Gonzalo Valdés Medellín

Ignacio López Tarso encabeza la triada de actores que componen la puesta Aeroplanos, comedia del argentino Carlos Gorostiza, en el Teatro Libanés. Y el sólo nombre del egregio primer actor mexicano es ya una propuesta escénica, si nos atenemos a la longevidad de don Ignacio aliada a su admirable vigor interpretativo y a su maestría histriónica, que no sólo en el teatro ha podido ser admirada por generaciones enteras, sino en el cine y la televisión. Alternando funciones se encuentran otras dos grandes figuras de la comedia en México: Manuel Loco Valdés y Sergio Corona, intérpretes más que estimables y con respectivas trayectorias, parte ya de la historia actoral de nuestro país. Vimos en el estreno a Manuel Valdés y fue una experiencia más que grata; no obstante, seguro con Sergio Corona, la puesta tomará otros matices, a través de este comediante a quien el público ha probado, comprobado y aprobado.

Aeroplanos (escrita en 1990) es un escaparate de grandes figuras, al menos en ésta su versión mexicana, que la vuelve netamente anecdótica (dos hombres de la tercera edad, recordando viejos triunfos y hazañas deportivas), lo cual la vuelve más “descansada” para los mismos actores que sólo tienen que llevar el argumento en líneas generales, lo cual les permitirá improvisar llegado el caso (y llega varias veces). Pero habría que —y este es el aspecto más evidente del producto— tomar en cuenta que también se trata de una obra “descansada” para un público poco exigente, estéticamente hablando, que consume el fenómeno escénico no como un acto de reflexión o revitalización humanística o filosófica, sino como un mero divertimento que sea entretenido y distraiga sin más que la presencia de las estrellas que los productores venden de manera franca, amparados en la calidad histriónica —y muchas veces en la sola fama— de las mismas. De ahí que las adaptaciones que estos productores han presentado de ésta y otras obras en México expurguen de la dramaturgia original cualquier contenido que implique hondura discursiva e ideológica, ya no se diga estética y menos aún política. Esto es El teatro por el teatro (bien maquilado o facturado), como El arte por el arte que tanto se defenestró en el silgo XX, al considerársele un vehículo escapista, frívolo, enajenante y, en suma, vacuo. Sin embargo, hoy, esto es lo que vende y sigue vendiendo, y así se arma y así se entrega a cierto público mexicano. El director y el productor de Aeroplanos en México lo han entendido muy bien, hallando la fórmula perfecta para el negocio exitoso, como demostró la producción que ellos mismos hicieron de El cartero de Antonio Skármeta (con el mismo López Tarso y la encantadora Sofía Castro, hija de nuestra primera dama, doña Angélica Rivera de Peña) convirtiendo la pieza, que refiere un pasaje de la vida del poeta chileno Pablo Neruda, en una comedia de enredos con ribetes telenovelescos, mutilando todo el contexto social, político y crítico del original, que incluso en la versión a ópera del compositor mexicano Daniel Catán contaba con mayor incisividad en sus aspectos sociopolíticos e históricos.

Lo mismo sucede ahora con Aeroplanos: al extraérsele los órganos vitales al texto, tanto en su convergencia existencial como en lo sicológico de los personajes, Aeroplanos vuelve a repetir la fórmula y a explotar y convertir el teatro en pretensa estampa televisiva. ¿Qué sostiene entonces a la comedia? Desde luego el oficio siempre admirable de López Tarso y de Valdés quienes dan lo mejor de sí mismos —en la mejor acepción del término—, y la dirección de Salvador Garcini que imprime buen ritmo. Cabe subrayar el trabajo comprometido y decoroso del Loco Valdés quien se muestra como pocas veces, como un actor de carácter dejando guardado casi por entero el estereotipo de su Loco y alcanzando momentos brillantes al lado de la destreza de López Tarso.

Aeroplanos vale la pena verse entonces, si nos ubicamos frente a un producto absolutamente comercial cuyo cometido es vender (lo cual no es censurable, aclaremos) un producto teatral sin riesgo alguno; vender imágenes de estrellas bien enmarcadas en un eficaz set (que no escenografía), y vender la complacencia y autocomplacencia entre público y productores.

Si el lector no gusta de complicarse la existencia viendo un teatro complejo en lo conceptual, dramatúrgico y estético, si sólo quiere “pasarla bien”, Aeroplanos es la opción pues reirá y suspirará viendo a tres monstruos del espectáculo mexicano, ¡en vivo!, aunque al salir del teatro la obra sea lo que menos le haya importado, sino ver a Tarso y el Loco, o a Corona. Y nada más.