Carmen Galindo

Se cumplen, este 3 de diciembre, 100 años del nacimiento de María del Carmen Millán. La primera mujer en ingresar a la Academia Mexicana de la Lengua. La única en dirigir el canal 13, cuando éste era estatal. La directora, en fin, de la mejor colección de libros de la Secretaría de Educación Pública, SEPSetentas. Nuestra maestra, la de todos los egresados de la carrera de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM. Fue maestra hasta de Huberto Batis, quien esta semana me comentó que cumple 50 años de maestro.

Las fichas bibliográficas

Apenas me vi dueña de un espacio en un periódico, la columna que generosamente me cedió Edmundo Valadés, escribí en contra de la forma de enseñanza de La Millán. (Lo de la Millán no era peyorativo, era como se les dice a las divas o a las escritoras, la Félix, la del Río, la Beauvoir o la Woolf). La Dra. Millán nos hacía llenar fichas bibliográficas con los encabezados y contenidos siguientes: argumento de la obra, tema de la obra, personajes principales, estilo de la obra, ideas sociales y políticas del autor. A los anteriores apartados, algunas de sus alumnas, que fueron mis maestras en la preparatoria, (Guadalupe Sánchez Azcona de Garza Galindo y Carolina Cordero) añadían una ficha más con el tema: biografía del autor. En esta estricta división por elementos, sospechaba yo, y creo que tengo razón, la forma de investigación positivista, vale decir una sobrevivencia de la filosofía de “los científicos” del Porfiriato. A esas alturas, ya había leído ¿Qué es la literatura? de Jean-Paul Sartre, donde el filósofo existencialista muestra la falacia positivista de que no basta decir que al agua la componen dos partículas de hidrógeno y una de oxígeno, porque el agua surge, no por los ingredientes que la componen, unos por decirlo así al lado de los otros, sino por su dialéctica, vale decir por el encuentro o choque de las dos partículas de hidrógeno con la de oxígeno. Del mismo modo, y de esto se ocuparán décadas después, los estructuralistas, la obra literaria, no es la suma de sus partes, sino su sistema de relaciones. Así, de modo soterrado, porque nunca mencioné el nombre de mi maestra, concluía muy oronda: el todo es superior a la suma de las partes.

Semanas después, la Dra. Millán le comentó a Valquiria Wey, “dígale a Carmen Galindo que ya sé que está ahora dando mi clase, que la felicito, pero que tenga cuidado, porque los alumnos son muy traidores”. Meses después, una alumna me invitó a ser sinodal en su examen profesional sobre la novela del petróleo con una tesis dirigida por la Mtra. Millán. Le dije a la alumna, “yo encantada, pero mejor pregúntale a la Dra. Millán si quiere que yo sea sinodal con ella”. Contestó que desde luego y en el examen estuvo muy cordial conmigo iniciando sus frases como siempre que hablaba con sus alumnas: “Mire, niña…”.

Y hace unos días, cuando Rubén Sánchez Monsiváis hizo el elogio de la maestra, que el lector puede leer ahorita mismo líneas arriba, me di cuenta de que en la diferencia entre el argumento (o trama) y el tema está el quid que trato de explicarles a mis alumnos. El argumento de La muerte de Artemio Cruz relata la agonía del protagonista, un revolucionario que se enamoró de una mujer y luego se casó con otra por interés y, en fin, las demás peripecias que se cuentan en la novela. En cambio, el tema de Artemio Cruz es la del revolucionario enriquecido, el de la época alemanista, de cuando la revolución se bajó del caballo y se subió al Cadillac. Las peripecias son la tarea del novelista, el tema, que por supuesto también lo aporta el autor, es lo que interesa al estudioso de la literatura. En otras palabras, que los árboles (las peripecias o los detalles) no nos impidan ver el bosque (el conjunto). De eso depende la comprensión de la obra literaria, aunque sea mediante el método positivista.

Los consentidos de la profesora

Era público y notorio que siempre se hacía acompañar por alumnos hombres. Al que más recuerdo es al guapo argentino Luis Mario Schneider, pero la mayoría habla y con razón, porque fue su acompañante más fiel, de Héctor Valdés. (La verdad, y no resisto consignarlo aquí, a Héctor lo ligo más con mi queridísimo Luis Prieto, con el novelista Manuel Puig y, por supuesto, con Paz Cervantes). Luis Mario y Héctor eran sus acompañantes, una vez Cristina Pacheco me mencionó el nombre de uno de los enamorados de la Dra., pero lo he olvidado). De sus ayudantes femeninas, hay que recodar, además de Carolina Cordero, a Ana Elena Díaz y Alejo.

Capítulo aparte merece el Diccionario de escritores mexicanos. En esta investigación la auxiliaban Ernesto Prado Velázquez y Aurora Ocampo, quien a la fecha es quien dirige la obra monumental. De modo harto ingenioso, se solicitaba y así se hace hasta la fecha, la información al propio autor, quien por aquello de la egoteca, ha guardado hasta la última notita, no digamos la primera, que se escribió sobre su obra. De este modo, los investigadores le hacen un cuestionario al autor y escriben una nota biográfica y luego, la bibliografía directa en orden cronológico del más antiguo al libro más reciente y luego, la indirecta, lo que se ha escrito sobre el autor. Por supuesto, que este método como todos tiene sus problemas. Para empezar en el diccionario de escritores hay más autores muertos que vivos, a Sor Juana no se le puede solicitar su bibliografía, hay que investigarla. El otro es evidente, la breve nota biográfica de un autor secundario puede llegar en alas del ego a ser tan voluminosa como Las confesiones de Rousseau, y otro autor, digamos Juan Rulfo, enviar una bibliografía tan breve, (apenas dos libros y algún guion) que no permiten, si falta el ojo crítico, vislumbrar su importancia. Existen otros problemas. Recuerdo que a alguien le pareció demasiado breve el espacio dedicado a Alfonso Reyes. Sin embargo, ahí está el Diccionario de escritores mexicanos, ahora en manos de Aurora Ocampo, como una investigación insuperada.

Los SepSetentas

Líneas arriba dije que los SepSetentas es la mejor colección publicada por la Secretaría de Educación Pública. No, no se me fue de la cabeza, los libros clásicos de Vasconcelos, pero esa selección, que es excelente y que qué bueno que se publicó, cede a los SepSetentas, cuando pensamos que estos libros editados por la Dra. Millán estaban recién salidos del horno, eran textos en ciernes, primicias. No eran clásicos, pero mostraban la incesante creación de los investigadores mexicanos. No eran los clásicos, pero eran los vivos.

En su obra personal, dos volúmenes apenas, sus alumnos nos beneficiábamos por lo que había estudiado como paisajistas a Othón o a Altamirano, como precursores a Justo Sierra o a López Velarde. Todos dimos clase de Literatura mexicana, con su libro que era más manejable que el de Carlos González Peña que era con el que la mayoría de entonces nos habíamos formado. Fue fundadora, con Carmen Moreno Toscano, de la legendaria revista Rueca, donde colaboraron sólo mujeres. Era amiga muy cercana y querida del maestro Salvador Novo por quien tuve oportunidad de tratarla más de cerca, pues era invitada a las comidas en La Capilla o en mi casa con los alumnos de Novo. Visitaba, me consta, a Clementina Díaz y de Ovando, quien más tarde fue la cronista de la Universidad.