El hombre del alba/II y última parte

 

Roberto García Bonilla

A Efraín Huerta (Efrén Huerta Romo, Silao, 1914-México, 1982) se le ha considerado el poeta de la ciudad de México; esa definición, casi por antonomasia, ha llevado incluso al poeta y estudioso de la ciudad Vicente Quirarte a señalar que “Declaración de odio” (Hombres del alba, 1944) es el más intenso poema de amor escrito a la capital del país, la cual —ya se sabe— se ha vuelto uno de los tópicos de nuestros poetas; recordar a Ramón López Velarde, Octavio Paz, Bonifaz Nuño, Jaime Sabines, Eduardo Lizalde, Gerardo Deniz, José Carlos Becerra, Francisco Hernández y David Huerta, quien ha escrito que los rasgos atribuibles a su padre, o a cualquier otro escritor, pueden ser múltiples.

Es cierto, todo depende de la llamada plurisignificación; en ese sentido al Cocodrilo Mayor también se le puede designar como el poeta militante, el poeta de los oprimidos, el poeta de los desastres o el de la cotidianidad convertida en destino sentimental; desde la erosión del don de gentes hasta la exaltación de la mujer amada: Como una limpia mañana de besos morenos / cuando las plumas de la aurora comenzaron / a marcar iniciales en el cielo. / Como recta caída y amanecer perfecto. / Amada inmensa / como un violeta de cobalto puro / y la palabra clara del deseo. (Absoluto amor, 1935.)

 

La ideología del poeta

Huerta tuvo una clara conciencia, como la tuvo su amigo Paz, sobre la singularidad de su trabajo cotidiano con las palabras, de su oficio de poetas y narradores; y cada uno le dio estatura a su profesión; la generación de Taller Poético (1936-1938) tuvo antecedentes axiales en los grupos —concentrados en una publicación o filiaciones estéticas y políticas— y su propia configuración pública de escritor y de artista: los Contemporáneos (1920-1932) y los estridentistas (1921-1927), que entre sí establecieron una pugna enconada; sus diferencias ideológicas y estéticas llegaron a una querella abierta (1925) entre el Nuevo Ateneo de la Juventud y Maples Arce quien llamó a sus enemigos aguachirles literarios y lamecazuelas; mientras que aquéllos fueron considerados elitistas, acomodaticios.

 

Dignificó la figura del escritor

En su propia apariencia, se evidencia como el poeta que cuida, construye una imagen propia —¿aun para la posteridad?—; en la reunión de fotografías reunidas en Efraín Huerta. Iconografía (FCE, 2014) se observa al poeta no sólo en momentos de su vida familiar, sobre todo se advierte la riqueza de los ámbitos culturales que él frecuentó: ya posando de perfil junto a la bandera soviética, ante un tren, platicando con una mujer indígena, o al lado de María Félix y Agustín Lara. El periodismo fue una práctica cotidiana desde los diecisiete años (en El Estudiante, de Irapuato, donde publicó sus primeros poemas “Lluvia nueva” y “Paisajes dudosos”) hasta sus días finales.

Una muestra de este ejercicio ha sido reunida por Carlos Ulises Mata en El otro Efraín. Antología prosística. Este trabajo, es natural, traza sus temáticas y registros en la coyuntura y en la concisión que con el tiempo, por desgracia, se ha tornado en superficialidad, banalidad; priva la ocurrencia sobre la reflexión; el “impacto” (sic) sobre la coherencia. Huerta asume su oficio con profundidad crítica, no sin ironía; en sus crónicas y columnas se encuentran el contexto (que nos sitúa en el tiempo y deja rastros de personajes y lugares), la reflexión y la postura ideológica. Reaparecen temas, motivos que serán constantes en las afinidades, disensiones y búsquedas del poeta.

La compilación está agrupada en cinco temas —“Libros y autores”, “Párrafos sobre artistas”, “Crónicas líricas y urbanas”, “Cine”, “Artículos políticos y de actualidad”, “Prólogos” y “Entrevistas”—. Lo cierto es que cada lector tendrá su propia enumeración temática.

 

La pasión por el cine

La recepción de una antología de cerca de seiscientas páginas a más de tres décadas de la muerte de su autor será reveladora. ¿Qué perspectiva adquieren los textos para los lectores adultos, los de edad media y, por supuesto, para los jóvenes que poco o nada saben del poeta? Este caso lleva a la pregunta: ¿cómo se transforman los textos de un autor al ser compilados y delimitados —en diferentes direcciones—, lejos de las circunstancias y propósitos que los gestaron?

Entre temas y bifurcaciones múltiples que nos deja esta antología, es la pasión de Huerta por el cine que rebasa la labor crítica; en sus consideraciones, anécdotas y conclusiones siempre hay un tejido entre la creación y sus procesos (es notorio su interés por los guiones), la necesidad de explicar los acontecimientos culturales dentro de la llamada “realidad nacional” (pensar en la época de oro del cine mexicano: algunos de sus protagonistas están presentes en las crónicas de Huerta de esta compilación).

Es notable el estudio introductorio de Ulises Mata, que en sí mismo es un volumen, además del deslinde: nos introduce en los leit motiv huertianos, en los temas propuestos en su compilación, y da cuenta de los estudiosos de la obra de Huerta —entre los que destaca a Mónica Mansour, Guillermo Sheridan y Alejandro García— de la imposibilidad de reunir la obra completa prosística del poeta que escribió con no pocos seudónimos.

Esta compilación es una aportación a la historia de la literatura mexicana que aún está por escribirse. También es una mirada, es natural, con sesgos —la de Ulises Mata— de una posible autobiografía intelectual de Efraín Huerta.

El otro Efraín. Antología prosística,

  1. y selec. de Carlos Ulises Mata, FCE, 2014.