Con el PRD “herido de muerte”, según dijo Alejandro Encinas, es de esperarse que Cuauhtémoc a sus vigorosos 80 años busque acomodo.
Se acelerará la pudrición
Humberto Musacchio
Tiene razón Carlos Navarrete. Con la salida de Cuauhtémoc Cárdenas “se cierra una etapa en la vida del PRD y se abre otra”. Termina, si algo quedaba, la era de esperanzas que significó la fundación del Partido de la Revolución Democrática y comienza una edad oscura, ratonera. Por fin los Chuchos se quedan al frente pero ya sin su mayor contrapeso. Ahora comienza un tiempo en el que la pelea será entre los presuntos vencedores.
El PRD llegó a disputar el poder, el que puede, en 2006 y 2012. Eso es historia. Con la salida de quienes ahora están en Morena y ahora con la renuncia al partido de su fundador y más relevante figura, el perredismo entra en un proceso de acelerada pudrición en el que la discusión ya no será por aspectos programáticos o doctrinarios ni por estrategias electorales o tácticas de lucha. Simple y sencillamente, el pleito será por el dinero y un número cada vez menor de cargos públicos.
Sumido en el fangal de un desprestigio trabajado hasta el último detalle, el futuro que espera a los amarillos es que se produzcan nuevos desprendimientos —todavía queda gente de convicciones en el partido del sol—, en unos casos por firmeza ideológica y en otros porque la tribu encaramada en la dirección no estará ni está dispuesta a soltar nada.
Las defecciones futuras servirán, la mayoría, para nutrir las filas de Morena, pero habrá otros que busquen acomodo en diversos partidos, y los menos se irán a casa rumiando su decepción. No será algo nuevo, pues el PRD tiene un cuarto de siglo sufriendo escisiones; lo grave para los que se quedan es que la imagen de su partido acabará por desdibujarse totalmente hasta no representar ni la sombra de aquellas enormes expectativas que despertó al momento de su creación.
La salida de Cuauhtémoc no es un incidente menor ni puede contabilizarse como si fuera una baja más. Se trata de la principal figura fundadora del perredismo, del político que fue senador y gobernador de Michoacán, del priista que se atrevió a decirle no a un presidente, del hombre que asumió la candidatura ciudadana de 1988 jalando tras de él a miles de políticos y a millones de mexicanos demandantes de un cambio.
En la arena republicana no existen los derechos de sangre, pero sí las herencias irrenunciables. Cárdenas es hijo del general de América que dijera Neruda, de una de las más grandes figuras de la historia nacional, de ésas que concitan el orgullo de los patriotas verdaderos y la admiración de los demócratas del mundo.
Cuauhtémoc, fiel a ese legado, es en varios sentidos un símbolo de las luchas del pueblo mexicano, un estandarte que resume anhelos y alienta nuevas gestas. Al dejarlo ir, el PRD pierde a su referente principal, al líder que le arrancó al PRI miles de cuadros y fue capaz de aglutinar en torno de él a partidos y grupos de una izquierda variopinta.
Por supuesto, no hay políticos perfectos ni Cuauhtémoc lo es. La muy larga cadena de defecciones se inició cuando él era dirigente del PRD porque no contuvo a la pandilla de aduladores que en su nombre saboteaban el trabajo de quienes no llegaban del PRI y marginaron o echaron del partido a los dirigentes de izquierda, desplazamiento que eliminó el principal contrapeso de los arribistas y negociantes.
En suma, Cárdenas tiene alguna responsabilidad en el empoderamiento de los Chuchos y en las corruptelas de otras pandillas. Pero no toda la culpa es del michoacano. Otros dirigentes cedieron generosos espacios a los corruptos con tal de avanzar hacia las candidaturas. Para muestra, baste decir que Andrés Manuel López Obrador abrió la puerta al control de los Chuchos con tal de ser candidato presidencial, en la idea de que una vez en el poder tendría la fuerza y los recursos suficientes para ponerlos en orden e incluso para echarlos del partido que ahora controlan. Por la razón que sea no hubo tal llegada al poder y tampoco las enmiendas que sólo se pueden realizar cuando se tiene la sartén por el mango.
Al día siguiente de su renuncia al PRD, Cuauhtémoc declaró que da por concluida su militancia en los partidos, pero es difícil creer que se retire sin más de la política. Es algo que lleva en los genes, una vocación indeclinable que no se pierde con los años. De ahí, pese a todo, que sea oportuno preguntarse si buscará un partido pequeño que lo haga candidato presidencial en 2018 o si pactará con López Obrador y se irá a Morena. En el primer caso se trata de un camino ya andado, pero donde puede apostar todo su prestigio y su historial, como ya lo hizo en 1988. Parece más factible que se produzca un eventual arreglo con AMLO, aunque ahí pesan mucho los antecedentes.
Cárdenas sacó a López Obrador de Tabasco y del PRI para convertirlo en una figura de proyección nacional y las cosas entre ellos marcharon más o menos bien mientras el tabasqueño no le hacía sombra al hijo del general. Pero en 2005 todo eso cambió, AMLO, después de una brillante gestión al frente del gobierno capitalino, se convirtió en candidato del PRD a la Presidencia de la República y ahí, si no es que antes, se produjo un rompimiento que en 2012 fue mucho más lejos, pues Cuauhtémoc aceptó un cargo público en el gobierno de Felipe Calderón.
Para decirlo en breve: las relaciones entre Cuauhtémoc y López Obrador son malas, pero ambos son políticos y entienden la necesidad de aliarse hasta con el diablo si eso les garantiza seguir en la jugada. A nadie le extrañe que cualquier día se anuncie un pacto entre ambos personajes que pasaría por un cambio de nombre de Morena, para crear un partido de otra denominación que tendría a Cárdenas al frente y a AMLO como candidato presidencial, o algo así.
Con el PRD “herido de muerte”, según dijo Alejandro Encinas, es de esperarse que Cuauhtémoc a sus vigorosos 80 años busque acomodo. A donde vaya tendrá que hacer eso que hoy lo aleja del PRD: “compartir responsabilidades de decisiones tomadas por miopía, oportunismo o autocomplacencia en las que no haya tenido cabida la autocrítica”. Será así porque la política es el arte de tragar sapos y en todo caso lo discutible es el tamaño. Nada más.