Patricia Gutiérrez-Otero
A 43 muchachos de unos pueblos perdidos de un país dominado. Nada más.
Esta columna sale en vísperas de Navidad. Para los que aún tienen memoria del porqué de esta festividad sabrán que es tiempo de dicha y esperanza, en la sencillez. Otros vivirán esta dicha y esperanza porque algo parece estar moviéndose en un país atrapado en las garras de una oligarquía plutocrática. Es decir, el gobierno de unos pocos poseedores de la riqueza. Esos pocos a los que no les entra en la cabeza que México es una democracia, no un feudo, y que enfrentan a una sociedad que dice ya basta, estoy hasta la madre, ya me cansé, y que toma las calles y las redes sociales para expresar su hartazgo, apoyada como nunca por la comunidad internacional que ha hecho eco del grito desencadenado por 43 normalistas desaparecidos por el Estado.
Por otra parte, la sencillez se ha vuelto obligatoria en una sociedad que vivió durante décadas un auge económico basado en el petróleo, pero que ahora enfrenta la dura realidad de bajar el nivel de vida. La clase media se desliza cada vez más rápido. Su aspiración de entrar en el reino de la sobreabundancia se ha visto frustrada y ha entrado en la vida precaria de los que antes miraba con desprecio. Símbolo de ello es el uso de los servicios médicos del Seguro Social que antes se reservaban para clases trabajadoras. Aquellos que tienen buena voluntad pueden ver en esta pérdida un cuestionamiento de su sistema de valores, y voltearán a ver a los otros para unirse a ellos y crear otra sociedad. Los demás, sufrirán.
Esta Navidad en pocos hogares habrá regalos y cenas costosos. Varios de los comensales estarán desempleados, unos y unas con negocios en números rojos, otros y otras planeando cómo vivir el 2015, algunos más evaluando su participación en la lucha social como algo insoslayable y digno, pero habrá algo que diga que no es una Navidad más, que algo se está moviendo, que si se quiere se puede hacer un cambio desde adentro para afuera, y desde afuera para adentro. Es difícil, pero para eso estamos aquí, para movernos, para coger en el aire la oportunidad que pasa, y que se puede decir con estas palabras: “De pronto se les apareció un enviado del Señor, y la gloria del Señor brilló alrededor de ellos; y tuvieron mucho miedo. Pero el enviado les dijo: ‘No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos: Hoy les ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el ungido, el Señor. Como señal, encontrarán ustedes al niño envuelto en pañales y acostado en un establo’”. (Luc 2, 9-12). Un niño, en un pueblo perdido de un país dominado, en la completa sencillez. Nada más.
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