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Michel Duquesnoy*
“C’est dur d’être aimé par des cons”… “Es algo duro de ser amado por coños”. En 2006, una caricatura de Cabu atribuía esta frase al profeta Mahoma en la primera página de solapa de la revista satírica francesa Charlie Hebdo. Claro está, Cabu denunciaba la estupidez de los islamistas radicales, esta minoría odiosa de “coños” capaces de espantar aún en la imaginación sarcástica a su propio profeta.
No será el lugar, en esta reflexión, remontar a la probable génesis de la horrible matanza contra los artistas y el personal de la redacción ocurrida en París hace unos días, sino proponer una reflexión quizá a contracorriente a partir de este tipo de parodia burlona que atiza el odio cuando pretende denunciarlo.
Los grandes interrogantes que el condenable acto terrorista plantea, giran indudablemente alrededor de la libertad de la prensa, de la sátira y de la libertad de expresión. En fin, de la libertad. No obstante, los sustratos de los crímenes cometidos contra los caricaturistas de la revista deberían llevarnos lógica y obligatoriamente a guardar la sangre un tanto más fría, garantía de una reflexión crítica a la que, lamentémoslo, no parece dar cabida, sino con pocas excepciones, la gran mayoría de la prensa europea. Tal vez una vez más ¿se quiera disfrazar los fundamentos y los artificios de la xenofobia que atraviesa gran parte del Norte global? Ello con el apoyo inesperado del acontecimiento trágico susceptible de sacudir nuestras consciencias…
Cierto es que la prensa cáustica así como sí el arte de la caricatura, tienen en Francia una historia que remonta probablemente a la Revolución. Conforma el escenario político del Hexágono hasta detentar un poder evidente en los debates políticos. Pues Francia es el país de la libertad y de las libertades. Bien… No es mi intención cuestionar los fundamentos de esta forma de ser y pensar, pilares imprescindibles del proyecto republicano y de la democracia moderna. Sin embargo, me pregunto: ¿es permitido tolerar y defender el derecho de ofender? Me temo que si bien Charlie pertenece a una larga tradición y si es cierto que nunca vaciló a someter a sus ácidos croquis a todas las tradiciones religiosas, políticas e ideológicas, es probable que en varias ocasiones, sus autores hayan ultrapasado los límites de la decencia y del respeto, valores éticos irrebatibles. La libertad de expresión, en mi opinión, que casi por definición puede ser iconoclasta, ha de auto limitar sus propios niveles de lo admisible. Perturbar, molestar, denunciar, cuestionar, criticar o lo que sea por el estilo, no debería emparejarse con la ofensa o las humillaciones. Es tema de un largo e infinito debate discurrir en torno de la necesidad de utilizar las armas de la intolerancia y del radicalismo libertario para consolidar una argumentación convincente contra la intolerancia y el radicalismo ideológico sectario. Tal vez denuncia pero no soluciona, no propone alternativa y en su frivolidad lúdica, flirtea con el sensacionalismo mediático insípido.
*Antropólogo de la Universidad Bernardo O Higgins, Observatorio Regional de Paz y Seguridad, Santiago, Chile.