Conocer más de la vida y de la obra de Mathias Goeritz, pintor, escultor y poeta mexicano de origen alemán, es un contraste de luz y sombra, con un toque de leyendas y enigmas.

Dentro de todo este mundo de información de datos biográficos, recientemente ha surgido mayor interés por la tesis publicada por su biógrafo, Chus Tudelilla, en donde lo que está claro es su prolífica trayectoria artística, con influencia de la Bauhaus, de Klee, Miró, Henry Moore o el arquitecto Luis Barragán, además de que Goeritz supo dinamizar la realidad cultural en España y posteriormente en México.

De todo ello da cuenta El retorno de la serpiente, Mathias Goeritz y la invención de la arquitectura emocional, la primera gran retrospectiva que se celebra en España, organizado por el Museo Reina Sofía y que más adelante viajará a México para celebrar su centenario.

Nacido en Alemania y nacionalizado mexicano, país donde vivió las últimas cuatro décadas de su vida, Goeritz pasó varios años en España; licenciado en historia del Arte y Filosofía, fue miembro activo del círculo de artistas cerca de la galería Clan, colaboró en varias publicaciones y fue impulsor de la escuela de Altamira, de la que formaron parte Eugenio d’Ors, Rafael Santos Torroella, Eduardo Westerdhal, Joan Miró y Ángel Ferrant, escultor que influyó de manera fundamental en su obra.

México fue el país que acogió de manera definitiva a Goeritz, artista invitado para dar clases de arquitectura en Guadalajara.

La muestra, compuesta por mas de 200 obras, procedentes del archivo familiar y de colecciones privadas, se centra en su periodo en México de 1949 hasta su fallecimiento en 1990. Su discurso empieza de la arquitectura emocional, un principio basado por el artista en su manifiesto de 1954, en el que reivindica la creación de espacios y objetos que creen en el hombre emoción. A Goeritz, le apasionaba polemizar con otros artistas y rebatir sus teorías.

La muestra empieza con una de sus obras emblemáticas, La serpiente de El Eco, creada para el Museo Experimental El Eco, en donde dio forma a su idea de la arquitectura emocional, gracias al apoyo del mecenas Daniel Mont, también conocida con el sobrenombre de Ataque y que representa la “guerra fría cultural”, que enfrenta Goeritz por su “geometría y estructuras primarias, que una década después se convertiría en el minimalismo, sin buscarlo. Pero su intención era la de continuar con la tendencia de esa época de la monumentalidad, empleada por los muralistas, y que él usó para otro concepto de obras como esculturas, poesía visual.

En México, Goeritz contó con un grupo de artistas afines pero también fue víctima de los ataques de otros, como Diego Rivera y Siqueiros, que públicamente lo menospreciaron por su propuesta de modernización y reivindicación del arte social “que no socialista”.

Una de las aportaciones más sobresalientes fue el arte público, poblando México con enormes esculturas urbanas, como las “Torres de Ciudad” o “La ruta de la Amistad, un proyecto realizado durante los Juegos Olímpicos de 1968 en la que participaron artistas de varios países, lo que desplazó a los muralistas.

Goeritz supo combinar la escultura y la arquitectura de modo innovador, rompiendo las barreras que había, su curiosidad descubrió multitud de piezas acabadas y proyectos sin realizar y gracias a esta muestra se puede ver su riqueza e inquietud creativa; se observa su poesía visual sobre tumbas y celosías, tachaduras transformadas en arte abstracto, esculturas que “beben” de la tradición mexicana.

El punto más controvertido de su biografía es relacionado a sus orígenes judíos, en los que muchos han visto el motivo por el que abandonó Alemania. A lo que ciertos documentos de la exposición desmienten, como el certificado expedido por el Consulado Alemán en Madrid con motivo de su matrimonio en 1943, con Marianne Gast, que está rubricado por la esvástica.

El artista trabajó para el gobierno alemán, en un centro cultural cuando empezó la guerra, en la que perdió a un hermano, quedando claro que era judío. Sin embargo, los judíos consideran a Goeritz como su hermano, afirma el comisario de la exposición.

Su paso por España, dejó luces, la creación de la Escuela de Altamira y también sombras, ya que en 1949 la Cancillería le negó el visado, por la polémica levantada tras la conferencia que ofreció en la Academia Breve de Crítica de Arte, impulsada por Eugenio d’Ors, donde cuestionó el trabajo periodístico de los críticos de arte españoles, lo que provocó su salida de la Academia y también del país.

Con información de ABC España