Carmen Galindo

 Este fue el año de los centenarios. Como todos recordamos se festejaron (por orden de aparición en escena) a Octavio Paz (31 de marzo), Efraín Huerta (18 de junio), Julio Cortázar (26 de agosto), Adolfo Bioy Casares (15 de septiembre), José Revueltas (20 de noviembre) y María del Carmen Millán (3 de diciembre). A cada uno de ellos dedicamos espacios en nuestro suplemento y el lector todavía puede consultarlos.

La muerte de García Márquez, no por esperada, fue menos sorpresiva. Me recordó que nadie es profeta en su tierra, si entendemos que su tierra era ya México. Recuerdo que decía que no podía vivir en Colombia, porque sus paisanos eran tan extrovertidos que lo rodeaban apenas llegaba a un lugar, en cambio de los mexicanos dijo, apenas recibido el Nobel, esta frase terrible: es tanta la discreción de los mexicanos, que su discreción se parece al olvido. Dejó varias obras maestras: Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera, El coronel no tiene quien le escriba y Crónica de una muerte anunciada. En lo personal, me encanta “La santa” de la colección Doce cuentos peregrinos. Tengo en la memoria frases completas de Miguel Littín, clandestino en Chile. A algunos les ha parecido una exageración compararlo con Cervantes, a mí, no, y eso que admiro con toda el alma El Quijote. Él admiraba a Juan Rulfo. Ambos, García Márquez y Rulfo, son, creo, los dos más grandes de la literatura latinoamericana (y planetaria) del siglo XX. El traslado del archivo del colombiano a la Universidad de Austin, ha ´provocado desconcierto y hasta disgusto, pero probablemente no es decisión de la familia, sino del propio autor para preservar su obra. Este fin de año, el gobierno de Colombia va a lanzar billetes con la efigie del célebre narrador, un homenaje más a quien se los merecía todos.

Cuatro muertes enlutaron las letras mexicanas, la de José Emilio Pacheco, la de Federico Campbell, la de Emmanuel Carballo y la de Vicente Leñero. De ellos escribieron muchos, entre ellos los colaboradores de este suplemento, pero llama la atención que los textos más informados y desde luego los más conmovedores fueron de mujeres cercanas a ellos. Carmen Gaitán de viva voz en un homenaje y Margarita Peña por escrito se refirieron a Federico; Beatriz Espejo en breves y precisos rasgos señaló las aportaciones de Emmanuel a la literatura mexicana, (los textos de Margarita y Beatriz aparecieron en un mismo número de la Revista de la Universidad, publicación dirigida por Ignacio Solares, director igualmente del “otro” suplemento de Siempre). Laura Emilia Pacheco y Estela Leñero Franco escribieron sobre sus padres. La segunda una pequeña nota en la revista Proceso y Laura Emilia un relato biográfico con un narrador peculiar, un gato.

Pleitos en familia

Dos problemas familiares tuvieron reflectores. El enfrentamiento de Ximena y María José Cuevas, quienes acusaron a Beatriz del Carmen, la segunda y actual esposa del pintor de secuestrar a su padre. El pleito quedó en suspenso cuando José Luis defendió a su esposa y sus hijas desistieron no se sabe si de momento o para siempre de “rescatar” a su padre. Yo ya publiqué aquí que me disgusta pedir favores, prefiero que lo bueno de la vida me caiga de sorpresa. Uno de los pocos favores que he recibido, y además sin yo pedírselo, es de Bertha Cuevas, la mamá de las muchachas que hoy piensan que su padre no está en buenas manos.

El otro enfrentamiento es entre la fotógrafa Paulina Lavista y su hijo Pablo, quien la acusa de no promover la obra de Salvador Elizondo. Por las carreras de fin de año, a lo que se sumó el centenario de Revueltas, que me llevó hasta Acapulco, no he podido hablar con Paulina. Pero me recuerdo lo que decía Lety Marín, una amiga de mi mamá cuando se quejaba de sus hijos: “Voy a hablar mal de mi familia, pero no me ayuden”. Sin criticar a su hijo, sólo quiero hacer constar aquí que Paulina ha recordado a Salvador, con muchas imágenes, en una exposición excelente que presentó en la Casa del Risco. La lectura bilingüe del poema de Poe, en traducción de Salvador, la hizo nada menos que Angélica Aragón en la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM). Paulina ha dado a la publicación varios textos del diario del escritor. Tal vez Pablo debería comprender que la obra de Salvador Elizondo es de las que los críticos llaman de “culto” y no se publican como pan caliente, pero perduran.

Los premiados

Sin duda, el que más revuelo levantó fue el Cervantes para Elena Poniatowska. Como en el caso de García Márquez la reticencia predominó, en el Estado mexicano e intelectuales que lo acompañan. No así entre los lectores, porque uno y otra son los consentidos de las mayorías para las cuales ellos escribieron. Elena fue acompañada a España con una cauda de amigos y seguidores. Hace décadas, en entrevista, Elena me contestó que le importaba más la opinión de Raúl Álvarez Garín, el dirigente del 68, que la de Octavio Paz. En este 2014, como consta en este suplemento, murió Raúl y por el once o doce de octubre, Elena leyó en el aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM un texto fuera de serie con el tema y título de Tlatelolco. Como todos recordamos, La noche de Tlatelolco recupera los textos de las pancartas, las voces de los presos políticos, las consignas de las manifestaciones, la opinión de la gente de a pie; pero en el texto al que me refiero habla ella misma sobre Tlatelolco y como Raúl Álvarez había muerto el 26 de septiembre, Elena no sólo lo evoca a él, habla con él, sino que se refiere ya a los hechos de Ayotzinapa.

Los premios nacionales distinguieron a muy valiosos intelectuales, como Enrique Semo o Néstor García Canclini. A Arnaldo Coen, quien tiene propuestas muy interesantes, a Dolores Castro, de quien también hemos publicado aquí textos de los más conocedores de su obra. En medio de la crispación social por Ayotzinapa, no fueron afortunadas las palabras de Eraclio Zepeda al recibir el premio ni cuando se le otorgó la medalla Belisario Domínguez. No que no hubiera recibido la distinciones, pero al menos en silencio. Otros premiados, como Semo, mantuvieron otra actitud.

Sobre Raúl Álvarez Garín se escribió aquí largo y tendido con textos de los homenajes que se le rindieron, en especial el de Daniel Molina que fue uno de sus amigos más cercanos y compañeros de lucha. Es más escribimos también aquí sobre doña Manuela Garín, la madre de Tania y de Raúl, que cumplió 100 años en este 2014. (Dejé en las manos de Felipe, el hijo de Elena, un ejemplar de las memorias de “Mane” en las que habla de Elena y sus visitas a Lecumberri en el 69, vale decir la génesis de La noche de Tlatelolco).

No quisiera terminar estas notas sin referirme a las muertes, también en 2014, del maestro Nishisawa, a quien mi amigo Armando Torres Michúa estimaba tanto, porque a su labor creadora, Nishisawa añadía la docencia en la Escuela de Artes Pláticas de la UNAM, donde ambos fueron reconocidos maestros. El otro es Arnaldo Córdova de quien mi hermana Magdalena escribió una nota para este suplemento con conocimiento de causa, porque justamente fue ayudante de investigación de Arnaldo en el proyecto que cristalizó en su libro sobre la ideología del Estado mexicano.