Elena Méndez

 

In memoriam Álvaro Rendón, alias el Feroz, maestro universitario sinaloense, bibliófilo acaecido entre balas arteras.

 

Javier Valdez Cárdenas (Culiacán, 1967) es un periodista apasionado con su quehacer, ejercido desde las páginas del diario de circulación nacional La Jornada, donde es corresponsal, y el semanario sinaloense Río Doce, del cual es fundador. Ha dado especial cobertura al tema del narcotráfico, por ser un problema muy arraigado en su estado natal.

Es autor de cuatro compilaciones de crónicas; en tres de ellas, se aborda esta industria ilegal y los dramas humanos que esconde. Con su obra anterior, Miss Narco (2009) resultó finalista del premio Rodolfo Walsh en la pasada Semana Negra de Gijón. Publicó también Los morros del narco (Aguilar, 2011), donde aparecen 34 historias sobre la juventud desperdiciada entre ráfagas de sangre.

Aunque este grave fenómeno no cesa de causarle miedo, justamente por eso continúa escribiendo sobre él, afirma; tal es la razón de esta nueva entrega, de la que aquí se conversa.

—Me parece muy acertado su afán de humanizar los casos aquí abordados, ya sea al hablar de víctimas o victimarios…

—Yo rompo ese esquema de contar casquillos, muertos, detenidos, drogas, balas… Prefiero contar personas. Pienso que el llamado “ejecutómetro” ha contribuido a insensibilizar, porque es un tratamiento frívolo, irresponsable e irrespetuoso, sobre todo respecto a las víctimas. Hay que entender el contexto social y económico en que se dan sus casos; eso puede ofrecerle otra mirada al lector; que lo vea como un fenómeno cotidiano en que estamos todos inmersos como sociedad en este país.

—¿Cuál de las historias que se incluyen le conmovió más y por qué?

—La de Genoveva Rogers, una socorrista de la Cruz Roja Mexicana, ultimada mientras perseguían a un sujeto en dicha institución. Cuando yo me refiero a que estamos matando al futuro, hablo en general de los jóvenes pero sobre todo de la gente buena, que está muriendo en medio de este escenario beligerante, de esta guerra absurda. Ella era una joven respetuosa, que se iba a recibir de abogada este año; estudiaba, trabajaba y era voluntaria… Maravillosa.

Eso es cortar alas, amputar sueños.

—¿Hasta dónde le ha sido posible evitar involucrarse como persona, ya no tanto como periodista?

—Ya no es tan fácil marcar la raya respecto al narco, como en los 70, cuando uno decía: “Los narcos están en Tierra Blanca (barrio culiacanense), pasando el puente Cañedo, por la avenida Álvaro Obregón…”. Ahora está en todos lados, y uno tiene que aprender a convivir con el narco, sin comprometerse… Me quisieron comprar, hubo un grupo que quería que manejara la información de otra manera. Esto fue cuando inició la disputa entre los Beltrán Leyva y Joaquín Guzmán Loera, el Chapo. Por fortuna, no pasó de ahí… Donde no puedo pintar la raya es con respecto a las emociones; no puedo ser frío frente a la tragedia, pero creo que eso me ha permitido contarlo de mejor manera: salpicar de esta tristeza a los lectores. Si me dicen que les dolió mucho la historia de fulano o zutana…

—El ciudadano sinaloense —y, en particular, del culiacanense— por un lado, se glorifica y ostenta este modus vivendi; y por otro, se le repudia…

—Tenemos sociedades enfermas, ciudadanos de doble moral, la gente se involucra con el narco y lo ha metido a la alcoba. Nosotros nos indignamos como opinión pública, pero muy rápido estiramos la mano para recibir dinero del narco. La muerte violenta se está asumiendo como muerte natural, como dijo Carlos Monsiváis en el prólogo a mi libro Malayerba.

Me gustaría que los lectores se sostengan la mirada frente al espejo. Creo que sería un buen logro si, aparte del llanto, el terror, el miedo, la tristeza, la desolación de las historias que abordo en Los morros del narco… Si la gente se pregunta: “¿Y ahora qué?”…

Hemos perdido mucho terreno en el ejercicio del valor civil. Y es justamente lo que estamos matando, con homicidios como el de Genoveva Rogers, la socorrista.

 

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