Héctor Aguilar Camín

Marco Aurelio Carballo

Habla Héctor Aguilar Camín (Chetumal, Quintana Roo, de 68 años de edad), acerca de su más reciente novela Adiós a los padres, publicada por Random House:

“Mi experiencia de la salida de Chetumal fue la de un derrumbe. El ciclón Janet destruyó el pueblo en 1955. Perdimos todo. Nos mudamos a la ciudad de México, fría y anónima. En el pueblo éramos algo. En la ciudad, nada. Mi padre se fue de casa en 1959, cuando yo tenía 13 años. Mi madre, Emma y mi tía Luisa montaron una casa de huéspedes en avenida México, casi esquina con Sonora. Cosían sin cesar. Su utopía de bolsillo era que los hijos estudiaran. Su lujo, conversar. Mi hermano Luis Miguel (1956) y yo nos hicimos escritores colgados de ese lujo, creo. La conversación de Emma y Luisa Camín era un surtidor de historias de Cuba y Chetumal. Por ahí pasaron estudiantes del Poli, de la Universidad y de la Ibero. Sus historias paralelas y las de mis amigos del Instituto Patria formarían una novela. Esa casa es mi novela pendiente. Tengo la distancia temporal y el vaho mítico en mi cabeza, pero, no sé cómo contarla”.

“Estudié —agrega el director de la revista mensual Nexos— con jesuitas de los 9 a los 21 años. Primero en el Patria, al que amé, y luego en la Ibero, a la que odié. Maestrillos y sacerdotes cercanos al deporte eran todo menos confesionales. Jugaban y bebían con nosotros. De gira estudiantil por Tampico, nos escurrimos una noche al congal canónico del puerto. Los jesuitas nos descubrieron y castigaron sobre todo porque al día siguiente jugamos tan mal basquetbol en Tampico que nos dieron una paliza”.

Dice el escritor: “Supongo que fue en el Patria donde bebí también mis primeras lecciones de indignación y solidaridad social, origen de mi viaje a la izquierda. Dominada por los jesuitas conservadores, a principio de los sesenta, en la Ibero [donde estudió ciencias de la comunicación], había un toque de escuela confesional que me fastidiaba. Rezaban «el ángelus» cada tarde a las 5”.

En la entrevista con Abraham Gorostieta, para Laberinto, suplemento cultural dirigido por José Luis Martínez S., del diario Milenio, Aguilar Camín termina así: “Mi padre fue un misterio. En el fondo quizá lo sean todos los padres, nuestros dioses familiares. Nunca alcanzamos a verlos en su sencilla condición humana”.