¿Quién, o quiénes, serán los verdaderos jefes de los encapuchados y anarquistas

que se han infiltrado en los movimientos de Ayotzinapa, el IPN y,

ahora, en la efímera toma de la Torre de Rectoría de la UNAM?

 

 

Frente al anonimato de las conjuras

José Luis Camacho Acevedo

Los problemas que han originado los casos Ayotzinapa, Tlatlaya, cancelación de la licitación del tren México-Querétaro, el paro en el IPN fueron señalados ayer, en un tono de verdad fuerte, como una estrategia desestabilizadora que va en contra del proyecto de nación que conllevan las reformas estructurales.

Las conjuras son hermanas gemelas de las desestabilizaciones.

Los conjurados buscan, secretamente, llevar a cabo acciones por lo regular contra el Estado y, desde luego, las personas que lo encarnan.

El conjurado en estos tiempos recurre al anonimato para dar su siguiente paso, que es la desestabilización.

Un anonimato que Carlos Monsiváis consideraba una virtud teologal ahora tiene —como grandes aliados de la conjura desestabilizadora— las “fuentes de los medios de comunicación que prefieren conservar su anonimato”, la profusa difusión de las redes sociales y las posibilidades de trucarlas para esconder intenciones y personalidades.

El presidente Enrique Peña Nieto llamó las cosas por su nombre durante su gira por el Estado de México.

El mandatario habló de que grupos de interés pretenden desestabilizar el país y con ello frustrar el proyecto de nación que presuponen las reformas estructurales.

Hay quienes piden al presidente que proporcione nombres y apellidos de los desestabilizadores.

Tal parece que ignoran que esa tarea en su momento será de los ministerios públicos correspondientes.

Pero de que en México hay una grave crisis política y social, es algo que nadie duda, y el presidente Peña Nieto está decidido a resolverla pacíficamente y dentro de los cauces de la ley.

Pero lo pacífico no debe entenderse como la tolerancia sin límites a la violación del derecho.

Sin embargo las señales de una orquestada intención de desestabilizar el gobierno peñista son muy claras.

Dicen que en política todos los perros tienen dueño.

Y uno piensa quién, o quiénes, serán los verdaderos jefes de los encapuchados y anarquistas que se han infiltrado en los movimientos de Ayotzinapa, el IPN y, ahora, en la efímera toma de la Torre de Rectoría de la UNAM.

¿Los empresarios encrespados porque la reforma fiscal les canceló inadmisibles privilegios de los que gozaron muchos años?

Los políticos de todo signo, y digo todos los signos porque hasta entre los priistas y sus aliados hay personajes molestos con los efectos correctivos de las reformas estructurales.

El tiempo de realizar ajustes parece haber llegado ya para el régimen del presidente Peña Nieto.

Pero ajustes no significan únicamente cambios en el gabinete, que hay algunos que, si se postergan, pueden generar una crisis mayor que la presente.

El país de plano ya no resistiría tanto desorden y tanta corrupción e impunidad.

Los ajustes más urgentes son, primero, la cancelación del paradigma “proteger mucho a los ricos y dejar a su suerte a nuestros millones de pobres”.

Y posteriormente implementar acciones anticorrupción, que frenen la connivencia que existe entre los sectores públicos y privados y dar así a la utilización de los recursos generados con nuestros impuestos una transparencia indiscutible.

La escalada desestabilizadora a la que se refirió el presidente Peña Nieto es también producto de la narcocorrupción de los partidos políticos.

Y desde luego numeritos como los moches de los panistas o endeudamientos estatales gigantescos, al estilo Humberto Moreira en Coahuila, se suman al caos estructural que día tras día se viene configurando en todas las esferas de la sociedad.

El presidente ha dado un golpe de mano del que no puede regresar.

Evitar que sigan desestabilizando a México aquéllos que se sienten afectados por las reformas estructurales y poner en orden a los llamados anarquistas, que se infiltran fácilmente en movimientos genuinos como el de los familiares de los desaparecidos en Ayotzinapa o los estudiantes auténticos del IPN, es el compromiso ineludible de Peña Nieto.