Ricardo Venegas

En la edición bilingüe de The selected poetry Gabriel Zaid (Paul Dry Books Filadelfia, Estados Unidos, 2014), Octavio Paz advierte en el prólogo: “Aunque Zaid es cristiano, su poesía viene de una tradición más amplia, que abarca el Neoplatonismo y el Budismo en sus extremos complementarios: la instantánea percepción de la plenitud del ser y la contemplación —igualmente instantánea— de la vacuidad de todo lo que es”. Es en esa percepción del ser donde Zaid ha sabido cernir lo auténtico y lo esencial de aquello que no lo es. Lejos de los reflectores, que muchos buscan como una meta para hacer más poeta que poesía, Zaid es un escritor al que es posible encontrar en su obra.

Como ingeniero o como el intelectual, se agradecen sus contribuciones a través del ensayo o del poema, es un guía en el camino de la escritura y es categórico cuando dice: “Quién sabe qué será una palabra en sí, un poema en sí, un libro en sí. Toda palabra lleva a otra, todo poema implica otros, todo libro es parte de esa conversación interminable, inabarcable y a veces ininteligible que llamamos cultura… un poema se vuelve otro según el conjunto del cual forma parte… Sin embargo, solemos pensar que hay poemas en sí, quizá con algo de razón”. En este escenario de vasos comunicantes el Zaid ensayista puede encontrar al poeta cuando la voz cruza la línea de los géneros; profético, cantor de la visión, dibuja nuestra actualidad: “No te levantes, temo/ que el mundo siga ahí./ Las nubes imponentes,/ el encinar umbrío,/ los helechos en paz./ Todo tan claro/ que da miedo”. Es la suya una escritura culta, pero al unísono cultivada con la sencillez que abraza a un lector no profesional. Quizás éste haya sido uno de los presupuestos mayores del propio Octavio Paz, apostar por la sencillez que los antiguos consideraban el más elevado ejemplo del saber. La obra de Gabriel Zaid es oportuna y aguarda a sus lectores como pieza única en la poesía mexicana perfeccionada por la pátina del tiempo.