No vamos a ganar el mundial de futbol pero sí podríamos ganar dignidad, seriedad y credibilidad.
Hasta en política, para ganar es mejor comprar boleto…
José Elías Romero Apis
En ciertas ocasiones pensamos si, ante nuestros problemas colectivos, requerimos tan de buena suerte o, además, de algunos milagros. En la política, como en todo espacio del acontecer humano existe la buena suerte y, también ¿por qué no?, existen los milagros.
La distinción entre una y otros es de naturaleza causal y no resultante. Es decir, tiene que ver con la causa eficiente de lo que se produjo, aunque lo producido haya sido lo mismo en uno y en otro caso. La buena suerte sería sacarse la lotería comprando el boleto premiado. El milagro sería sacársela sin siquiera comprar boleto. La consecuencia es la misma pero el origen es el distinto.
Felipe Calderón ganó la elección presidencial, entre otras razones, porque tuvo buena suerte. Primero, que Vicente Fox no supiera tejer la trama para la sucesión de su favorito. Segundo, que Santiago Creel encontrara dificultades para triunfar ante el panismo interno. Tercero, que un PRI dividido hasta el encono, facilitara su propia y estrepitosa derrota, transfiriendo a Calderón votos gratuitos. Cuarto, que López Obrador no contara con la suficiente estructura de representación y vigilancia. Quinto, que el doctor Simi le quitara al Peje los pocos pero determinantes votos de victoria.
Pero, además de esos prodigios, Calderón había comprado su boleto. Determinó su estrategia, formó sus cuadros, se apartó de Fox, se deslindó del gabinete, trabajó su elección interna, propuso un discurso electoral sencillo, ganó el primer debate, pudo sortear el golpe del Hildebrando y hasta otras cosas que se dicen pero que a mí no me constan. Todo eso muestra que quería ganar. Y ganó.
A diferencia de ello, la victoria de Ernesto Zedillo fue un auténtico milagro. No era un salinista genuino. Sus cargos en el equipo de Salinas se debieron siempre a José Córdoba, no a Carlos Salinas, quien, incluso, llegó a sospechar y más tarde a comprobar su deslealtad. Murió Colosio, la Constitución se interpuso a los deseos salinistas en cuanto a suplencias, los opositores que siempre fueron obsecuentes al presidente le voltearon la cara cuando más los necesitaba, su temperamento le traicionó el cerebro y se decidió a favor de lo impensable. Zedillo no compró ningún boleto sino que el destino se lo llevó a las manos.
Todo esto nos lleva, en el terreno de la política real, por cierto la única en la que creo, a facilitar nuestras decisiones ciudadanas y hasta las gubernamentales. Nunca vamos a recuperar Texas ni California. Pero sí podríamos recuperar Monterrey y Acapulco. Nunca llegará una nave mexicana a la Luna pero si pudimos llegar a la reforma educativa, la energética, la de telecomunicaciones y la financiera. No vamos a ganar el mundial de futbol pero sí podríamos ganar dignidad, seriedad y credibilidad.
Y, al final de cuentas, es más importante lo que podemos ganar, con nuestro boleto y algo de buena suerte, que lo que podríamos esperar de los milagros.
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