Ignacio Solares

Para Mauricio Achar, el libro fue su pasión de todos los días por más de tres décadas, desde que en 1971 fundó su primera librería Gandhi, con la cual cambió el rumbo de este tipo de negocios en el país, pues los dotó no sólo de títulos y volúmenes, sino también de café, discos y películas.

De origen sirio-libanés, Mauricio nació en la colonia Roma de la Ciudad de México en 1937. Lo suyo era el teatro: a los 13 años ingresó a la Escuela Andrés Soler y en las lides del escenario conoció a su amigo Germán Dehesa. Sin formación académica, más que la adquirida en sus años de actor y de lector, Achar se convirtió en punto de referencia del negocio librero y en amigo de muchos escritores, entre ellos Juan Rulfo, Gabriel García Márquez y Augusto Monterroso.

Sin embargo, su mayor logro fue hacer de la venta de libros un negocio redituable en un país con uno de los más bajos índices de lectura en el mundo. Pero no sólo eso: convirtió a la primera sucursal de Gandhi en un espacio que contribuyó a animar de manera notable la vida intelectual y artística en la capital del país, convirtiéndola en el símbolo de toda una época. Ahí se realizaron montajes teatrales, novedosos o experimentales, que no tenían cabida en ningún otro lugar. En el Foro Gandhi, ante no más de cien personas, hicieron sus primeras presentaciones en México muchos de quienes posteriormente serían figuras estelares de la canción latinoamericana de protesta y de la nueva trova cubana, como Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.

Otra de sus grandes ideas fue que los libros no se vendieran en un mostrador, sino que se exhibieran en estantes. En una entrevista realizada en 1996 para La Jornada Semanal, Achar le contó a Morelos Torres: “Tomamos riesgos muy altos porque robar libros es muy fácil”.

La primera Gandhi nació el 24 de junio de 1971, al lado de una tintorería francesa y una escuela de karate, locales que al paso de los años fueron ocupados por la librería. En un principio se pensó en llamar a ese nuevo espacio “Librería El Quijote”, pero como Achar había acabado de leer una biografía del líder hindú, la decisión final recayó en Gandhi. El nombre surgió “de manera muy simple: en ese momento de mucha violencia, me di cuenta de que había un tipo no-violento, el Mahatma Gandhi, el cual, de alguna manera, me enamoró”.

El proyecto fue tan exitoso que en algún momento la editorial Santillana “coqueteó” para adquirir el grupo de Librerías Gandhi, pero Mauricio se negó a vender. Una de sus preocupaciones era terminar con el mito que rodeaba a las librerías de que no podían ser un buen negocio.

Acorde con el espíritu de la época, existía una efervescencia por la teoría política, la sociología, la filosofía, el socialismo, cuando había gran demanda de autores como Marx, Engels, Lenin. Fue el tiempo de auge de editoriales como Era y Siglo XXI. “Recuerdo —dijo Achar a Torres— que tuvimos una promoción muy grande con el Fondo de Cultura Económica, recién nacida la librería, en 1972, un arreglo que nos permitió vender con cincuenta por ciento de descuento.

El Capital valía 225 pesos en ese tiempo; y era impresionante ver la cantidad de estudiantes que venían con sus ahorros, con las monedas que habían sacado del cochinito, a comprar ejemplares a 112 pesos, porque era como La Biblia de las Ciencias Sociales. Creo que en mes y medio vendimos quinientos ejemplares de las obras completas de Marx”. La demanda de ese tipo de lecturas decayó a finales de los años ochenta, tras la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética y el bloque socialista.

El local que ocupó la primera Librería Gandhi, en Miguel Ángel de Quevedo 128, medía 150 metros cuadrados. En 1999 fue inaugurado el nuevo edificio, en el número 121 de la misma avenida, con superficie de mil 600 metros cuadrados de exhibición de libros, discos, videos, libros de arte y cafetería. Hoy cuenta con cuarenta sucursales tanto en la Ciudad de México como en el interior de la República.

Achar, uno de los grandes difusores de los libros y la lectura en México, falleció al mediodía del 10 de noviembre de 2004, víctima de un paro cardiaco, cuando contaba con 68 años de edad y toda una labor que se puede contabilizar en millones de ejemplares vendidos, con lo cual ayudó a concretar esa frase que repito cada vez que puedo: “La violencia es el veneno, los libros son el antídoto”. O como cuando el pragmático presidente Álvaro Obregón se burlaba de que José Vasconcelos, que fundó la Secretaría de Educación, repartiera libros gratis en los pueblos y rancherías. La respuesta de éste fue lapidaria: “Sólo los libros nos sacarán de la barbarie”.

Así que gracias, Mauricio.