La delincuencia organizada busca colocar sus alfiles dentro de las estructuras gubernamentales.

 

 

El trágico ejemplo de Ayotzinapa

 

Manuel Espino

Quienes luchamos desde diversas trincheras en las décadas de la llamada “transición a la democracia” siempre vimos en los instrumentos cívicos un ideal a perseguir: el plebiscito, el referéndum, las consultas y, sobre todo, las candidaturas ciudadanas.

Con sinceridad democrática, veíamos en estas herramientas un camino para aumentar la representatividad de nuestra democracia y lograr que la administración pública lo fuera genuinamente.

En ese contexto, el de la transición, hubiera resultado inconcebible que un demócrata criticara tan duramente la figura de las candidaturas independientes como lo hizo el actual presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova.

“Las candidaturas independientes pueden acabar siendo una ruta privilegiada para que al final del día lleguen a los órganos de representación intereses que no queremos que no estén ahí representados. No porque no seamos democráticos sino porque no son legales”, afirmó Córdova Vianello.

No le falta razón. Día con día vemos ya no señales de alerta, sino claras y evidentes confirmaciones de que la delincuencia organizada busca colocar sus alfiles dentro de las estructuras gubernamentales y apoderarse de sus más valiosos activos: la estructura territorial, la información que manejan y la capacidad de fuerza de las corporaciones policiacas.

En este sentido, el ejemplo de Ayotzinapa es tan trágico como contundente. La raíz de todo este mal se encuentra en un candidato que escapó de los controles de confianza de un partido, y no cualquier partido, sino uno de los tres más grandes de la república, para llegar hasta un espacio de poder que se usó no para servir al pueblo igualteco, sino a intereses y padrinazgos oscuros. Se trata, por supuesto, de un ejemplo extremo, que se reproduce en menor medida en diversos órdenes de gobierno.

La solución no estriba en traicionar los ideales de la transición democrática cancelando las candidaturas independientes, sino en haciéndolas cada vez más transparentes y abiertas al escrutinio público. Pero, sobre todo, en ir consolidando un electorado y medios de comunicación más maduros y críticos, que no brinden carta blanca a un candidato tan sólo porque lo respaldan las siglas de un partido político.

Lo que hay que analizar no son ideologías o militancias que poco o nada dicen, mientras que mucho ocultan. Lo genuinamente valioso es sufragar por candidatos con prestigio por su reconocido raigambre social y por su acreditada trayectoria de servicio, justo el tipo de abanderados que han dejado de ofrecer a la sociedad los partidos tradicionales.

Es ahí, en los lazos comunitarios de los candidatos y no en el color de su camiseta, donde se encuentra la verdadera prueba de honestidad y de capacidad para servir a México.

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