Estado, política y violencia
Las ventajas de una recta organización pública se han de reflejar en el bienestar de los particulares.
Luis Izaga
Alejandro Zapata Perogordo
Por obvio que parezca, nos encontramos como país en una situación de crisis pese al diálogo político y reformador al inicio de la actual administración, lo cual supuso abría la puerta del entendimiento, sugería la modernización democrática y encontraba cauces comunes en la construcción del Estado de derecho, que suponía una nueva época.
Sin embargo, en los hechos el contraste es abrumador, pues lejos de acercarnos a los objetivos propuestos a través del quehacer político, actividad que posibilita de manera pacífica realizar profundos cambios, hemos padecido permanentes violaciones a los derechos humanos, presentándose trágicos acontecimientos que nos hacen palidecer y nos ponen en el mapa mundial como un país en franco deterioro, sin gobierno, lleno de crueldad y, por consiguiente, a distancia de un régimen democrático.
Tzun Tzu y Maquiavelo escribieron un libro en diferentes épocas, con el mismo título: El arte de la guerra. Ambos describen las características necesarias para obtener éxito en situaciones complicadas: dan cuenta de la importancia que implica conocer el terreno donde se va a desarrollar la contienda, así como contar con aliados y conocer al adversario.
El problema está presente con dimensiones inesperadas, las opciones para encontrar caminos de solución son pocas y determinantes para el futuro de la nación. Primero la voluntad, eje esencial requerido en el retorno al orden, no obstante ello, es insuficiente si únicamente se contempla desde el ámbito de la autoridad. La función del Estado abarca las relaciones de la actividad y de la Constitución jurídica de las sociedades humanas, encaminadas a propiciar su mejor desarrollo, en consecuencia cualquier decisión atañe a todos, en su respectivo ámbito de responsabilidad.
Ni continuar por el sendero de la anarquía ni sucumbir en el terreno del autoritarismo, ése es el reto. El cansancio social espera respuestas que no llegan, se comienza a agotar, la razón y la ética obliga a revelar la verdad sobre la dimensión de los problemas y, en esa medida, edificar una consciencia ciudadana en aras de crear el ineludible y necesario compromiso: gobierno-sociedad, en la suma de un propósito común.
El fenómeno de la violencia conduce al caos y a la destrucción del Estado de derecho, oprime a la sociedad, restringe las libertades y cercena el desarrollo. Por otra parte, las personas y familias tienen la legítima aspiración a la seguridad, al orden, a la protección, a la asistencia y al progreso. En ese renglón es donde el Estado se encuentra obligado a actuar, conforme los principios de subsidiaridad y solidaridad.
