Miguel Ángel Muñoz
Se han cumplido quince años del fallecimiento de Gutierre Tibón (Milán, Italia, 1905-Cuernavaca, Morelos, 1999), dueño de una memoria privilegiada. Vástago de una familia de sabios medievales de España, los Tibónidas de Granada. Tibón provino de los Ibn Tibón, también llamados Iboní, una dinastía de médicos, sabios y traductores originarios de Granada, descendientes del fundador de la dinastía en el siglo XII, Yehuda Ben Saúl Ibn Tibón, quien a consecuencia de las persecuciones anticristianas y antihebreas de los fanáticos de almohade, se refugió en Provenza. Tenía 94 años y era uno de los estudiosos de México más brillantes y respetados. Su mirada, animada por la intensidad de la experiencia, sembró en cada palabra la perdurabilidad de los recuerdos. No ocultó su ironía al hablar de sí mismo o de los demás. Su amor por México y por la vida se suman a su pasión por la literatura. Tuvo el mundo en el alma, y en los labios, fue un políglota con el espíritu multiplicado por los tantos idiomas que le transmitieron los espíritus de otros pueblos, desde el alemán, griego, latín, inglés, francés, hasta el náhuatl, y debido a ello era un caleidoscopio de ideas que le dieron personalidad de sabio y de poeta; un Aladino nacido con muchos siglos de retraso, que con la lámpara de su cultura nos abrió los ojos a descubrir nuestro pasado. Nació en Milán, se educó en Suiza y publicó su primera monografía II Monte Bre, en Basilea, a la edad de quince años. De 1922 a 1939 viajó por toda Europa así como por el sur de Asia, Oceanía (y Úbeda), África y el norte de América Latina, que le descubrieron infinidad de territorios desconocidos, no sólo para él, sino también para sus ojos lectores.
En una lógica certera y atrevida, hay que decir que nadie exige del historiador, antropólogo, crítico de arte o arqueólogo que sea infalible, ni siquiera inmutable, sino lo contrario: versatilidad, criterio y grandes dosis de cultura humanística, que son de alguna forma, requisito indispensable para un excelente relato histórico. En definitiva, un ejercicio disciplinado y riguroso de curiosidad histórica y discernimiento narrativo. Estas fueron las virtudes que significaron la actividad intelectual de Tibón. Pero a partir de un criterio, ahora sí, irrepetible: la claridad y legibilidad expositivas. Es decir, el investigador e historiador aspiró a entramar un relato histórico asequible y vivo para el lector formado. La erudición suficiente y equilibradas dosis de amenidad, intriga y argumentación dan vida y gesto en cada uno de sus libros. Un maestro indiscutido, en suma, al que han admirado cientos de lectores no sólo en sus libros, sino también en su columna periodística “Gog y Magog”, que se publicó durante casi cuarenta años en el periódico Excélsior, sino también en sus colaboraciones en radio, “Diálogos radiofónicos” en la XEW y en los programas de televisión al lado de Luis Spota, y, desde luego, cuantos investigadores han tenido la fortuna de tratarle y beneficiarse de su talento su avente old fashioned, pero capaz de desmontar las más abstrusas trapacerías críticas con datos mortales y sonrisa irónica.
En 1930 concibe la novedosa máquina de escribir portátil y convence a la empresa suiza (Paillard. Cie y Yverdón) que la produzca y en 1932 crea la Hermes Baby, la máquina de escribir portátil más pequeña del mundo; en 1946 obtuvo el doctorado Honoris Causa de la Universidad de San Nicolás de Hidalgo en Michoacán, además de ser electo académico de número por la Academia Mexicana de Genealogía y Heráldica; en 1949 ganó la cátedra de filología comparada y alfabetología en la Universidad Nacional Autónoma de México; en 1958 fue nombrado académico de número por la Academia Nacional de Ciencias y, en 1992, académico honorario de la Academia Mexicana de la Lengua. Entre los múltiples reconocimientos que recibió destacan: Cruz al Mérito de la República Austriaca, en 1959; Premio Internacional Alfonso Reyes, en 1988; Presea Ciudad de México otorgada por el XXXVI H. Consejo Consultivo de la Ciudad de México; Miembro de la Academia del Cimiento de Florencia, Gran Oficial de la Orden al Mérito de la República Italiana 1991. Medalla Ignacio Manuel Altamirano 1999 (póstuma), entre muchos otros. Sin olvidar que en 1962 funda y publica los tres primeros tomos de la Enciclopedia de México. Más allá de esos reconocimientos, Tibón es uno de los investigadores e historiadores que realizó una obra sólida, que hizo aportaciones notables al pensamiento histórico, y que ha influido con su pensamiento al ambiente histórico en México. Curioso, puesto que su formación, autodidacta, se había forjado en un disciplinado y nada indulgente aprendizaje de la mirada y de la oralidad.
La imaginación y la curiosidad de Tibón están gobernadas por el deseo de una sustancia de fluida sabiduría, de un asombro constante, que surca y depura en sus textos. En La ciudad de los hongos alucinantes —cuyo registro fotográfico es de Walter Reuter—, Gutierre Tibón cuenta cómo llegó a la sierra mazateca en 1956, atraído por la existencia de un cierto lenguaje silbado entre los mazatecos, y al cabo de los años y de visitas ocasionales, fue recopilando una amplia información que reunió años después en su libro. En el capítulo “María Sabina, micología y mitología”, Tibón recuerda, breve, pero intensamente, su experiencia en la única velada que tuvo con María Sabina en esos años: “Tuve la suerte de ser el primero que escribió sobre esta mujer humilde y maravillosa. En 1956, hace diecinueve años, su nombre figuró en letras de molde en la página editorial de un diario de México. Después de una velada en la oscuridad —durante la cual María Sabina, atraída telepáticamente por mi angustia, me dio consuelo y me reintegró al calor de la vida— tengo con ella un lazo afectivo que no vacilo en llamar filial. No pude nunca hablar con ella porque desconoce el castellano; pero la mañana después de la velada subí hasta su choza —una hora de subida empinada desde Huautla— para besar su mano y mojarla con incontenibles lágrimas (esta actitud mía hacia María Sabina, que persiste en el recuerdo pese a los años transcurridos, no obedece a mi raciocinio habitual, sino a la perturbación emocional provocada por los hongos)”.
Gutierre Tibón descubrió la historia a partir del lenguaje y, con el pretexto de ser un viajero incansable, en 1939 el delegado de México en la Liga de las Naciones en Ginebra, Isidro Fabela, convenció a Tibón de que se estableciera en México para llevar a cabo estudios históricos, lingüísticos y sociológicos. Así, desembarcó en Veracruz a principios de 1940. Tibón se consagró por completo a la investigación científica y, desde luego, a la difusión de la cultura mexicana, antigua y contemporánea. México le descubrió las múltiples miradas de los indios de cada rincón del país, el respeto y rescate de cada tradición. Sus libros Pinotepa Nacional y Olinalá constituyen sus primeras apuestas fuertes al rescatar la historia y tradiciones de dos pueblos mexicanos. Ciencia, arte, religión, procedimientos políticos y sociales que se proyectan desde México y sus rincones, son un conjunto para Tibón, diferentes, nuevos, en una palabra, propios del ser mexicano y de sus habitantes, los “americanos criollos”, como le gustaba llamarlos. Poco a poco nos descubre a los cronistas e historiadores españoles (Motolinía, Sahagún, Jacinto de la Serna, Francisco Hernández, médico de Felipe II, Hernando Ruiz de Alarcón, hermano de Juan, el dramaturgo), hasta aquellos que tienen que ver, de una manera o de otra, con este México antiguo y contemporáneo. Tibón configuró una investigación “antropológica” en las primeras décadas del siglo XX, que aún sigue conmoviéndonos y despertando las preguntas de una razón siempre insuficiente ante las cuestiones de pobreza extrema, de inseguridad social, de falta de educación, y desde luego, de la falta de atención a las comunidades indígenas, que sigue siendo un lastre para la historia de México.
Es imprescindible releer algunos de los libros, ensayos, textos periodísticos, crónicas y reportajes de Gutierre Tibón —celoso guardián de la integridad de la memoria mexicana, de un pasado que hemos poco a poco recuperado—, que tanta historia y memoria logran rescatar para preservar el pasado mexicano, que hoy día tanta falta nos hace. Gutierre Tibón nos exige que mantengamos nuestra mente abierta a las lecciones del pasado y a los enigmas del presente. Un personaje, pues de excepción, duro, difícil de entender y redescubrir sus temas de investigación, pero que supo siempre mantener la ilusión por lo que él llamaba el desafío de “descubrir” temas únicos en la historiografía contemporánea.