Bergoglio limpia la Iglesia y pisa callos
Bernardo González Solano
Sin jugar al adivino y sin contar con la mágica bola de cristal que permita conocer el futuro del Papa Francisco, el cardenal que llegó a Roma procedente del fin del mundo está empeñado en limpiar los sucios establos de la alta jerarquía católica. Como los de Augías, solo que no lo podrá hacer en un solo día como Hércules. Ese es un hecho que nadie puede negar. El jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano desde marzo de 2013, el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio Sivori (Buenos Aires, 17 de marzo de 1936), se convirtió en el 266º pontífice de la Iglesia Católica Apostólica Romana, institución que en los últimos tiempos las manzanas podridas —los curas pederastas— han dañado, de raíz, su esencia cristiana.
Ante esta lacra, y otras que han empañado el comportamiento de la Iglesia Católica a lo largo de dos mil años, el antiguo superior provincial de la Compañía de Jesús en Argentina en poco tiempo ha demostrado que ningún esfuerzo es pequeño ni ninguna exigencia de responsabilidades es excesiva. De tal forma, el primer jesuita en la historia del catolicismo en llegar a la titularidad petrina es el único Papa que ha ordenado el arresto de un nuncio papal por pederastia. También es el primero en reunirse en el Vaticano con víctimas de abusos sexuales a manos de indignos y degenerados curas y el primero en pedir abiertamente perdón por la “complicidad” de parte de la jerarquía eclesiástica que encubrió esos delitos. Asimismo, en los últimos días, el sucesor de San Pedro en dos ocasiones sucesivas llamó telefónicamente a un joven español que le reveló en una carta el infierno (de carácter sexual) por el que había pasado, para animarlo a acudir a los tribunales civiles a denunciar a los sacerdotes culpables de sus sufrimientos.
Si Francisco no hubiera actuado como lo hizo, la Iglesia Católica hubiera perdido una gran oportunidad para corregir las aberrantes desviaciones de algunos malos sacerdotes que minan la doctrina cristiana. “Querido santo padre…tengo 24 años y soy miembro supernumerario del Opus Dei”, así empieza la carta que antes del pasado verano escribió un joven de Granada, España, al Papa Francisco, en la que descubre el espantoso caso de un grupo de sacerdotes de aquella ciudad española en el que captaban a monaguillos con el pretexto de infundirles una vocación religiosa, pero que en realidad escondían un horripilante submundo de prácticas sexuales. La misiva enviada al Papa hizo posible que un juez ordenara diligencias para investigar a esos sacerdotes por agresiones sexuales. El denunciante le escribe al pontífice que “nueve sacerdotes” le han “causado mucho daño” a él y, al menos, a “otras cuatro personas” que, explica, “han debido pasar el mismo tormento que yo”. La carta contiene pasajes muy duros y dramáticos. Un largo rosario de iniquidades. Al llamarle por teléfono al joven, Francisco le ofreció disculpas, entre otras cosas, “por este gravísimo pecado y gravísimo delito”. La Iglesia de España no es, ni mucho menos, una “organización perfecta”
Sin duda, la historia de la Iglesia Católica está llena de sacerdotes pederastas que encontraron abrigo por los obispos que los cobijaron, permitiendo que sus abusos quedaran impunes. Los tiempos han cambiado y la jerarquía eclesiástica no debe, ni puede, continuar con sus encubrimientos que tanto sufrimiento causaron. Los casos de pederastia y otros abusos se dieron en todos los puntos cardinales. Para empezar, en México el caso de Marcial Maciel todavía causa indignación. En más de una ocasión, se denunció que este sacerdote era protegido por el anterior Papa Juan Pablo II debido a las fuertes cantidades de dinero que aportaba a las finanzas del Vaticano. Mucha tinta ha corrido por las tropelías del sacerdote de origen michoacano que era sobrino de uno de los pocos santos nacionales, san Rafael Guízar y Valencia, ex obispo de Veracruz, cuyo cuerpo incorrupto se encuentra en la catedral de Xalapa. Pero en otros países el clero católico no ha sido un ejemplo mejor. En Irlanda centenares de niños sufrieron abusos durante muchas décadas en escuelas católicas. Un informe del ministerio de Justicia de ese país acusa a la Iglesia irlandesa de encubrimiento sistemático. En Australia, la propia Iglesia Católica confirmó 620 casos de abusos sexuales contra niños cometidos por sacerdotes desde los años 30 del siglo pasado. En el Reino Unido de la Gran Bretaña, 21 presbíteros fueron condenados en 2001 por abusar de menores británicos entre 1995 y 1999. El escándalo propició crear un comité especial para prevenir casos similares. Entre 1984 y 2002 el catolicismo estadounidense se cimbró, sobre todo en la arquidiócesis de Boston, cuyo cardenal Bernard Law fue acusado de encubrir a 250 sacerdotes pederastas. Y, en 2010, casi un centenar de sacerdotes y laicos fueron acusados de abusos sexuales en varios colegios jesuitas alemanes.
Pasarán muchas generaciones —y quién sabe— para que la Iglesia pueda reparar el daño que ha hecho al catolicismo romano su actitud ante los pederastas ensotanados, muchos de ellos prelados de alto nivel. Benedicto XVI, así lo reconoció y hace tres años ordenó la tolerancia cero ante esa lacra. El pontífice alemán fue rebasado, así como por los malos manejos del Instituto para las Obras de Religión (IOR) —fundado por Pio XII en 1942—, popularmente conocido como Banco Vaticano. Estos problemas y otros de carácter eclesiástico, como la repulsa a los homosexuales, al aborto, a que las mujeres puedan ser sacerdotes u obispos, y la falta de caridad cristiana entre la clerecía, obligaron a que Benedicto XVI renunciara y a que el nuevo sucesor de San Pedro, el che arzobispo de Buenos Aires tomara el toro por los cuernos pero a su paso hay infinidad de opositores. Muchos callos ha pisado el Papa Francisco. Al grado que se encienden muchas luces de alarma, temerosas por la seguridad del jesuita Bergoglio.
A principios del mes de noviembre, un paisano, che-sacerdote Juan Carlos Molina, secretario de Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico de Argentina (Sedronar), durante una visita a Roma, confesó que temía por la vida del Papa Francisco. “Le dije al Papa: cuídate que te pueden matar”, reveló Molina, quien tuvo varias reuniones con el pontífice sobre el tema de las drogas. A lo que el Papa que llegó de las Pampas le contestó: “Es lo mejor que me puede pasar, y a vos también”, al relacionar la posibilidad de una muerte inesperada con la del martirio. Molina, que ha sido criticado en su patria por promover la descriminalización de los drogadictos afirmó: “Francisco tiene claro que su lugar no es fácil”. De hecho lo sabe y en más de una ocasión los servicios de inteligencia de los países que visita lo han advertido. Un atentado en contra del Papa no sería raro, Juan Pablo II sufrió uno y estuvo a punto de morir. Bergoglio ya ha lastimado muchos intereses.
Además de que Francisco les dijo a los obispos reunidos en sínodo el pasado mes de octubre en Roma que “Dios no tiene miedo a las novedades” refiriéndose a la nueva actitud de la Iglesia frente a la familia moderna y a los homosexuales, lo que causó salpullido a cardenales y obispos conservadores, en su visita al Parlamento Europeo, en Estrasburgo, soltó a los diputados una crítica feroz que nadie esperaba: “No se puede esperar que el Mediterráneo se convierta en un gran cementerio”, que es en lo que se está convirtiendo ante la medrosa respuesta de la Unión Europea al desafío de la inmigración. Ese es el Papa Francisco. VALE.
