Bernardo González Solano
Según encuestas, la mitad de los alemanes no recuerda la fecha exacta del inicio del levantamiento del Muro de Berlín —el 13 de agosto de 1961, por órdenes de Walter Ulbricht, presidente del Consejo del Estado de la República Democrática Alemana (RDA), que el 15 de junio del mismo año declaraba que nadie tenía la intención de construir un “muro”—; lo cierto es que en la madrugada de aquel día la antigua capital germana amaneció dividida (herida) por kilómetros de zanjas y alambradas, que serían el preámbulo del Muro (en alemán: Berliner Maurer, que las autoridades de la RDA denominaron Anifaschistischer Schutzwall— Muro de Protección Antifascista—; y que la opinión pública internacional llamó Schandmauer: “Muro de la Vergüenza”), y que duraría 28 años, hasta el 9 de noviembre de 1989, cuando el pueblo dijo: “basta”.
Cuando el Muro se inició, ya habían pasado 16 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, pero sus secuelas estaban muy lejos de haber terminado. La Guerra Fría duraría tres décadas más, hasta 1991, cuando desaparece la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), bajo el gobierno de Mijail Gorvachov (1931) y su perestroika, razón por la cual todavía hay muchos rusos que lo consideran traidor.
A principios de los famosos años 60 del siglo pasado, lo que sucedía en la antigua capital alemana (el derruido Berlín), también repercutía en muchos universitarios mexicanos, algunos de los cuales cursaban la carrera de Diplomacia en la antigua Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Perdón por el recordatorio. Un compañero de páginas en esta revista, el laureado escritor y académico René Avilés Fabila y el firmante éramos condiscípulos. El Muro de Berlín era tema obligado, sobre todo para aquellos jóvenes universitarios, que querían saber más sobre los “buenos” y los “malos” en la derrotada Alemania, el doblegado Tercer Reich que soñó en cumplir mil años y solo duró 12 (1933-1945), nada que ver con lo que los nazis consideraron el Primer Reich, el Sacro Imperio Romano Germánico que tuvo diez siglos de vida.
Hoy domingo, 9 de noviembre de 2014, se cumplen 25 años del derrumbamiento de esa ignominia y, según Ferdinand von Schirach (Munich, 1964), uno de los abogados penalistas más famosos de Alemania, amén de exitoso escritor, “no hay que olvidar que en esta ciudad (Berlín) se produjo hace 25 años, un verdadero milagro; una revolución pacífica, sin derramamiento de sangre y sin ejecuciones, que echó abajo el Muro. Ha sido la revolución más hermosa que ha tenido lugar en este mundo”.
Muchos actos de distinto género tendrían lugar con motivo de este aniversario. Para la historia, un cuarto de siglo no es nada, pero para los que toman parte en sucesos de este tipo es mucho. Una vida. Por ejemplo, siete días antes del aniversario, la canciller federal de Alemania, Angela Merkel (née Angela Dorothea Kasner, Hamburgo, el 17 de julio de 1954, pero desde sus primeros meses vivió en la desaparecida República Democrática Alemana; estudió física en la Universidad de Leipzig donde se doctoró en 1986 con una tesis que obtuvo la calificación de “sobresaliente”); Angela es la primera mujer alemana que gobierna su país desde 1871, cuando Alemania se volvió un Estado moderno; es políglota, habla fluidamente ruso e inglés), encabezó una ceremonia en Bonn para conmemorar la caída del Muro que dio pie para terminar con la división de Alemania: República Federal de Alemania (RFA) y la República Democrática Alemana (RDA). A orillas del río Rhin, la canciller sembró tres árboles en la antigua capital de la RFA para simbolizar el crecimiento conjunto de Alemania, dividida entre 1945 y 1989, cuando cayó el Muro de la Vergüenza. Pala en mano, la gobernante germana, que lleva nueve años en el poder, plantó, colocados en forma de triángulo, un roble, una haya y un pino. No sé si en Alemania esta manera de sembrar árboles tenga algún significado, pero en la santería cubana (que se practica en México) es un símbolo para enfrentar al diablo y reducir el peligro. Merkel dijo al sembrarlos: “Esto significa el símbolo de la unidad alemana, el momento más hermoso de nuestra historia reciente…La historia alemana muestra que es posible un cambio para mejor”.
El sábado 1 de noviembre, en su video mensaje semanal, Angela Merkel homenajeó la valentía de aquellos ciudadanos que formaban parte de movimientos populares contrarios al régimen comunista de la RDA hace 25 años. Sin esos manifestantes “todo este proceso habría sido mucho más difícil. Por eso debemos expresar nuestro agradecimiento”. Recordó la canciller que aquel 9 de noviembre de 1989, con una amiga, tomó parte en una marcha cuando cayó el muro: “Fue una sensación indescriptible que no olvidaré nunca”.
La existencia del Muro de Berlín durante 28 años, indudablemente marcó a los alemanes de una y otra parte. Pero no solo a ellos. La reacción occidental estaba viva. En 1963, una coproducción México-España rodó una película sobre el tema: El niño y el muro, filmada en Berlín, y dirigida por uno de los mejores directores mexicanos, Ismael Rodríguez —el que dirigió varias de las más famosas películas del ícono artístico nacional por excelencia: el sinaloense Pedro Infante Cruz, Nosotros los pobres, Los tres huastecos y Tizoc—, y como productor Fernando de Fuentes, cuya esposa, la hermosa Yolanda Varela, fue la principal protagonista de esa película.
Sin ser la mejor película rodada sobre el histórico tema del Muro —por cierto, ese filme ideal todavía está por aparecer—, la coproducción mexicano-española, en blanco y negro, tiene validez. Es la historia de un niño alemán, Dieter, que vive en la parte occidental de Berlín al que la construcción del muro que divide a los “buenos” de los “malos” es simbólica. El niño, en último término, no sabe ni de buenos ni de malos, pues la pérdida de su pelota que lanza al otro lado del muro solo significa que no puede seguir jugando con ella en la calle. Porque el niño, entre 6 y 8 años, no entiende de políticas ni del porqué está ahí el Muro. Dieter, desde su inocencia solo ve algo que le impide jugar (vivir, digamos), en libertad. El meollo y el mensaje de la película: la libertad, siempre la libertad. La película mexicana-española no desmerece de otras como Pink Floyd The Wall (1982), que algunos consideran como ícono artístico del Muro de Berlín.
La bibliografía que ha producido el Muro de Berlín es abundantísima. Su literatura, propiamente hablando, tiene muchas facetas. No toda es de calidad, hay mucho planfetismo, lo cierto es que nadie ha quedado al margen del “muro de la vergüenza”. En un reportaje, como este, hay que seleccionar con cuidado las citas para no caer en la verborrea.
Por ejemplo, Lea Cohen (Sofía, 1942), ex directora de la Filarmónica de Sofía y embajadora de Bulgaria ante la Unión Europea y la OTAN de 1991 a 2001, y escritora, en un corto artículo sin desperdicio, titulado Esqueleto de una época pasada, dice: “El Muro de Berlín, la frustración de la división de Alemania tenía, según los cálculos oficiales, 155 kilómetros de largo, pero en realidad era la parte visible de los 3,000 kilómetros de la Cortina de Hierro —como le llamamos en México, BGS—, que traspasaba casi toda Europa. Detrás de esta línea divisoria, custodiada rigurosamente, 100 millones vivían en Europa del Este. Unos caminaban en marcha disciplinada como los alemanes en Berlin Alexanderplatz, pero otros preferían el rock and roll, los plátanos y la prensa libre, y estaban dispuestos a todo para alcanzarlos.
Los alemanes de la zona Este se fugaban e incluso sobrevolaban el Muro en aerostatos para llegar al bienestar del “otro lado”… Al mismo tiempo, los fugitivos de los países del Este pasaban arriesgando sus vidas por los alambres de sus fronteras y por los ojos de aguja de los servicios de inmigración de los países occidentales que los mantenían meses en campamentos aislados…Después de la caída del Muro, los alemanes se vieron todos a la vez “del otro lado” gracias a la unificación. Mientras que nosotros, los demás de la Europa del Este, nos quedamos en casa, donde teníamos que empezarlo todo de nuevo y casi sin ayuda…Una de mis últimas novelas, Adiós, Bruselas (2012), está dedicado a este tema que constituye un problema para miles de búlgaros que han abandonado su país buscando una vida mejor…El tema de la división entre el Este y el Oeste está presente en casi todas las 10 novelas que tengo escritas.
Para mí no está agotado el tema ni ha perdido su importancia…Durante 28 años fue el símbolo de la prohibición de vivir conforme a nuestros propios conceptos…Un trozo original del Muro se encuentra a unos 300 metros de mi casa…paso (a su) lado sin emoción, como si lo hiciera ante los restos del esqueleto de una época pasada”.
Durante 28 años, los alemanes que vivían en la RDA tenían absolutamente prohibido su paso a cualquier país occidental, incluido el propio Berlín Oeste, 600 guardias fronterizos y 300 torres de vigilancia velaban por que así fuera.. En el intento de salir de la “cárcel comunista”, 239 alemanes perdieron la vida, aunque otras fuentes dicen que fueron más víctimas de las que nunca se supo nada.
El Muro, además de dividir Alemania, ponía el límite ideológico entre la Europa capitalista y la Europa comunista. Sus creadores olvidaron que el hombre y su libertad, por esencia, no pueden tener límites. Hace 25 años, el Muro de Berlín cayó por su propio peso, el peso de la voluntad humana. VALE.
