El presidente mantiene la institución presidencial con su solitaria actitud.

 

La petición de Enrique Krauze a Peña Nieto

 

 

José Luis Camacho Acevedo

Cuando a uno de los más esclarecidos intelectuales del México moderno, al que pertenece Enrique Krauze, le preguntaron en una ocasión sobre lo que él llamaba “las virtudes teologales de la fe”, en una de sus respuestas se refirió al perdón.

“Es algo que haría, depende del porqué, y sobre todo si estás seguro de que a quien se lo pidas te escuchará.”

En medio de la crisis que todavía no supera completamente el gobierno, el historiador Krauze —creo que meditando muy bien su petición al presidente Enrique Peña Nieto de disculparse ante la nación— solicita:

“Ésta es tal vez la petición más difícil que me gustaría hacer: que el presidente comparezca ante la nación, reconozca sus errores y ofrezca una disculpa al pueblo de México. Nada da más nobleza a una persona en el poder que reconocer su propia humanidad.”

“No hay una estrategia de reformas, incluso la más racional, que puede sustituir la legitimidad del liderazgo ético, especialmente en tiempos de crisis. Encarnar ese liderazgo debe ser la prioridad inmediata del señor Peña Nieto.”

Yo coincido parcialmente con el ameritado historiador.

No hay una actitud más grande y más humana en el hombre del poder que la humildad de reconocer sus errores.

Eso es lo ético.

Pero corresponde al orden de lo moral, y no —como piensa Krauze en su artículo en The New York Times— será suficiente para quienes esperan escucharlo en los terrenos de lo político y de lo jurídico.

No es pedir perdón teologalmente lo que se necesita en la política, se requiere también considerar a los del porvenir inmediato, a los que llamarás con tus decisiones en tiempos de crisis.

El presidente Peña Nieto se encuentra, si la petición de Krauze —cobijada por el prestigio del diario estadounidense— fuera el mejor principio para salir de la crisis, ante la encrucijada de utilizar el ya desgastado “mensaje presidencial” que varias veces ha fracasado en este régimen, o negociar primero con los que debe hacerlo para dar un camino a la solución de una actitud popular que en estos momentos no aceptará que un perdón es algo suficiente para paliar la crisis e iniciar el camino de su definitiva solución.

Escuchando voces como la de la senadora Layda Sansores, a la que lo último que le faltó pedir en su intervención en la tribuna de esa cámara fue el fusilamiento de Peña Nieto, es evidente que lo que falta es trabajo político y recomposición en las áreas del gobierno que lo ameriten.

El riesgo de meter en una misma vasija lo ideal con lo real, es decir, en este caso, el perdón con la operación política, es la esterilidad.

La noticia de que uno de los padres de los desaparecidos de Ayotzinapa acepta el resultado del trabajo realizado en Austria sobre el ADN encontrado y que sería el de su hijo, de inmediato generó posiciones encontradas entre los actores del conflicto.

El presidente Peña Nieto sigue navegando solitario en medio de la tormenta.

Depositario de todas las críticas y acusaciones, sus colaboradores, sobre todo los implicados en hechos lamentables como Ayotzinapa, la casa blanca y las represiones que han suscitado protestas e inconformidades, el presidente mantiene la institución presidencial con su solitaria actitud de proseguir en medio del ventarrón que azota a su gobierno.

Pedir perdón ante la nación implica volver a utilizar el esquema de los medios masivos de comunicación.

¿Otra vez presentado por José Carreño?

¿Nuevamente en el foro parafernálico donde se pronunció el ya popularmente conocido como “decálogo”?

La acción del presidente ante la crisis debe ser producto de una pronta ejecución de políticas públicas que cambien radicalmente el estado de cosas que lo tiene postrado ante el juicio de sus opositores, siempre exagerado, aunque muchas veces verdadero, y lo ubique en el punto de partida preciso que le permita, por medio de la acción, lograr una reconciliación plena con los mexicanos.