Párrafo:
La bandera blanca de Castro y Obama
Manuel Espino
Este fin de año 2014 hemos atestiguado uno de los cambios más significativos en la historia moderna del continente americano: el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba. Tras más de medio siglo de hostilidades desatadas después de la caída de Fulgencio Batista —que llegaron hasta extremos como la crisis de los misiles y fueron un factor preponderante en la Guerra Fría— hemos visto a ambos gobiernos extenderse la mano.
Aún falta que muchas medidas se hagan efectivas y seguramente los grupos políticos duros de las dos naciones entorpecerán el camino (muy especialmente los conservadores del Congreso estadounidense); no obstante, es innegable que hemos visto una victoria de la diplomacia y el principio del fin de una guerra en la que nadie levantó una bandera blanca.
Lo que se levantaron fueron argumentos en pro de los derechos humanos, de la democracia y de la armonía entre los pueblos. Por ello no resulta sorprendente que tanto Raúl Castro como Barack Obama agradecieran a un mismo líder internacional en discursos simultáneos: el papa Francisco.
Ahora es sabido que el obispo de Roma desempeñó un papel preponderante en 18 meses de negociaciones secretas que desembocaron en la liberación de diversos agentes de inteligencia, en lo que fue un primer paso para que Cuba y Estados Unidos decidan ver por encima de sus diferencias, con ánimo concertador.
Ahora que estamos en una época propia para la reflexión que se aleja del consumismo deshumanizante, bien vale la pena meditar sobre la solidaridad, las prácticas democráticas en nuestra vida cotidiana, la cultura de la paz y algo que es indispensable en nuestra nación: la capacidad de concertar y de escuchar al otro, al diferente, al que piensa distinto pero siente un idéntico amor por la patria.
Porque si algo ha demostrado este episodio histórico es que hay valores laicos y humanitarios, no religiosos, que aun siendo enarbolados por un hombre de fe pueden contribuir a cambiar el rumbo de la historia. Hoy que ya se vislumbran en el horizonte las elecciones de 2015, es hora de que los ciudadanos comencemos a reflexionar mucho más en ese tipo de valores que en las burdas ambiciones de los políticos tradicionales, pues solo así lograremos que en el año nuevo se abran caminos a la paz, la democracia y la armonía entre todos los mexicanos.
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