Que no lo trastorne la bonanza
Bernardo González Solano
Sin duda, el poder es la droga más poderosa que mueve a los seres humanos. Ejemplos abundan. El más reciente es el de Juan Evo Morales Ayma (Orinoca, Oruro, Bolivia, 26 de octubre de 1959), el hijo de María Ayma Mamani y Dionisio Morales Huanca —ya fallecidos—, descendiente de una familia de agricultores y criadores de llamas. El ahora popular Evo, de origen amerindio, uru-aimara, y hablante materno del aymara, no conoció pañales de seda, todo lo contrario, sin embargo, a partir del mes de enero de 2015, iniciará su tercer periodo como presidente boliviano hasta el 2020 —con lo que sumará 14 años gobernando a diez millones de sus plurinacionales compatriotas— y lo que pueda sumarse. En la historia de Bolivia, nadie ha tenido tanto tiempo el poder en sus manos, ininterrumpidamente, como lo ha logrado Morales por la vía de los votos, por medios democráticos.
En su autobiografía Mi vida, de Orinoca al Palacio de Gobierno, Editorial Almuzara, abril de 2014, cuenta que sus padres procrearon siete hijos: “Mis otros hermanos (cuatro)”…fallecieron de uno o dos años; “este el término de vida que tienen las familias o los niños en las comunidades campesinas. Más de la mitad se muere y nosotros, que suerte, nos salvamos tres de los siete…En Isallavi vivíamos en una casita de adobe y techo de paja. Era pequeña, no más de tres por cuatro metros. Nos servía como dormitorio, cocina, comedor y prácticamente de todo: al lado teníamos el corral para nuestros animales. Vivíamos en la pobreza como todos los comunarios…Mi papá, cada mañana antes de salir al trabajo, hacía su convite a la Pachamama que es la madre tierra: mi mamá también ch´allaba con alcohol y hojas de coca para que nos vaya bien en toda la jornada. Es como si mis padres hablaban con la tierra, con la naturaleza”. No olvida mencionar en su libro que su ascenso al poder lo empezó gracias a su actividad como dirigente de los productores de coca del Chapare. La pobreza, la Pachamama, la coca y la entrega al trabajo en forma incansable, son los ingredientes que utilizó Morales para triunfar en su país y en el mundo. Por eso, su última elección —su séptimo triunfo electoral: tres elecciones nacionales, referendos y comicios locales— la dedicó “a todos los pueblos de América Latina y el mundo que luchan contra el capitalismo y el imperialismo”, concretamente a sus dos mentores políticos, el ex presidente de Cuba, Fidel Castro Ruz, y el fallecido ex presidente de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, “que en paz descanse”.
Aunque todavía en el momento de escribir este reportaje —el domingo 19—, el Tribunal Supremo Electoral no había dado a conocer los resultados finales de la votación del domingo 12, por la noche de ese día, el presidente Evo Morales, al salir al balcón de Palacio Quemado, en La Paz, anunció su triunfo a sus simpatizantes y los convocó a hacer planes “en grande”; les ratificó que como continuación de su renovado mandato presidencial impulsará un proyecto para que Bolivia desarrolle energía nuclear con “fines pacíficos”. Aclaración necesaria pues seguramente el mandatario aymara tenía en mente el caso del desarrollo nuclear iraní que le provocó a este país un aislamiento internacional. Más vale. Asimismo, Evo prometió a sus electores convertir al país en el centro energético de Sudamérica. Ojalá…(lo islámico está de moda).
En Bolivia, el voto es obligatorio. Así, el domingo 12 debieron sufragar casi seis millones de bolivianos para elegir al presidente, a un nuevo congreso, de 36 senadores y 130 diputados; además, en esta ocasión pudieron votar los bolivianos que viven en 33 países. Hasta diez días puede demorar el resultado final de la votación, pues las boletas se contabilizan a mano. En estos comicios esperaba por lo menos el 70% de la votación, pero al final solo lograría el 60%. En fin, con más del 90% de las mesas electorales escrutadas, el presidente obtuvo el 59.88%.
A decir verdad, casi en todos los rubros los vientos soplan a favor del primer presidente indígena de Bolivia. Solo que ya no es el mismo Evo que asumió hace nueve años el mando de su país arropado por los reclamos de los pobres autóctonos, por varios dirigentes de Hispanoamérica y de otras latitudes más allá del océano. Antiguos compañeros de lucha y viejos amigos dan testimonio de los giros que ha dado su discurso político antiimperialista y, sobre todo, sus acciones. El hijo de María Ayma y de Dionisio Morales, el creyente de la Pachamama, es hoy más pragmático, poderoso e inalcanzable. Aunque sigue siendo, afirman sus incondicionales, que no son pocos, el hombre incorruptible y trabajador, con maratónicas jornadas de 15 a 18 horas, que incluso sus más jóvenes colaboradores apenas le aguantan el paso. Ahora se traslada a bordo de vehículos blindados, en un lujoso avión de manufactura francesa pero sigue usando sus vestiduras bolivianas. Personaje ya de claroscuros. Así es el poder. Aquí y en China.
Debe resaltarse que Bolivia ha elegido por vía de las urnas a sus gobernantes de forma ininterrumpida desde 1982, hace 32 años. Eso no sucedía antes en el país andino. Además, aunque en las formas se manifieste como un mandatario “revolucionario”, a la chita callando se ha alejado de las añejas posturas de un Castro o de un Chávez, sobre todo en foros internacionales como el de la Asamblea General de la ONU, Evo parece entender que el mundo del siglo XXI ya no es el de sus venerados mentores. Pese a su agresividad con los inversores extranjeros —que demostró con las nacionalizaciones de su primer mandato—, en la realpolitik económica (dinero en los bolsillos de los bolivianos) Morales logró una gestión más que correcta. Razón por la cual es uno de los líderes más populares del mundo. Con su reciente triunfo, se abre hasta la posibilidad de tener mejor relación diplomática con el último imperio. Washington y La Paz retiraron a sus respectivos embajadores.
Morales y su vicepresidente, Alvaro García Linera, el educado matemático marxista y antiguo guerrillero (¡qué cosas!), podrán ahora con mayor solidez cimentar sus proyectos de redistribución económica con más colorido indígena. Sobre todo porque sus prudentes políticas macroeconómicas (aunadas a los altos precios de las materias primas, que infortunadamente para Bolivia ahora empiezan a bajar) sirvieron para “retacar” las arcas gubernamentales.
Bajo Morales, Bolivia ha sabido administrar sus recursos naturales, a diferencia de otros países sudamericanos que no están precisamente en el mejor de los momentos. Evo no es, ni remotamente, un Chávez manirroto. Los aymara son parcos y ahorradores por naturaleza. Lo que ha propiciado que sus ingresos por exportaciones pasen en una década de 2,000 millones de dólares a 10,000 millones. El país jamás tuvo reservas internacionales como las actuales; 15,000 millones de dólares. Además, casi no hay desempleo. En este año se espera un crecimiento económico de 5.2% según el FMI y del 5.5% de acuerdo a la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), aunque el gobierno lo estima en 5.7%. De todas suertes, es el mayor de Sudamérica. Si hace ocho años, en 2006, ingresaban al país 400 millones de dólares por la exportación de hidrocarburos, después de la nacionalización petrolera la cifra asciende hoy a 6,000 millones de dólares. En 2013, cuando la economía creció un 6.3%, el gas representó el 54% de las exportaciones: 6,589 millones de dólares de un total de 12,042 millones de dólares. En pocas palabras, dice M. A. Bastenier en su artículo “La cancha inclinada”: “La Bolivia de Morales ha conocido en la última década la racha de mayor expansión capitalista de su historia, bien que haciéndole pagar por los hidrocarburos que los gobiernos criollos jamás osaron limosnear: con el remate de un crecimiento del PIB de 9,500 millones de dólares en 2005 a 33,000 millones en 2013. Esta Bolivia ha volcado en gasto social más de 8,000 millones de dólares en esos años; multiplicado por diez o más los ingresos por exportación de combustible; creando una incipiente clase media que se le mantiene fiel, y convencido a la clase empresarial cruceña (de Santa Cruz) de que con su Gobierno le va a ir aún mejor. Si Nuestro Señor y la Pachamama lo tienen a bien Morales será el jefe de Estado más longevo de la historia, cuando menos de la democracia del país (2006-2020)”. Chávez se quedó en el intento, el cáncer le negó su voto; y Fidel, aunque vive en la comodidad de un retiro disfrazado en La Habana, sabe que todavía su palabra es ley.
No todo lo que brilla es oro. Evo lo sabe. Ojalá la riqueza y el auge no trastorne ni al reelegido mandatario ni a los bolivianos —pobres o no—; suele suceder que la bonanza vuelve loca a la gente. Para algunos bolivianos, Morales lleva demasiados años en el gobierno —los que tienen el poder creen todo lo contrario—, otros estiman que se ha convertido en un líder pragmático. Lo acusan de controlar los medios de comunicación y la justicia, pero esto no influye entre los sectores “moralistas”, pero si entre la creciente clase media boliviana. Pronto se verá la calidad del paño. En Bolivia, la suerte está echada. VALE.
