Una conversación con el escritor René Avilés Fabila
María Eugenia Merino
Hombre de letras, de palabras, y de palabra, “peleonero y respondón” según él mismo, honesto con su amplio quehacer literario y periodístico, René Avilés Fabila es, ante todo, un amigo, y un amigo generoso según todos aquéllos que así nos consideramos; de los que no sabe decir no cuando se le requiere, gesto que aprovecho para conversar con él evitando decirle directamente “háblame de tu obra”, que lo dejaría “estupefacto”, pero que, a final de cuentas, es de eso de lo que vamos a platicar.
Así es que entro en materia.
En las innumerables entrevistas que has dado, ¿qué pregunta no te han hecho todavía y cómo la responderías?
La verdad es que los periodistas en México pocas veces se meten con la obra literaria y prefieren preguntar sobre la biografía del escritor. Debe ser lindo que de pronto alguien te pregunte cómo surgió Odette o Miriam. ¿En cuántos de sus relatos el personaje central está basado en su propia experiencia? O que de plano me indique dónde está la influencia de Arreola o de Borges o de D. H. Lawrence. Los periodistas actuales ya no leen ni se preparan para realizar entrevistas. Hacen preguntas generales porque desconocen la obra del autor. O de plano te dicen: hábleme de su obra. Y tú te quedas estupefacto. Pero así es hoy en día.
El camino literario
Muy joven René encontró su camino en las letras. Compañero de José Agustín en el ya legendario Taller de Juan José Arreola, junto con otros escritores a quienes de manera gratuita les cayó el mote de Generación de la onda; y más tarde becario del no menos legendario Centro Mexicano de Escritores, bajo la tutela literaria de Juan Rulfo y Francisco Monterde, la obra de René se emparenta en la fantasía con su admirado Borges y su maestro Arreola, pero a pesar de haber tenido como maestro a Rulfo no frecuentó los temas de nuestro agobiado campo mexicano.
Desde entonces, su carrera no se ha detenido; al contrario, es un escritor fecundo. Ha transitado por una amplísima temática que abarca desde la crítica política, como en El gran solitario de palacio; los personajes amorosos, como sus hadas, Tantadel, Odette; sus seres fantásticos y mitológicos: sirenas y minotauros lo mismo que vampiros; las reflexiones sobre la muerte en Réquiem para un suicida; sus Recordanzas, en el género de las memorias…
En su primera novela, Los juegos, está más cercano, tal vez, al cotilleo sarcástico del Capote de La Côte Basque, pero con el ánimo de denunciar las mafias culturales de su momento, que igual han existido siempre; y Holly Golightly bien podría ser una de sus hadas amorosas.
Aun cuando hay constantes en su obra, tiene, sin embargo, un libro poco comentado, e incluso pocas veces mencionado por él mismo; se trata de El libro de mi madre. No es, a diferencia de otros de semejante temática ¾la muerte del padre, con más frecuencia, o de la madre, como en este caso¾, una obra melosa y lacrimógena que se regodee en el dolor, sino por el contrario, es un libro inteligente, sentido, por momentos duro y claridoso, que descubre más al autor ¾ese Edipo muy especial que dijera Dionisio Morales en un muy certero análisis¾ que a su protagonista, doña Clemencia Fabila, una hermosa señora a quien tuve el honor de conocer en alguna ocasión. Pensé que ese libro estaría entre los favoritos de René.
Del total de tu obra, ¿qué libro te ha dado más satisfacciones?; si fueras tu propio jurado, ¿cuál crees que es el más logrado?
Quizá Tantadel o mis cuentos fantásticos, mis bestiarios. Realmente no lo sé. Es mucho lo que he escrito y hay que empezar por ordenarlo y corregirlo; ha pasado por tantas editoriales, que encuentro descuidos y erratas, algunas modificaciones de un corrector que se sintió dueño de un magnífico estilo. Eso lo comenzó a realizar Nueva Imagen con la edición de mis Obras completas, pero de pronto una empresa francesa la compró y se deshizo de los autores para ser una editorial de libros de texto y enciclopedias.
Una vida agitada
Noctámbula como soy, admiro enormemente la disciplina de René para levantarse antes de las cinco de la mañana y empezar a escribir sus artículos periodísticos, sus ponencias o los discursos que tiene que dar, o preparar sus clases, o simplemente para continuar escribiendo su obra.
Además, encuentra tiempo para dedicarse a otra de sus grandes vocaciones: la actividad académica, y la de promotor cultural, no sólo en alguna dependencia, sino al frente de la Fundación que lleva su nombre, creada para promover y difundir la literatura, y del Museo del Escritor, al cual no sólo ha dedicado tiempo y recursos —apoyado siempre por el esfuerzo continuo de la incansable Rosario Casco, su esposa—, sino donado una gran cantidad de obra plástica así como la mayor parte de su biblioteca personal, y al que las autoridades culturales han escamoteado el lugar que merece.
Cuando ves tu vida presente, ¿estás satisfecho con ella?, ¿has logrado tus propósitos o te falta algo?
Me faltan muchas cosas, editor, agente literario, ser aceptado por los medios, que el poder me tolere, ya a estas alturas de la vida no quiero más pleitos. Pero sobre todo necesito tiempo para escribir una novela que vaya más lejos de lo que hasta hoy he escrito. Estaba trabajando en una, me parece que era un acierto, la prosa estaba muy cuidada y la estructura respondía bien. Pero un virus destruyó todos los materiales de mi computadora y allí desapareció la obra. Necesito volver a escribirla. Será otra cosa, lo sé, pero tengo el asunto central y los personajes. El resto será algún día jubilarme y dedicarme únicamente a las letras. Para llevar a cabo este propósito final tengo uno o dos problemas: el Museo del Escritor, la Fundación René Avilés Fabila, mi biblioteca y mi colección personal de obras artísticas. Sin hijos, ¿a quién voy a dejarles el cuidado de todo ello? Dinero para que sobrevivan a mi muerte no tengo. Y prefiero gastarme lo que tengo en Europa a dejar que mi patrimonio desaparezca, se pierda.
México es extraño, hoy no tenemos una institución pública —en las privadas no he pensado— a la cual le interese este tipo de cuestiones. Raro, ¿no? Tenemos museos de artistas de cine, del zapato, del coche, y nada relacionado con las letras, a menos que supongas que tenemos una clase política culta y le gustaría contar en el país con un museo semejante. No me preguntes si he hablado con el presidente o con el jefe de gobierno capitalino, son para mí cosas imposibles y tampoco suelo tocar puertas. Sin embargo lo he ofrecido a multitud de políticos en funciones culturales y a tres presidentes. Ninguno se ha interesado. Me felicitan y listo. Claro, entre esos mandatarios, estaban dos panistas, siempre peleados con la cultura.
No todo es tan malo
Dueño de una aguda ironía y siempre contestatario, duro, René no deja títere sin cabeza, sus comentarios son de los que levantan ámpula, y ello le ha valido alguna que otra enemistad. A pesar de sus méritos y logros, no ha faltado quien ¾léase la crítica seria¾ lo haya ninguneado o simplemente pasado por alto.
Pero es tiempo de las vacas gordas. Ahora a René le otorgan ¾entre otros justos homenajes que ha recibido a lo largo de los dos años anteriores¾ la medalla Bellas Artes, un reconocimiento que aunque se haya hecho esperar hemos celebrado todos sus amigos.
Es ya la época de la cosecha de una vida dedicada a la literatura, el periodismo cultural y político y la actividad académica.
Sin caer en lugares comunes de que no hay premios chicos y grandes, ¿cuál es el que más gusto te ha dado recibir, bien sea por su valor o por inesperado…?
Sin duda el inicial, el de la Universidad Autónoma Metropolitana. Mi casa de trabajo hizo un esfuerzo descomunal y fue un acto conmovedor. Algo inolvidable.
Después de la Medalla Bellas Artes, ¿qué sigue?
Lo ignoro. Mi vida se ha hecho sumamente agitada luego del magno festejo que me hizo la UAM cuando cumplí los cincuenta años de escritor, periodista y académico. Los reconocimientos se acentuaron y de pronto salí del anonimato para pasar a un cierto conocimiento de los medios, cada vez más frívolos e desinteresados en la cultura. Hay otros premios, en efecto, pero lo mejor es seguir como hasta hoy: si llegan, que vengan por su propio pie y no llamados por mí. Quiero añadir que soy un producto de universidades públicas, no del Estado o de los medios de comunicación.
Si tuvieras que dar las gracias por algo, ¿qué sería y a quién?
Justo a la educación pública. En ella me formé y allí hice mi larga carrera, en su seno se han dado homenajes conmovedores. En ningún otro lado los he tenido, salvo ahora en Bellas Artes. Claro, primero escribí la obra y para hacerla conté con algunos apoyos como Arreola, Rulfo, Revueltas o Abreu Gómez…
El pasado y el futuro
Cuando pareciera que ya todo está hecho, para las almas inquietas siempre hay algo más, y René no podía ser la excepción.
¿Qué libro no has escrito todavía?
Pues la novela mencionada, la que asesinó un virus. Pero tú sabes que soy un cuentista natural y que nunca dejo de hacerlos, quizás un día ponga en orden aquéllos que no están en volumen o que estén guardados. Mi futuro es incierto y, como te dije, ya breve.
Si miras tu vida en retrospectiva, ¿cuál sería tu balance? ¿Hay algo de lo que te arrepientas?
Es positivo, Maru. Si miras la situación con rigor, son muchos más de los cincuenta años que me celebran; uno, y tú lo sabes, comienza a escribir antes de que aparezcan las publicaciones. Hay que tirar al cesto muchos intentos o borrarlos de la computadora antes de estar satisfecho. El video que transmitieron durante la entrega de la Medalla Bellas Artes concluye con una hermosa canción de Edith Piaff: en español se titula, No, yo no me arrepiento de nada. Así me siento. He cometido errores, pero tienen una razón: soy peleonero, respondón, no me gusta el sistema… Y todo esto tiene un costo. Comencé en las letras con una novela contracultural, Los juegos, donde satirizaba a los mayores intelectuales y a los políticos dominantes, tuve infinidad de problemas, y no, no me arrepiento de haberla escrito. No sólo ello: fue una experiencia divertida, que dejó rencores y aversiones en otros autores. Si consideras la ausencia de crítica seria, objetiva, el asunto está completo.
¿Cómo imaginas tu futuro?, ¿qué deseas para el resto de tu vida?
Mi futuro, Maru, ya está a la vuelta de la esquina. Pero quiero dedicarme exclusivamente a escribir, dejar el periodismo y la docencia. Es difícil por la parte económica. Espero algún día tener una beca y así dedicarme a lo que más quiero: escribir.