La conmemoración del 12 de octubre, fecha insignia del “encuentro de dos mundos”, atestigua una vez más un panorama de exclusión y desigualdad para los pueblos indígenas no sólo en América Latina sino en el mundo entero. Los indígenas son objeto de discursos, programas, tratados internacionales o conferencias. Lo cierto es que su marginalidad sigue perpetuándose generación tras generación. La globalización no ha hecho sino oprimir más a los oprimidos.
El documento “La situación de los pueblos indígenas del mundo”, elaborado en 2010 por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), contiene cifras y datos que siguen siendo vigentes para el análisis de esta problemática y, sobre los cuales, me permito hacer referencia.
El espejo de la realidad muestra que ser indígena equivale a vivir en la pobreza. Si bien en su conjunto los pueblos indígenas suman 370 millones de seres humanos, lo cual representa el 4.5% de la población mundial, también es cierto que integran el 15% de los pobres.
Los indígenas son literalmente indigentes en su propia casa. Ellos habitan zonas que representan enorme riqueza de recursos naturales y poseen conocimientos ancestrales capaces de incidir en el mejoramiento de la calidad de vida de las poblaciones urbanas. Sin embargo, la mayoría no son propietarios de las tierras que habitan, lo cual los convierte en presa fácil de toda suerte de injusticias y calamidades.
Ser una niña o una mujer indígena significa colocarse en la hilera de la exclusión de los servicios básicos de salud. Enfermedades típicas de la pobreza (como la tuberculosis o el dengue), han hecho disminuir su esperanza de vida 20 años. Ser indígena, pues, equivale a morir por desnutrición, infecciones o diabetes.
Existe desprecio por reconocer que los indígenas hablan sus propias lenguas y es usual la burla sobre sus formas autóctonas de comunicación, representación tradicional y vestimenta. Un número considerable de idiomas indígenas desaparecerán de la faz de la tierra —en el curso del próximo siglo—, como consecuencia del racismo del cual son objeto.
La mayoría de los indígenas difícilmente acceden a la educación escolarizada en donde puedan desarrollarse con respeto y aprecio por sus propios modos de vida. Carecen de los servicios que brindan las nuevas tecnologías (internet incluido) y son mínimas sus posibilidades de acceder a centros universitarios. Ser indígena equivale a vivir en la marginalidad.
El Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes no ha sido ratificado por todos los Estados integrantes de la ONU. En este pacto internacional, se asumió el compromiso de adoptar medidas que protegieran los derechos de estos pueblos y garantizaran el respeto de su integridad.
¿Qué cuentas pueden rendir esos gobiernos al respecto? Los esfuerzos que ha emprendido México si bien son parte integral de sus compromisos internacionales —dentro de los que destaca el programa piloto para el apoyo de microempresas y proyectos productivos que encabeza la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y la banca de desarrollo— todavía constituyen pequeñas ayudas en medio del desierto de indiferencia que ha rodeado este tema.
Los pueblos indígenas en abierta paráfrasis del poema náhuatl traducido por Ángel María Garibay, pueden entonar como triste himno ritual: sólo venimos a dormir, sólo venimos a soñar; no es verdad, no es verdad que venimos a vivir en la tierra.
@CarlosAFlores