EDITORIAL
El sistema nacional de combate a la corrupción presentado por el Partido Acción Nacional es una propuesta ingenua. Sin embargo, la decisión del Senado de la República de posponer, sin fecha definida, la aprobación de ésa o de otra iniciativa en la materia es una mala señal. Digamos que es el peor mensaje que los partidos políticos pudieron dar a la ciudadanía en este momento.
¿Qué momento? Cuando México atraviesa por la peor crisis moral de su historia. Una crisis que mostró la podredumbre de sus entrañas cuando policías municipales y un alcalde, infiltrados por el narcotráfico, decidieron exterminar a 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa.
Los partidos, evidentemente, no han entendido el mensaje. Nada puede haber más importante, ahora, para la gobernabilidad, que contar con una fiscalía poderosa y autónoma capaz de inhibir y sancionar las desviaciones del servidor público.
La conmoción nacional provocada por los hechos de Iguala debió haber sido suficiente para que el Congreso diseñara y aprobara una fiscalía de vanguardia.
La corrupción ya superó todos los límites. Ya dejó de ser tema para reír y bromear. Las películas moralistas de Cantinflas ya no tienen ningún significado. El peladito dejó de existir en las calles, en las cantinas, en la vecindad, para dar paso a un narco.
Ésa es la nueva, la mala realidad de México, y los políticos no acaban de entender que el país ya se trasladó a otra pista. A la pista de las grandes ligas del negocio ilegal.
El escritor italiano Roberto Saviano, autor del best-seller Gomorra, donde desenmascara la mafia de su país, retrató con toda crudeza lo que hoy es México. “La mafia mexicana —declaró en entrevista— domina el comercio mundial de drogas”.
Tener ese estatus, ser una trasnacional del narcotráfico no sólo es problema del que importa. Lo es, y sobre todo, para el país que produce porque eso habla de la existencia de un sistema infiltrado para garantizar que altos, medianos y pequeños funcionarios no se opongan a la expansión del negocio.
Si hoy, como dice Saviano, México es una especie de potencia mundial en exportación de droga, es porque alguien lo permite.
La entrevista que concedió recientemente el gobernador de Morelos, Graco Ramírez, es por ello muy reveladora. Dijo que cuando llegó al gobierno se encontró con un “narcoestado”, con una “narcoguerrilla” con un “narcotodo”, porque importantes figuras de la vida política nacional le exigían permitir que los cárteles operaran en el territorio.
El modelo anticorrupción que hoy se propone debe ser diseñado para desarticular ese contubernio. Graco Ramírez no hizo públicos los nombres de los políticos que hoy son socios de los narcos, y no los dio —como tampoco otros se atreven a denunciarlos— porque no existe un sistema legal y de seguridad que garantice la integridad del denunciante.
En eso, también, deberían trabajar los partidos.
El sistema de combate a la corrupción del PAN parece un cuento de niños. Queda claro que a unos meses de que empiecen las campañas electorales quiere presentarse como un partido de moral intachable. Sin embargo, las escopetas sólo sirven para espantar pájaros.