Bernardo González Solano
Después de más de un siglo de posesión británica, ya transcurrieron diecisiete años desde que Hong Kong fuera devuelto a la República Popular China. Una vez más hay que citar al legendario y bíblico rey Salomón que en la versión latina de la Biblia se le atribuye el proverbio: “Nihil novum sub sole” (“Nada nuevo bajo el sol”). En la antigüedad y en la modernidad la condición humana es igual. Cualquier protesta ciudadana contra cualquier gobierno tiene similares orígenes y finalidades. Haya sido en la Conchinchina o en el pujante Hong Kong. Sobre todo en los extremos. Los gobiernos suelen responder mal a los deseos de los gobernados.
Aunque los 7 millones y pico de habitantes de Hong Kong son muy pocos frente a los 1,400 millones de chinos, desde los tiempos de Salomón todo mundo sabe que David venció a Goliat con una honda y una piedra. Nadie asegura que la historia o la leyenda se repita, pero tampoco se niega dicha posibilidad. A veces, los políticos dicen muchas cosas para salvar los escollos. Hace tres décadas, el “pequeño timonel”, Deng Xiaoping, el fundador de la modernidad china —comunista y capitalista—, bordó aquello de “un país, dos sistemas”, cuando acordó con la dama de hierro, Margaret Thatcher, la devolución de Hong Kong a la soberanía china para 1997.Esa fórmula permitiría mantener la sociedad capitalista construida en la época colonial, incluidas las libertades civiles, a cambio de que la RPCh recuperara la soberanía sobre el territorio de Hong Kong (el “puerto fragante”, que eso significa en castellano). Así fue hasta ahora. Pero, los actuales “timoneles” de Pekín, dentro del viejo Partido Comunista chino, no aceptan eso de “un país, dos sistemas”, ni mucho menos que la soberanía esté en manos de los hongkoneses. La democracia no es algo que cuadre en el antiguo imperio. Por eso defienden aquello de que en sus dominios solo sus chicharrones truenan, sea Estados Unidos o cualquier otro.
Cuando Xiaoping y la Thatcher se pusieron de acuerdo, se dio la Ley Básica, la constitución pergeñada en la capital china con el consenso británico y de los hongkonenses. En 2017, dos décadas más tarde del retorno del “puerto fragante”, deberían tener lugar comicios democráticos y hasta 2047 (treinta años más tarde) se mantendría los “dos sistemas”. Por lo que sucede en estos días tal parece que China no está dispuesta a cumplir la palabra empeñada.
Para colmo, en 1989, tuvo lugar la matanza en la plaza de Tiananmen, algo que los líderes de la “revolución de los paraguas” (utensilio que los manifestantes ya han utilizado no solo para protegerse deL candente sol, sino para defenderse del embate policiaco, aunque la sangre, hasta el momento, no ha llegado al río), tienen muy presente. En algunas pancartas ondeadas en las recientes manifestaciones de Hong Kong, se lee: “Somos hongkonenses, somos asiáticos, no somos esa China”. De hecho, el problema no es China, sino “esa China” en la que no cabe un Hong Kong democrático con sufragio universal. De eso va el problema, no obstante que esta Región Administrativa de la República Popular China —asentada en 1,108 kilómetros cuadrados de islas, península y parte continental—, ha vivido su particular libertad (que no conoce el resto del gran país) sin democracia, más concentrada en su lucrativo papel como centro financiero de Asia que en sus aspiraciones políticas, pero los tiempos y sobre todo la mentalidad de los jóvenes hongkonenses han cambiado. Ese es el punto.
Las actuales manifestaciones de protesta en Hong Kong no se dieron de la noche a la mañana. O como un grano en el rostro de un adolescente. Así, coincidiendo con el decimoséptimo aniversario de la devolución a China, una multitudinaria marcha, compuesta sobre todo por jóvenes, inundó el martes 1 de julio el centro de Hong Kong bajo un calor asfixiante. De ahí los paraguas, que dieron nombre al movimiento amén de protegerse de los rayos solares. Los números de los marchistas oscilan entre los 510,000 citados por los organizadores y los 92,000 contabilizados por la policía, que desplegó a 4,000 agentes como dispositivo de seguridad. Cifras aparte, esta concentración popular ha sido ejemplar en la antigua colonia británica desde 2003, cuando hubo otra que sacó a las calles medio millón de personas en contra de una “ley antisubversiva” que Pekín tuvo que retirar. La marcha de hace tres meses tuvo lugar en momentos de especial tensión política, pues durante esos días casi 800,000 personas votaron en un referéndum no oficial sobre el sufragio universal en Hong Kong. El tema es recurrente: elecciones democráticas para 2017, pero solo entre candidatos elegidos por un comité afín, a lo que se oponen los hongkonenses. El jefe ejecutivo de la ciudad es “elegido” por una serie de representantes de varios sectores sociales y económicos, la mayoría dependientes del poder central en Beijing.
El rechazo a la política del gobierno chino se produce en pleno aniversario emblemático. El 1 de octubre el Partido Comunista Chino celebró seis décadas y media en el poder. Imposible obviar que una parte de su territorio (aunque sea Hong Kong: importante por su simbolismo y por su peso económico, como una de las principales plazas financieras del mundo), sea escenario de una multitudinaria protesta contra ese mismo poder. Aunque China ha cambiado mucho desde la matanza de Tiananmen en 1989 —como país inmensamente poderoso en lo económico y en lo estratégico—, su forma de ejercer el control sobre la población no ha sufrido variantes. Así, censurar las omnipresentes redes sociales (las imágenes de lo que sucede en Hong Kong), es casi de risa, como si con cerrar los ojos fuera suficiente para desaparecer la realidad.
En un mundo muy diferente al de hace 25 años —nadie olvida Tiananmen—, el PCCh ha reaccionado a las protestas de Hong Kong con medrosa represión policial, aunque hasta el momento de escribir estas líneas todavía a baja escala y sin visos de repetir la matanza de la famosa plaza de Beijing: la Puerta de la Paz Celestial. “La Revolución de los Paraguas” —bautizo universal por la red y los medios de comunicación—, recuerda a la fracasada “primavera árabe, con estudiantes jóvenes —como el emblemático líder de 17 años de edad, el delgado Joshua Wong, icónico Harry Potter oriental, con anteojos de pasta, que desde los 14 se convirtió en punta de lanza de la confrontación al fundar la asociación Scholarism para denunciar los programas escolares “patrióticos” impuestos por el poder en las escuelas primarias de la ex colonia británica—, que se enfrentan a la absurda persuasión de los centros de poder chinos: “no salgan a la calle”.
De hecho, hasta el domingo 28 de septiembre, se mantuvo un “apagón informativo” sobre lo que ocurría en Hong Kong. Una revolución democrática multipartidista sería la peor pesadilla para Beijing y su propaganda hacia el exterior. Las imágenes de las protestas como la de “Occupy Central” (“Ocupar el distrito central”), dirigida por jóvenes cultos, hacen dudar al gobierno comunista sobre si aumenta la dureza o la seducción manipuladora: el hermetismo que aun priva absurdamente sobre Tiananmen no podría repetirse en la “transparente” Hong Kong de 2014. Como si se tratara del virus del ébola, el régimen de Beijing teme que el “virus hongkonense” se propague a otras partes, como Taiwan e incluso a China continental.
No es posible prever hasta dónde podría llegar el pulso entre los manifestantes y los dueños del poder, tanto en Hong Kong como en Pekín. Hasta ahora, el gobierno central ha dejado que el jefe ejecutivo, Leung Chun-ying, de los pasos pertinentes. Ante la demanda de su renuncia por parte de los manifestantes, Leung anuncia que no dimite aunque sí acepta dialogar con ellos por medio de su secretaria jefe de gabinete, su número dos, Carrie Lam, “lo antes posible”, con la advertencia de que “cualquier diálogo sobre reformas políticas tiene que estar basado en la Ley Básica de Hong Kong y en el marco de la Asamblea Nacional Popular China”.
El estira y afloja entre el Ejecutivo de la Región Administrativa y los manifestantes cambia muy rápido. Los ataques de grupos porcinos— en los que sobresalen personas vinculadas a las Tríadas, la mafia china—, contra núcleos del movimiento prodemocracia provocó que los jóvenes rompieran el débil puente entre las partes: decidieron no acudir a la reunión con Carrie Lam, aunque de última hora parecía que sí tendría lugar el encuentro. Los agredidos acusaron a la policía de permisividad ante los ataques (como la policía del jefe de gobierno del DF, Miguel Angel Mancera, que el 2 de octubre dejó que los “anarquistas” hicieran de las suyas en algunas calles de la capital), algo que negaron tanto el cuerpo policiaco como el gobierno local. A su vez, Leung Chun-ying, advirtió que para el lunes 6 todo tiene que haber vuelto a la normalidad. De no ser así, tomaría “todas las medidas necesarias para restablecer el orden social”. En pocas palabras, que los manifestantes desocuparan las calles y las entradas a los edificios administrativos. Algo nada fácil.
Si Joshua Wong —que pese a su corta edad ya ha sido detenido y llevado a la cárcel aunque después liberado—, el icono de la “generación paraguas”, e ídolo de la calle, autor del libro No soy un héroe, agotado en las librerías de la isla, decide arengar a la masa popular, Hong Kong puede conocer más días difíciles. Sobre todo si hacen lo propio otros líderes populares, a riesgo de convertirse en mártires. Paso a paso quieren arrebatarle al régimen comunista una verdadera democracia. VALE.
