Culturas originarias
Aquí en la tierra es
el sitio de los desencarnados.
Cantares mexicanos
José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
La indisoluble presencia de la muerte en la vida de las culturas ancestrales de Mesoamérica provocó irrepetibles expresiones artístico filosóficas capaces de sorprender a una sociedad que aparentemente rehúye el encuentro con el indeclinable destino que implica la mortalidad y el irremediable paso al Ximoayán, el lugar de los desencarnados, en el que el alma se liberaba del cuerpo que le había acompañado en vida.
Para las culturas originarias del ahora desarticulado México, la muerte sin sentido era impensable y por tanto inexistente; todo fallecimiento debía tener una causa y un efecto trascendentes, lo que aseguraba al alma o bien una precaria permanencia en el Mictlán durante cuatro años o la inmortalidad en felicidad, ya fuese en el Tlalocan, si se muriese ahogado, o en el Omeyocan, si se alcanzaba la muerte gloriosa en la guerra, en sacrificio ritual o en un parto.
La creencia en la trascendencia de una vida en alguno de estos míticos espacios facilitó el sincretismo religioso con la visión judeocristiana de frailes y sacerdotes, provenientes de ese concepto medieval español por el cual la muerte es casi un acto de piedad divina y, por tanto, una acción liberadora del suplicio por una vida plagada de tentaciones que esclavizan el alma a padecer en el valle de lágrimas al que el pecado original condenó a la humanidad.
Las discordancias entre estas creencias se entrelazan para dar origen a la festiva actitud que asume la muerte en el México decimonónico, para cuya sociedad la calaca, la huesuda logran integrarse al imaginario colectivo hasta transformarse en la sofisticada Catrina Garbancera, que el genio de José Guadalupe Posada concibió para ilustrar Las Calaveras, a través de las cuales el ingenio popular criticaba a una sociedad sujeta, como ahora, a la violencia en su expresión dictatorial.
Insertas ya en nuestra vida pública, las manifestaciones provocadas por las festividades en torno a la muerte son expresión pura de la simbiosis entre ancestrales creencias y una dinámica social lamentablemente transformada en 2006 por la violencia criminal que ensombrece las celebraciones mortuorias con un manto de agravio e indignación ante las imparables muertes sin razón de víctimas inocentes.
Éste es el lamentable contexto en el que las comunidades de Ayotzinapa, de Iguala, de la Montaña guerrerense, así como los pobladores de la Tierra Caliente michoacana, la sociedad tamaulipeca o la comunidad estudiantil de Guadalajara recordarán a los muertos y los desaparecidos por esta imparable ola de violencia criminal, estas muertes sin sentido provocadas por la ambición, la corrupción e impunidad que nos arrebataron el país.
