Pero aún falta la ley migratoria
Bernardo González Solano
En Estados Unidos de América (EUA), como en cualquier parte del mundo, la lucha por el poder origina graves enfrentamientos que no siempre resultan en beneficio de las minorías sociales (especialmente las de inmigrantes ilegales). Y mientras algunos hombres del poder luchan por aprobar leyes que protejan a los “sin papeles” que “sueñan” con vivir en el “imperio”, entretanto hay mucho sufrimiento, angustia, dolor, muerte, deportaciones y millones de personas resultan pisoteadas, atropelladas, sin el menor respeto a sus más elementales derechos humanos.
Ahora, casi al cuarto para las ocho, después de perder la mayoría demócrata en el Congreso —tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes—, el presidente Barack Hussein Obama al comenzar sus dos últimos años de gobierno desenterró el hacha de guerra el jueves 20 de noviembre y anunció la mayor regularización de ilegales en el país en 30 años. Gracias a su decreto ejecutivo—facultad que han utilizado muchos presidentes estadounidenses tanto republicanos como demócratas a lo largo de la historia—, aproximadamente cinco de once millones de ilegales podrán “aliviar” su condición migratoria en los próximos tres años. Después de ese periodo, el próximo mandatario que entraría en funciones en enero de 2017, podría o no ratificar el decreto de Obama. Por eso es necesario que el Congreso apruebe la ley migratoria que duerme el sueño de los justos en el Senado. Así, en forma realista, Angélica Salas, líder de la Coalición por los Derechos Humanos de los Inmigrantes de Los Angeles, expuso: “Aunque esta semana se gritó ¡Sí se pudo! desde hoy se gritará ¡La lucha continúa!”
En esta decisión de Obama— histórica para los “beneficiados” y “exceso imperial” para algunos republicanos fanáticos del derechista Tea Party— hay muchas razones no solo políticas, sino históricas pues a semejanza de todos sus antecesores, el primer mandatario afroamericano de Estados Unidos quiere pasar a la posteridad no solo por el color de su piel, sino por sus principales actos de gobierno. Así, Barack sumará su nombre a la lista de presidentes que decidieron cambiar el curso de la historia a golpes de “decretos ejecutivos”, al margen del poder del Congreso. Tal y como lo decidió Abraham Lincoln al firmar la Proclamación de Emancipación que hacía libres a los esclavos, nada menos. O Harry Truman (el “viejito”) que empleó el mismo sistema para finalizar la segregación en el ejército. Pese a las acusaciones de los parlamentarios republicanos y el escándalo mediático el hecho es que Obama (con 193) ha sido desde William McKinley Jr., (1897-1901), el presidente que menos órdenes ejecutivas ha firmado (McKinley, el vigésimo quinto presidente de la Unión, suscribió 185 y fue el vencedor de la guerra con España que perdió el dominio de Cuba y de Puerto Rico), George W. Bush emitió 291 y Bill Clinton, 364. La diferencia es que ninguno de ellos era negro. A Obama, lo que no le perdonan los republicanos es su negritud. Racismo puro. No obstante, al encarar su ocaso político —en Estados Unidos el inquilino de la Casa Blanca solo puede presentarse a una reelección—, Obama quiere dar lustre a su legado gubernamental, mejorar la imagen con la que lo recordará la historia. Cuando muchas de las esperanzas que suscitó su elección parecen definitivamente defraudadas, es claro que se propone pasar a la posteridad como el presidente que concedió la posibilidad de mejorar su calidad migratoria a millones de habitantes de Estados Unidos.
En un apasionado mensaje a la nación —en un horario de alto rating que las grandes cadenas de televisión de la Unión Americana, como ABC, NBC, o FOX no quisieron aprovechar pues no interrumpieron su programación habitual para transmitir las palabras de Obama; igual que las dos cadenas de TV mexicanas. Solo algunas radiodifusoras locales lo hicieron directamente—, Barack Hussein anunció medidas que garantizan por tres años la no deportación de aproximadamente la mitad de los indocumentados que se encuentran en la Unión Americana. “Son parte de la vida estadounidense; somos y siempre seremos una nación de inmigrantes”, dijo.
Se trata de una garantía temporal de tres años, a la espera de que el Congreso revalide la orden ejecutiva de Obama mediante la aprobación de la ley migratoria que está pendiente. Como si hablara en sus campañas electorales de 2008 y en 2012, el mulato que manda en la Casa Blanca explicó su decisión: “Con mucha frecuencia, nuestro sistema de inmigración parece fundamentalmente injusto. Lo sabemos desde hace años. Ahora, hacemos algo para que esto cambie…Irlandeses, italianos o alemanes han cruzado el Atlántico; japoneses o chinos el Pacífico; otros han cruzado el Río Grande (el río Bravo) o volado desde no importa donde; generaciones de inmigrantes han hecho este país lo que es…La Estatua de la Libertad no le da la espalda al mundo”. De hecho, la reforma del sistema de inmigración era una de las principales promesas que hizo el rutilante candidato Obama. Después de una serie de reveses en el Congreso, el esposo de Michelle y el padre de Malia y de Natasha (Sasha), decidió, a dos años del fin de su último periodo presidencial, actuar por decreto sin esperar la votación de una hipotética ley que está en la “congeladora” de los Representantes. Esa ley fue aprobada en el Senado en el verano de 2013 y el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner no la sometió a voto porque sabía que se aprobaría. Al respecto, Barack ironizó: “Le dije a Boehner, te lavo el auto, te paseo el perro, pero somete la ley a votación”. No fue así. Los republicanos se negaron.
En fin, Obama apeló a la historia de inmigrantes que vertebra a EUA y sus valores. Se preguntó: “¿Somos una nación que tolera la hipocresía de un sistema en el que los trabajadores que recogen nuestra fruta y hacen nuestras camas nunca tengan la oportunidad de estar de acuerdo a la ley? ¿O somos una nación que les da la oportunidad de hacer las paces, asumir sus responsabilidades y dar un futuro mejor a sus hijos?” Cinco millones de inmigrantes pueden resultar beneficiados con la orden presidencial. El grueso de esa cifra serán padres cuyos hijos sean ciudadanos estadounidenses o residentes permanentes, que demuestren que viven en la Unión Americana desde antes del 1 de enero de 2010 y que carezcan de antecedentes criminales. Muchos se la jugaron al “sueño americano”. Podrán “salir de las sombras”, dijo el presidente.
Es cierto, el debate —los republicanos ya empezaron a hacerle la vida pesada a Obama—, pone en juego la identidad de EUA. En 2040, los blancos no hispanos dejarán de ser la mayoría en este país, según las proyecciones demográficas. También está en juego el poder político: cada vez es más difícil ganar elecciones sin el apoyo de la minoría latina. La posición de republicanos y demócratas en este asunto pueden decidir el voto del electorado estadounidense en los comicios presidenciales de 2016. Obama lo sabe así como sus adversarios.
La acusación republicana de que Obama es un “dictador” y de que sus decisiones aumentarán la inmigración ilegal es una falacia. El racismo del Tea Party es evidente. Como también es claro que las medidas que benefician a los inmigrantes mayoritariamente hispanos, aceleran la transformación de la Unión en un país cada vez más latino. La suerte está echada. VALE.
