Absurdo

 

Humberto Musacchio

Es preocupante que al final de cada manifestación aparezcan los llamados “anarquistas” que comienzan la refriega con la policía, para que ésta, impotente, la emprenda no contra esos jóvenes que lanzan bombas molotov, piedras y otros objetos, sino contra manifestantes pacíficos, hombres, mujeres y niños, de lo cual hay abundantes testimonios gráficos.

Precisamente para evitar esos abusos, los visitadores de las comisiones Nacional y capitalina de Derechos Humanos formaron una valla entre uniformados y manifestantes, lo que molestó al señor Marco Tulio López Escamilla, coordinador general de la zona centro de la Policía Federal, quien acusó al personal de la CNDH y la CDHDF de proteger a los anarcos. Pero no hay tal, y el señor López Escamilla debe saberlo.

Desde el primero de diciembre de 2012, los presuntos anarquistas llegan a las concentraciones con cajas enteras de bombas molotov, palos, piedras, vigas y otros objetos que emplean en sus enfrentamientos. Lo esperable sería que los cuerpos policiacos tuvieran prevista tal situación y desde su llegada desarmaran a los agresivos. Pero curiosamente no lo hacen.

Hay que evitar los abusos policiacos, pero también las agresiones contra los uniformados. Este articulista ha visto a los genízaros soportar con estoicismo la violencia de los llamados anarcos y el fuego que con frecuencia los abraza mientras que la orden de los jefes es resistir sin moverse, lo que no parece razonable. Una cosa es evitar la violencia indiscriminada de la policía y muy otra es impedir que los uniformados se defiendan en el momento mismo de una agresión.

Peor todavía. Circulan profusamente videos, fotos y testimonios en los que aparecen miembros del Estado Mayor Presidencial en ropa de civil arengando a los violentos o participando directamente en las agresiones. Muchos periodistas hemos visto cómo los seudoanarcos, una vez terminada la confrontación pasan junto a los destacamentos policiacos sin ser molestados.

La explicación a estos hechos aparentemente —y sólo aparentemente— extraños, es que en cada manifestación irrumpen verdaderos anarcos y también los seudoanarcos enviados por las autoridades para estimular las provocaciones. De este modo, el rencor social o la irritación explicables se juntan con el cálculo autoritario que busca pretextos para reprimir toda inconformidad, por legítima que sea.

Los anarcos, como ese pobre Sandino Bucio, quien confesó ante Carmen Aristegui que sí había participado en la refriega —muchacho pendejo, diría mi abuela—, son sistemáticamente rechazados por los manifestantes pacíficos. Sin embargo, al contar con apoyo de las autoridades estamos en el mundo al revés, con el gobierno acercando cerillos a la gasolina y mostrando, por diferentes motivos, igual inconsciencia que los acelerados. ¿No parece absurdo?