Caso Enrique Peña Nieto

José Luis Camacho Acevedo

El presidente Enrique Peña Nieto es un político que oficia en lo que se refiere al ejercicio del poder. Se asume con gran pragmatismo a la máxima clásica que advierte que el poder que se comparte termina finalmente perdiéndose.

Pero el estilo de oficiar solo —estrategia de la que fue ejemplo cimero el recordado don Adolfo Ruíz Cortines— no implica que quienes son colaboradores del hombre del poder funcionen esperanzados al cobijo de su jefe.

Otra vez la falta de servicios de inteligencia eficientes vuelve a fallarle al presidente de México. Es obvio, por los hechos recientes, que nadie estuvo pendiente de dar seguimiento a los promotores de Carmen Aristegui cuando difundió el video de la tristemente célebre casa blanca de Las Lomas.

Si los responsables lo hubieran hecho, seguramente que hoy sabrían cómo llegó la información a The Wall Street Journal.

Y nuevamente la comunicación vuelve a fallar al presidente.

El vocero Eduardo Sánchez, siguiendo el libreto que le elaboraron en Los Pinos, se presenta como mensajero a lo publicado por el periódico Reforma. Se vio muy mal el funcionario haciendo aclaraciones en tercera persona y dirigidas a un interlocutor que en la caso mexicano era Reforma.

Si el presidente manda dar una explicación de su declaración patrimonial, es una nota para consumo de todos los medios de comunicación y no un diálogo cerrado entre un acusador especulativo y de mala fe como Reforma y el poder.

La salida explicatoria del vocero resultó así un ejercicio inútil por la penosa falta de credibilidad que por ahora tiene esa vocería que nadie sabe porqué y para qué se inventó. Si fue una pugna por crear equilibrios entre los más importantes miembros del gabinete peñista sería algo harto delicado.

Quien sea el padrino de Eduardo Sánchez, ganó al imponerlo en ese fantasmal cargo. Pero el que perdió fue el presidente Peña Nieto que no tiene quien responda los ataques con argumentos y no con una especie de disculpas mal disfrazadas.

Al presidente Enrique Peña Nieto pueden criticarle el funcionamiento de sus políticas públicas. Pero el juego mediático en su contra es de carácter personal. Son sus propiedades las que alimentan la crítica que luego los profesionales del antipeñismo trasladan a los actores políticos de oposición como denuncias para que éstos las conviertan en protestas sociales.

La revelación The Wall Street JournalReforma es de carácter personal. Por ello el vocero Eduardo Sánchez, como figura institucional dentro del aparato gobernante, debió salirse de esa trampa y no hacer comentarios que se convierten en un acuse de recibo oficial a los oponentes políticos del presidente. El vocero debió aclarar que estaba a las órdenes de todos los medios para aclaraciones sobre la marcha de cualquiera de las políticas públicas que impulsa el actual régimen. Sólo eso.

El escándalo vende mucho en estos tiempos en que las redes sociales hacen viral cualquier acontecimiento, público o privado, que cuestione a las figuras públicas y luego se convierten en notas o columnas políticas. Un ejemplo que por trivial no deja de ser revelador. El gobernador de Chiapas, Manuel Velasco, fue devorado por las redes sociales en cuanto se difundió el video que exhibe su juvenil neurosis golpeando levemente a uno de sus colaboradores.

Los memes y las parodias virtuales sobre este acontecimiento, insignificante en sus consecuencias pero revelador de la personalidad de un hombre que tiene un poder virreinal en Chiapas, ajustaron cuentas al neurótico mandatario hasta llevarlo a sumar una ridiculez más en su controvertida trayectoria ofreciendo una disculpa pública al agredido.

Manuel Velasco se considera presidenciable para 2018 en una alianza PRI-Verde. Por eso despilfarra los recursos de un estado miserable y marginado como Chiapas en una loca promoción que los analistas serios coinciden en que es una aventura sin futuro. Y yo agregaría, a partir del suceso golpeador, que esa aventura tiene un presente que presagia un desastroso destino para un voluntarista político como es Manuel Velasco.

Todo lo anterior se complica y se suma al efecto desalentador del reporte de la universidad de Innsbruck, protegido por todo el rigor científico, sobre la imposibilidad de encontrar perfiles genéticos y el ADN correspondiente con los restos que están analizando.

Así el nuevo escándalo de la casa en Ixtapan de la Sal es un penoso adviento de la crisis mediática que sufrirá el gobierno peñista los próximos meses. La responsabilidad de los medios a la hora de revelar investigaciones como la que se está haciendo a las propiedades del presidente Peña Nieto es bien laxa. Ya no priva la ética como principio del oficio mediático —sea escrito, cibernético, radiofónico o televisivo— a la hora de informar.

Si los escándalos mediáticos desinforman a la sociedad y afectan el sentido crítico que se debe tener a la tarea de gobernar, no es cosa que les importe mucho a los dueños de los medios que, dignos herederos del estilo nota roja, hacen de la información política o de cualquier nivel de gobierno, un preciado botín a favor de sus intereses.

Una pregunta final: ¿sabrán ya los encargados de la seguridad nacional y sus servicios de inteligencia quién es el dueño del perro que está mordiendo a Enrique Peña Nieto?