Gonzalo Valdés Medellín

Vicente Leñero (1933-2014) falleció en la Ciudad de México el pasado 3 de diciembre, víctima de cáncer pulmonar. Narrador, periodista y dramaturgo, Vicente Leñero fue sin lugar a dudas uno de los escritores más relevantes del México de la segunda mitad del siglo XX, distinción justa, por todo cuanto el autor de Los albañiles entregó a los diferentes campos en los que su talento se impuso, aleccionando en la experimentación, la búsqueda estilística y el ánimo consecutor y forjador de nuevos lenguajes, como queda patente en novelas excepcionales como Los albañiles, Los periodistas, Redil de ovejas, La gota de agua o Asesinato. Imposible no recordar sus aportes con la biografía intelectual de Jorge Ibargüengoitia: Los pasos de Jorge, uno de los libros fundamentales para entender al autor de Dos crímenes y Las muertas.

Dramaturgo de ruptura

Siempre polémico en cuestiones de estructuración formal y discursiva en sus obras, Leñero destacó en su rastreo (compulsivo en muchas ocasiones) de una dramaturgia cimentada en hondas tradiciones de nuestro teatro, para romper esquemas y reanimarlos en nuevas órbitas temáticas y formales. Fue un dramaturgo cuya obra prominente osó dar frutos en serie, la gran mayoría maduros y expuestos a la luz de la excelencia. Pueden citarse así varias obras: Pueblo rechazado, Los albañiles, La mudanza, La carpa, La visita del ángel, Jesucristo Gómez, Nadie sabe nada, Señora, Alicia, tal vez…, Todos somos Marcos, textos dramáticos de sólida factura por la sinceridad tonal con que fueron concebidos y que son —por mérito propio— parte viviente de la escena nacional, y ejemplos fundamentales del teatro mexicano del siglo XX.

Además, Leñero fue maestro de varios dramaturgos, sobre todo —y al lado de Hugo Argüelles— de aquellos pertenecientes a la Nueva Dramaturgia Mexicana. Entre sus discípulos más destacados habría de contar a los ya desaparecidos Jesús González Dávila y Víctor Hugo Rascón Banda, aun cuando su estilo e ideología escénica (que incluyen el teatro documento y el periodismo) hizo escuela en sí mismo.

Teatro documento e hiperrealismo: su escuela estética

Leñero se adscribió al hiperrealismo como uno de sus máximos exponentes, siguiendo la pauta de quien sin duda fincó las bases del hiperrealismo teatral en México: José Revueltas (con obras como Israel y El cuadrante de la soledad). Pero son dos vertientes importantes las que se observan en la dramaturgia de Leñero: la primera, el teatro documental (que en mucho viene a replantear crítica y subversivamente los esquemas del teatro histórico oficialista y acartonado) con piezas como El juicio, Martirio de Morelos, la ya citada Pueblo rechazado, Compañero y Los traidores, cuyos temas candentes para la sociedad mexicana subrayan el ahínco impugnador del dramaturgo en relación al sistema político mexicano, con sus contradicciones y deformaciones arraigadas al devenir histórico de nuestra nación.

En este rubro puede ubicarse a Nadie sabe nada, obra irreversiblemente denunciatoria que suscitó uno de los escándalos más grandes del teatro versus la censura en los últimos años de la década de los ochenta, y de la que Leñero dejó constancia en su libro de memorias Vivir del teatro II, donde refiere sus experiencias en la escena de México en forma acuciosa y por medio de un estilo directo y diáfano.

La segunda vertiente, el hiperrealismo, permite al dramaturgo dar constancia estilística, observada en casi todos sus textos (incluso en los novelísticos), pero se acentúa en obras de carácter introspectivo o de desglose netamente existencial: La mudanza, ¡Pelearán… diez rounds!, Señora y Hace ya tanto tiempo, siendo esta última ejemplo de virtuosismo y limpieza lírica. Lo político engazado a lo existencial cobra relevantes proporciones discursivas en Todos somos Marcos.

Cine, narrativa y metateatralidad

El cine y la televisión no le fueron ajenos. En el guión cinematográfico quedaron patentes sus alcances expresivos con Los albañiles, Estudio Q y la explosiva adaptación de la novela de Eça de Queiroz El crimen del padre Amaro, que levantó enconadas críticas de parte de conciencias regresivas y retardatarias. Ya antes de este filme, Leñero había logrado sublimar su visión humana en otra adaptación que queda entre lo mejor de la cinematografía nacional: El callejón de los milagros, basada en la novela del egipcio Naguib Mahfouz, Premio Nobel de Literatura. En televisión realizó varios guiones para telenovelas de Ernesto Alonso.

Adaptador al teatro de sus propias novelas, Leñero corrió con fortuna en las versiones escénicas de Los albañiles, La carpa y Jesucristo Gómez (de las novelas Los albañiles, Estudio Q y El Evangelio de Lucas Gavilán, respectivamente), logrando que los lenguajes narrativos y escénicos se entremezclasen con felices resultados, por medio de esa técnica que la investigadora teatral Olga Martha Peña Doria ha dado en definir acertadamente como metateatralidad.

La Teología de la Liberación

Al lado del católico Luis G. Basurto de Asesinato de una conciencia y El candidato de Dios, Leñero se manifestó como un combativo y lúcido defensor de la Teología de la Liberación, en dos de sus piezas con mayor arraigo popular: Pueblo rechazado y Jesucristo Gómez, siendo esta última una de las piezas maestras en el teatro leñeriano que llevó a escena Ignacio Retes en los noventa.

Vicente Leñero tradujo su pasión escénica, espiritual y humanística, en constancia, en el ejercicio dramatúrgico, constancia misma que le llevó a concebir una de las obras de mayor solidez en el horizonte de la literatura, del teatro y el periodismo en México, aportando vida y nuevos aires a nuestra escena, así como fincando caminos aleccionadores para el teatro del México del siglo XXI. Su obra deja huella profunda en nuestras letras, y es un legado trascendente para nuestro teatro.

El Leñero que conocí

Me llegan recuerdos de cuando conocí a Vicente Leñero en la revista Proceso, de 1982 a 1988, cuando viernes a viernes acompañaba a mi maestro José Antonio Alcaraz a la Redacción de la revista, donde echaban chorcha él y Leñero. Los veíamos jugar luego su partida de dominó: ¡Chopita de fideos!, exclamaba el autor de Los Albañiles y con él jugaban Armando Ponce, Carlos Marín y otros más.

Mucho platiqué con él. Pero mucho le aprendí porque creo que en esa época leí todas sus novelas, cuentos y obras de teatro. Lo recuerdo con gratitud de lector. Fue generoso conmigo cuando yo era un joven periodista y una de mis mejores entrevistas fue la que le hice a él para el suplemento Sábado de unomásuno, ya dirigido por Huberto Batis, y me ha emocionado siempre recordar cómo le gustó la entrevista y cómo, luego de que la publiqué, Leñero me decía: Es la mejor entrevista que me han hecho, el final es de primera. El final en donde Leñero me dice: “Yo siempre estoy en el camino de la búsqueda, la búsqueda…”. Marín me encontró alguna vez y me dijo que Leñero no dejaba de repetir esa frase: “Estoy en el camino de la búsqueda, la búsqueda…”, y agregó Marín: y sí, Gonzalo, es muy bueno ese final de entrevista.

Admiro su novelística, admiro su gran ensayo sobre Ibargüengoitia, admiro sus piezas Nadie sabe nada, Martirio de Morelos, Jesucristo Gómez; sus novelas, que leí casi todas. En fin, un gran escritor pero, sobre todo, un gran maestro nos ha dejado. ¡Descanse en paz!