Camilo José Cela Conde

Madrid.No es que a los dictámenes, resoluciones e informes de la ONU le haga nadie demasiado caso. Ni siquiera se lo hacen los propios países que forman parte de la organización nacida con el propósito de mantener la paz perpetua siguiendo la diplomacia por sus mismos cauces y sin necesidad de emplear, como apuntó von Clausewitz, la guerra como continuación natural del diálogo. Pero quedarse en eso, en el cruce de palabras —acusaciones, por lo común— es un pobre resultado. Así que la ONU encarga informes técnicos destinados al menos a sacudir las conciencias. El quinto que realiza el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) pone sobre la mesa lo que ya se sabía: el calentamiento global se acelera. De acuerdo con el informe del IPCC, y por boca de su presidente, los expertos han resumido los trabajos llevados a cabo por cerca de un millar de científicos durante seis años. Sus resultados indican que la atmósfera y las aguas marinas se han calentado más; que, en consecuencia, han disminuido los hielos y la nieve depositados sobre la tierra firme elevando, al fundirse, el nivel de los mares. Una de las causas más cruciales del fenómeno es el dióxido de carbono libre en la atmósfera, que alcanza máximos para cuya comparación habría que remontarse al menos a tiempos de hace 800,000 años.
   El panorama es sobrecogedor; en particular porque se conoce bien el origen de esa aceleración del cambio climático. A largo plazo será inevitable porque al fin y al cabo nos encontramos en un periodo interglaciar pero que el calentamiento vaya a un ritmo superior al de las condiciones preindustriales se debe a las emisiones de gases que causan el efecto invernadero. Nada que no supiésemos ya, si exceptuamos a los próceres políticos que sacan pecho invocando la opinión de un familiar próximo para negar las evidencias. Pero lo más tremendo del quinto informe del IPCC, lo que lleva el pesimismo hasta su extremo, es que los expertos sostengan que la solución existe, que los culpables —los países con mayor desarrollo— están bien identificados y que los medios tanto técnicos como políticos para evitar la aceleración del calentamiento global se encuentren a nuestro alcance.
   Sería posible lograr, con unos costes razonables, que en las próximas décadas que la temperatura media del planeta no superase 2º respecto de los tiempos preindustriales, e incluso se han calculado las probabilidades que hay de que nuestras técnicas alcancen ese objetivo: un 66%. Pero hace falta utilizarlas y ahí, ¡ay!, las esperanzas se desploman. Vayamos con una pregunta simple. Si cualquiera de los presidentes o jefes de Gobierno de los países más industrializados tuviese que optar entre frenar las emisiones de CO2 o bien conseguir un crecimiento económico que le permitiese rebajar de manera considerable las cifras del paro, ¿qué decidiría? No les echemos todas las culpas a ellos. Preguntémonos qué sucedería si cualquiera de nosotros tuviese que elegir entre un salario doble o el control del efecto invernadero.