inclusive, en el Ártico, aprovechando la dramática disminución que ha experimentado en fechas recientes el casquete polar. La República Popular China, quien maneja volúmenes de comercio exorbitantes a nivel mundial, es de los más interesados en que se establezcan nuevas rutas seguras que le permitan ahorrar tiempo y dinero. Así, el debate continúa y se trata de un tema de la mayor importancia para México, puesto que el Istmo de Tehuantepec nuevamente figura en la mira.