Así todos perdemos

Mireille Roccatti

La violencia que asuela actualmente el estado sureño de Guerrero parece no tener final. Este estado que reúne características y posee peculiaridades que lo hacen muy diferente a cualquier otra entidad federativa, a pesar de muchas similitudes con el modo de ser del mexicano, sus pobladores, su gente tienen un modo de ser especial; no aceptan, exigen y, lejos de aguantar las injusticias del poder o desde el poder, alzan su voz y a veces el machete o el rifle para hacer valer sus derechos.

A lo largo de su historia, su difícil geografía ha sido refugio siempre del espíritu libertario, por sus montañas y valles el insigne Morelos mantuvo viva la llama de la Independencia tras la derrota, prisión y posterior ejecución de Hidalgo, Allende, Aldama y Abasolo, y en sus tierras se reunió el Congreso Constituyente de los insurgentes que proclamó la Constitución de la América Mexicana, que constituye la base fundacional de la nación.

En su suelo, tuvo lugar la reunión del jefe del ejército criollo, Agustín de Iturbide, y el caudillo de las fuerzas insurgentes, el gran guerrillero Vicente Guerrero, de quien toma su nombre el estado, que perteneció al muy dilatado Estado de México, al hacerse la independencia. Y fue ahí, en Guerrero donde se pactó la unión entre los insurgentes y el antiguo ejército realista, en alianza con la Iglesia y los grandes terratenientes, que posibilitó la declaración de Independencia de México en 1821.

Tras la etapa aciaga de la posindependencia, en la que un carrusel inacabable de gobiernos y presidentes inestables, ante la demencial dictadura del inefable Santana, que por enésima ocasión ocupaba la presidencia; desde las lejanas montañas del sur, el viejo insurgente Juan N. Álvarez puso fin a ese nefando curso de nuestra historia e iniciamos una refundación de la republica con el Constituyente del 57 que dio a la nación una Constitución moderna y acorde con la época del liberalismo presente en todo el mundo.

Posteriormente en este apretado e incompleto recorrido histórico, habrá que recordar que durante la Revolución de 1910, a pesar de no haberse librado en su territorio grandes batallas, sirvió de refugio y sostén al ejercito zapatista. Y luego más cercanamente en el tiempo, su territorio atestiguó el levantamiento armado de grupos guerrilleros rurales, que siguiendo básicamente la línea del “foquismo guerrillero” guevariano, que había triunfado en Cuba, y que tuvo como desenlace la muerte del profesor Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas, los principales dirigentes de ese movimiento armado.

Los últimos tiempos violentos que presenciamos en esa entidad no responden a luchas libertarias, desde hace por lo menos una década, su territorio se ha visto ensangrentado por enfrentamientos armados por grupos delincuenciales que se disputan el control de su territorio, donde se siembra mariguana y amapola y desde luego el control de sus ciudades que trae aparejado el ingreso proveniente de la venta de estupefacientes.

A mediados de la primera década de este siglo el puerto de Acapulco fue escenario de verdaderos combates armados entre los carteles que se disputaban la plaza, y los muertos, decapitados, encajuelados, desaparecidos se volvieron cotidianos. Sin que olvidemos la episódica aparición-desaparición de organizaciones guerrilleras, en tiempos electorales y sin actividad armada.

Hoy presenciamos otro tipo de violencia, desde antes de los trágicos y reprobables hechos de Ayotzinapa, un sector radicalizado del magisterio bloqueó las vías de comunicación, atacó e inendió edificios públicos, provocó daños patrimoniales a terceros e inició una espiral de violencia y vandalismo que no ha cesado. Luego de Ayotzinapa, todo ha empeorado, quemaron palacios municipales y el Congreso, destruyeron edificios de todos los partidos políticos, cerraron carreteras, secuestran servidores públicos y periodistas. Presenciamos una especie de guerra civil que más bien se produce en revuelta, una guerra irregular. Ante esta violencia sólo se percibe inmovilidad y pasmo por las autoridades locales, que parecen encontrarse en estado catatónico.

Y que no haya confusión, no se está pidiendo represión indiscriminada, sólo que se imponga el Estado de derecho. Ahora bien, si estamos frente a una violencia supuestamente revolucionaria, que pudiera reclamar ser legítima, que así se diga y que no se escuden los violentos en la noble bandera de pedir justicia por la muerte de los jóvenes normalistas.

La violencia no puede ser el camino para México. La vieja sentencia de que la violencia es la partera de la historia no tiene cabida en el México de hoy. Es necesario hacer un rediseño institucional y modificar el modelo de desarrollo para disminuir la grave desigualdad social, pero la ruta debe ser la construcción de consensos entre todas las fuerzas y actores políticos, pero nunca hay que aceptar que triunfe la violencia. Con la violencia perdemos todos.