Miguel Ángel Muñoz

México siempre fue y es una tierra de extremos. Un país de polarizaciones radicales, que tenemos que comprender a partir de nuestra compleja historia. En 1925, Lawrence escribió en La serpiente emplumada: “Cada vez que un mexicano grita ‘¡Viva!’, concluye la proclama con un ‘¡Muera!’. Cuando pienso en las revoluciones mexicanas veo un esqueleto que avanza a la cabeza de una multitud llevando una pancarta negra que ostenta en grandes caracteres blancos ‘¡Viva la muerte!’”. Una expresión tópica, que sin embargo impregna, la figuración de nuestra cultura social, política y artística. Pienso en el muralismo narrativo y simbolista de la década de los treinta del siglo XX —Orozco, Rivera, Siqueiros—, quizás el momento de mayor tensión expresiva en el arte mexicano. Y en que mejor momento se da la transición de reconstruir el Teatro Nacional del porfiriato, realizado por el arquitecto Federico Mariscal en 1904, que buscó generar un espacio de integración de las artes (escénicas, musicales y plásticas). Meses antes de la inauguración en 1934, José Clemente Orozco y Diego Rivera, recibieron la comisión oficial de pintar los muros del segundo piso. Tanto Orozco como Rivera habían radicado en Estados Unidos realizando diversos murales y se habían consagrado como artistas internacionales. Orozco pintó murales en Pomona, Darmouth y Nueva York. Junto al pintor neoyorquino Benton, Orozco pintó en 1930 los frescos, hoy legendarios, de la New School for Social Research. Rivera, en San Francisco y Detroit, y fue el primer artista mexicano en exponer una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Diego Rivera regresa a México con muchos éxitos, pero también con el fracaso y el escándalo sobre “El hombre en el cruce de caminos”, comisionado por Nelsol Rockefeller, que culminó en la destrucción del mural del Centro Rockefeller de Nueva York. Rivera recuperó la composición destruida del Centro Rockefeller para adaptarla al espacio más pequeño que le habían asignado en el Palacio de Bellas Artes. En 1934 eligió un nuevo título: “El hombre en la encrucijada mirando con incertidumbre pero con esperanza y una visión alta en la elección de un curso que le guíe a un nuevo y mejor futuro”, pero también se ha conocido como “El hombre controlador del universo”. El fresco, realizado a la manera tradicional, presenta a un obrero poseedor de la energía eléctrica-biológica que brota de la esfera sostenida por una mano máquina.

El Dr. Atl, llevaba varios años exigiendo los muros de los edificios públicos, y de alguna forma su idea era finalmente materializada por una generación más joven, formada en las vanguardias y el marxismo. “Los artistas descubrieron —dice Octavio Paz— el arte moderno al mismo tiempo en que, por obra de la Revolución mexicana, descubrían la realidad oculta pero viva de su propio país. Sin ese doble descubrimiento no habría existido el movimiento pictórico mexicano. La Revolución reveló a los mexicanos la realidad de su tierra y su historia; el arte moderno enseñó a los artistas a ver con ojos nuevos esa realidad”. Dichos ideales por fin podrían ser expresados en los murales. Fue entonces cuando se definió la idea de incorporar las galerías y los espacios del segundo piso al proyecto de un Museo Nacional de Artes Plásticas. Bien decía Orozco, “fueron materializándose y transformándose en la pintura mural, pero no de buenas a primeras, porque era necesario, antes que nada, una técnica, que no era conocida por ninguno de los pintores. Por tanto, hubo un periodo de preparación, durante el cual se hicieron muchos ensayos y tanteos”.

“Katharsis” es el mural realizado por Clemente Orozco entre 1934 y 1935, habla de la historia (de México y del mundo) y de los conflictos universales, su centro es siempre el individuo, no la sociedad. Esta alegoría sobre la guerra es una crítica a la sociedad de masas y denuncia los peligros del desarrollo tecnológico; muestra la anarquía general y la degradación social. Es clavo en el mural la preocupación por la catástrofe mundial.

Los murales de David Alfaro Siqueiros son: “Nueva democracia”, al que acompañan “Víctimas de la guerra” y “Víctima del fascismo”, los pinta entre 1944 y 1945. Los tres tableros corresponden a la idea del muralista sobre la “plástica pura”, es decir, una manera de pintar que debía romper los límites del cuadro. Otro mural de Siqueiros en Bellas Artes es “El tormento de Cuauhtémoc”, que concluye en 1951. En este mural Siqueiros logra reconstruir símbolos tradicionales y darle un nuevo sentido expresivo y dramático a uno de los capítulos más fascinantes de nuestra historia. Con Orozco, Rivera y Siqueiros quedaba claro que el realismo, nutrido por una tradición genuina y viva, podía constituir una combinación estética eficaz y provocadora.

Por su parte, el mural de Rufino Tamayo es “Nacimiento de nuestra nacionalidad”, pintado en 1952. En él Tamayo reformuló el mito del centauro colonial acercándolo a la figura del caballo del “Guernica” de Pablo Picasso, mientras una mujer indígena da a luz al nuevo mestizo, también recuperó las pilas de escombros y ruinas de Orozco en México de hoy, con lo cual busca expresar la profundidad de los caracteres de nuestra raza captando los colores, el sentido y la fuerza de lo prehispánico, pero negándose a utilizar un lenguaje descriptivo. El segundo mural de Tamayo, “México de hoy” (1953), los colores son protagonistas de la acción y se encargan de sintetizar el espíritu de su título. Ambos son lienzos-murales.

Los otros murales que componen el conjunto extraordinario del Palacio de Bellas Artes son: “Liberación o la humanidad se libera de la miseria”, de Jorge González Camarena, terminado en 1963, donde el artista propone representar la “síntesis del mestizaje”. Roberto Montenegro pintó “Alegoría del viento” 1928 —por encargo de Vasconcelos—, donde revela su preferencia por un arte no narrativo, al estilo de los llamados “primitivos” italianos, así como su fascinación por las artes decorativas. Manuel Rodríguez Lozano participó con el mural “La piedad en el desierto” (1941-1942), que se traslada al Palacio de Bellas Artes en 1967. El fresco fue originalmente pintado en un muro de la prisión de Lecumberri, donde Lozano pasó un par de meses. En fin, los murales del Palacio de Bellas de la Ciudad de México, son un registro memorable de la historia del arte mexicano del siglo XX, un registro de la grandeza de nuestro arte. “La pintura es pintura”, sin duda, pero crea imágenes y mundos de vida que afortunadamente nos siguen desconcertando.

 

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