JLP, CSG, VF, FC, EPN

Humberto Musacchio

Es costumbre que los nuevos gobiernos dispongan de un bono de confianza y que éste se les agote hacia el final del sexenio, lo que ocurrió con José López Portillo (1976-1982). En otros casos, el bono se gana en el ejercicio mismo del poder, como le pasó a Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), aunque finalmente su gobierno terminó en el desastre de 1994, con el surgimiento del zapatismo, el asesinato de Colosio y una evidente pérdida de control.

Con Vicente Fox (2000-2006) se repitió la historia. Pocos gobernantes han levantado tantas expectativas en su arribo al poder y aún menos han sido tan incapaces de cumplir promesas y actuar con elemental patriotismo. Es más, desde Antonio López de Santa Anna, ningún mandatario había sometido el país a las humillaciones que le propinó el Bato con Botas con su actitud rastrera ante Washington.

Después del rotundo fracaso de los panistas al frente del país, Enrique Peña Nieto llegó con un bono enorme. Tan grande, que llevó a los parlamentarios priistas a abandonar su convicción cardenista y con la complicidad del PAN logró hacer algo que no había anunciado en su campaña electoral: privatizar los energéticos y abrir a los inversionistas extranjeros el sector, algo impensable hasta unos meses antes.

Con esa reforma, México condenaba a muerte a la gallina de los huevos de oro, ésa que le había permitido cubrir la tercera parte del ingreso fiscal con la venta del petróleo, pero en todo caso las consecuencias más nefastas del cambio constitucional se vivirían a fines del sexenio. Lo grave vino de otro lado.

La actual administración continuó irreflexivamente la guerra fratricida iniciada por Felipe Calderón (2006-2012), la misma que dejó el país inundado en sangre, con más de cien mil muertos y 25 “desaparecidos”, cantidades que en sólo dos años aumentaron en más de la cuarta parte.

Un resultado de ese empleo generalizado de la violencia es que acaba por perderse el respeto a la vida. Así ocurrió en Iguala, donde en presencia de la fuerza militar acantonada en esa ciudad y con previo conocimiento de la policía federal, según lo admitió el comisionado Enrique Galindo (La Jornada, 16/XII/2014), la policía municipal la emprendió contra los normalistas de Ayotzinapa, mató a varios y “desapareció” a 43, de los cuales sabemos con certeza que uno está muerto.

La agresión a los muchachos de Ayotzinapa ha destapado el horror de la sociedad mexicana ante la violencia y el hartazgo por tanta muerte. Pero además, le ha costado al gobierno de Peña Nieto una notoria pérdida de la confianza social, lo que se acrecentó por las irregularidades presentes en la adquisición de una residencia de siete millones de dólares.

En política, dicen, no hay victorias ni derrotas definitivas. Habrá que ver si Peña Nieto es capaz de remontar la actual situación y recuperar el crédito perdido.