¿Dónde poner a Iguala?
Humberto Musacchio
Iguala no es el Estado, dijo el procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, y quienes queremos y respetamos a los igualtecos estamos sumamente preocupados, porque si la ciudad mártir no pertenece al Estado mexicano, habrá que buscarle colocación en otro país.
Desde luego la mudanza no sería a Estados Unidos, donde el racismo y las medidas de Barack Obama contra los migrantes han creado un ambiente de rechazo a los latinoamericanos y han causado la muerte de un alto número de espaldas mojadas. Buscar acomodo en el país gabacho sería un esfuerzo inútil y contraproducente, pues no tiene sentido huir de un ámbito violento para meterse en uno peor, donde loquitos con fusil matan a la gente sin motivo, tal como lo hicieron quienes asesinaron a los chicos de Ayotzinapa.
También debe descartarse el traslado de Iguala a los amplios territorios de la Patagonia o del desierto de Atacama, pues resultan impagables los costos del flete del mobiliario y los pasajes de los todavía habitantes de la ciudad donde nació la consumación de la Independencia mexicana, sin contar con que tendrían que abandonarse los inmuebles, algo que sería muy injusto para sus propietarios.
La opción más cercana es Guatemala, sin embargo, para los habitantes de Iguala eso sería como trasladarse a guatepeor, pues mal harían en escapar de la violencia de Guerrero para enfrentarse a un destino incierto en la nación vecina, desgobernada durante décadas por gorilatos que la convirtieron en un enorme camposanto.
Llevarse la ciudad de Iguala a Belice, otro lugar cercano, tampoco parece solución, pues los niveles de vida de la antigua colonia británica no son mejores que los de la sufrida entidad guerrerense, además de que pocos igualtecos dominan la lengua de Shakespeare.
Es todo un problema el reacomodo de la población de Iguala. De ahí que algunos priistas, sobrevivientes del sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, recomienden hacer de ese municipio un bantustán, esto es, un territorio relativamente autónomo, pero dentro del país y bajo un férreo dominio del gobierno central, lo que hizo Sudáfrica en los tiempos del apartheid, medida que permitía explotar a los habitantes de los bantustanes sin el problema de tener que considerarlos como iguales ni de concederles derechos.
Algunos estudiosos de las migraciones señalan también el peligro de la pérdida de identidad, fenómeno que es muy frecuente en quienes se ven obligados a dejar su país de origen.
Por supuesto, olvidan que los habitantes de Iguala saben muy bien que pertenecen a México y que México les pertenece, como nos pertenece a todos los mexicanos, por mucho que el señor Murillo Karam pretenda expulsarnos. Y aquí concluyo, porque “ya me cansé”.