La incompetencia de la clase política

Humberto Musacchio

El asesinato y desaparición de jóvenes ocurrido en Iguala es un caso extremo de la enfermedad que recorre el país: el desgobierno. No es algo atribuible a uno u otro partido, pues los afecta a todos y todos son responsables. Se trata de una crisis que ya pasa de los treinta años y que nadie ha querido ver.

En efecto, el deterioro se remonta a la gran quiebra del gobierno de José López Portillo, quien alguna vez, en privado, nos dijo a varios periodistas algo que ya sabíamos: “Fui el último presidente de la Revolución Mexicana, y fracasé”. Sí, aquel hombre, el más culto de cuantos hayan ocupado la Presidencia de la República, no tuvo éxito en su proyecto de llevar a México a la era de prosperidad que prometió, y el fracaso no fue sólo personal, sino que con él arrastró el país entero.

La herencia fue un endeudamiento brutal que encaminó la economía al despeñadero. Desde entonces, pasan los sexenios y el país no levanta cabeza. Las instituciones que funcionaron satisfactoriamente durante décadas se fueron resquebrajando y hoy estamos en medio de un desastre generalizado donde los gobiernos de todo nivel, más que resolver problemas, se dedican a aplicar paliativos, a curar con aspirinas el cáncer que corroe la nación.

Ahora es el estado de Guerrero el que padece la ausencia de gobierno, hecho que justifica sobradamente la desaparición de poderes. Pero en Michoacán igualmente se observa una falta de autoridad que no ha podido resolverse, pues el nombramiento de un virrey ha sido insuficiente para acabar con las mafias y dar a los michoacanos el orden y la vida normal a que tienen derecho.

Guerrero, Michoacán y Tamaulipas son casos extremos, pero no únicos. El primer aviso lo tuvimos en Chihuahua durante los años noventa con los feminicidios nunca resueltos. De entonces a la fecha zonas enteras de Zacatecas, de Sinaloa, de Sonora y otras entidades viven la ausencia de instituciones. Por épocas, Jalisco o Nuevo León han estado en manos de los criminales y Morelos es tierra de nadie pese a su vecindad con la capital del país.

Por supuesto, unas fuerzas políticas culpan a las otras del desastre. Los partidos se solazan en ese intercambio, pero lo cierto es que ninguno acierta a darle cauce a los problemas. Nuestra clase política llegó hace buen rato a su nivel de incompetencia y todo indica que los mexicanos debemos buscar la salida en otra parte, con una gran conjunción de fuerzas sociales, con un gobierno de coalición honrado, inteligente y valeroso que saque a México del profundo pozo en que se encuentra. Se antoja difícil, pero no es imposible.