“Entre más avanzaba el control chuchesco dentro del PRD, mayores eran sus audacias”
Se le identifica como “el partido de los asesinos de Iguala”
Humberto Musacchio
En el Partido de la Revolución Democrática, Cuauhtémoc Cárdenas es quien tiene la más grande autoridad moral. No la mayor autoridad política, porque ésa pertenece a quien controla los mejores cargos, las candidaturas, los dineros y el rumbo del perredismo.
Esa autoridad política la detenta la facción de los Chuchos, el grupo que viene desde el llamado Partido Socialista de los Trabajadores, aquella pandilla alentada por Luis Echeverría para quitarle votos a la verdadera izquierda. El PST estuvo capitaneado por Rafael Aguilar Talamantes, quien enseñó a sus pupilos que es muy buen negocio desplegar una retórica más o menos de izquierda para hacerle servicios a la derecha.
Talamantes mantuvo un férreo control de los dineros y los cargos del PST, lo que llevó a que en 1987, cuando se transformó en Ferrocarril (PFCRN), los discípulos más avezados se negaron a ir en el furgón de cola y al año siguiente optaron por incorporarse a la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas y a participar meses después en la fundación del PRD.
Paulatinamente, la gavilla desprendida del PST ganó posiciones en el nuevo partido, pero en 2006 vieron la culminación de sus gestiones cuando Andrés Manuel López Obrador, para amarrar la candidatura presidencial, aceptó que la dirección del PRD fuera para Jesús Ortega. De haber llegado AMLO a la Presidencia de la República, el PRD y los Chuchos habrían sido controlados por el Ejecutivo federal, pero pasó lo que pasó, fenómeno que muchos llamamos fraude electoral, y el tabasqueño no entró como vencedor en Palacio.
A partir de entonces, el control del PRD lo tienen los Chuchos y las otras corrientes se conforman con las migajas, aunque no sin pataleos. En la más reciente elección interna, la chuchiza, con el apoyo entusiasta de varios gobernadores, ganó por amplísimo margen, y con los números a su favor integró un comité ejecutivo del que marginó a todo el mundo, lo que suscitó una inconformidad generalizada en las filas amarillas.
Por supuesto, entre más avanzaba el control chuchesco dentro del PRD mayores eran sus audacias. Fue así como incursionaron en los bajos fondos del priismo y ahí tejieron alianzas con personajes indeseables hasta para el PRI. Lo hicieron por todos los rumbos de la república, pero tan inescrupuloso manejo de las candidaturas se convirtió en la serpiente que se muerde la cola. Se la mordió en Iguala, donde sin aceptar objeciones los Chuchos lanzaron de candidato a un individuo señalado por sus nexos con el crimen organizado.
Fue así como en Guerrero un tal José Luis Abarca, poseedor de una fortuna súbita, se convirtió en candidato a la alcaldía de Iguala y después en triunfador en unas elecciones donde corrió dinero a raudales para convertirlo en presidente municipal, pese a que su esposa, María de los Ángeles Pineda Villa, tenía dos hermanos ligados a una de las mafias que operan en Guerrero.
Por supuesto, nadie es responsable por los actos de sus hermanos, a menos que los induzca. Pero en el ámbito de la política, ya se sabe, importa ser, pero también parecer, y no parece muy recomendable tener parientes tan cercanos metidos en actividades delictivas. Pero nada de eso le importó al grupo dominante del PRD.
No conformes con hacer presidente municipal al señor Abarca, los Chuchos se empeñaron en llevar a María de los Ángeles Pineda al cargo de consejera del partido, de donde a la vuelta de unos meses pasaría a ser candidata al mismo cargo que ocupaba su marido. Para entonces las denuncias corrían dentro y fuera del partido, pero los Chuchos nunca mostraron preocupación por la pésima imagen que proyectaba tan nefasta maniobra.
Con el matrimonio Abarca ensoberbecido, se convirtieron en señores de horca y cuchillo en Iguala y sus alrededores. Por supuesto, no estaban dispuestos a aceptar en su feudo la actividad de los normalistas de Ayotzinapa, quienes —al parecer— interrumpieron un acto en el que la señora era la oradora principal, lo que despertó las iras de la mujer.
Los estudiantes fueron perseguidos y baleados y hasta los chamacos de un equipo de futbol resultaron agredidos por la fuerza pública, con saldo de seis muertos, uno de ellos desollado (le arrancaron los ojos y la piel de la cara), una veintena de heridos y 43 detenidos de quienes a la fecha no se conoce el paradero. Todo ocurrió ante la pasividad del batallón acantonado en Iguala, pues según el procurador general de la república, el ejército sólo actúa bajo rigurosas órdenes, aunque sin órdenes participó en la persecución de los estudiantes.
El caso ha tenido amplia difusión y no es éste el lugar para abundar en detalles. Importa aquí destacar que al PRD, que nació como una organización opuesta a los abusos del poder, hoy se le identifica como “el partido de los asesinos de Iguala” y, como suele suceder, eso ha dado pie para que cuentas viejas y nuevas se acumulen sobre su escritorio.
El partido del sol azteca había salido golpeado pero vivo de la reciente escisión encabezada por López Obrador. En su historial había muchos episodios poco edificantes, pero ante la ciudadanía era la fuerza de izquierda, la opción ante el PRI y el PAN. Eso era, pero hoy al PRD lo meten en el mismo saco que a sus contrincantes y la mayor preocupación es para las fuerzas sanas del partido, que las hay.
Ante el inmenso desprestigio en que cayó el perredismo por los hechos de Iguala, Alejandro Encinas, senador del PRD, exige a la dirección que aclare debidamente todo el enjuague, especialmente los nexos con Abarca. Como respuesta, Encinas fue agredido en Jalapa y ha recibido palabras insolentes de los dirigentes impugnados.
Apenas el lunes 17 de noviembre apareció un desplegado de Cuauhtémoc Cárdenas en el que pide la renuncia en pleno del comité ejecutivo del PRD y la integración de una dirección provisional, lo que permitiría mostrar alguna autoridad moral y participar “en la solución de la crisis múltiple que golpea a la nación”.
El hijo de el General de América no ha tenido que esperar por la respuesta, pues Carlos Navarrete, quien encabeza la actual dirección perredista, ya salió a declarar que es un “sinsentido” la demanda de Cárdenas, si bien dejó abierta la posibilidad de que el asunto se discuta en una instancia superior.
Por supuesto, hay preocupación entre los perredistas de buena fe y aun entre quienes manejan el partido como un negocio particular. En medio de las diferencias, la disyuntiva es clara: o cambia radicalmente el PRD —cosa que parece imposible— o el precio de sus desatinos lo pagará en las elecciones del año próximo. Y todo augura que va en camino de convertirse en un nuevo PPS…