Agustín H. Berea*
Ante la creciente complejidad en los actuales conflictos del Medio Oriente, debemos ir más allá de las máscaras ideológicas para entender los reclamos y ambiciones que alimentan la lucha armada. Aunque la espectacular crueldad de grupos islamistas como ISIS orille a la opinión pública hacia una mezcla de terror con fascinación por el impenetrable sinsentido de la intolerancia, no podemos olvidar que las barbaries son el producto natural de la guerra. La evolución del caso sirio ejemplifica cómo la estratificación social, entre otros, inició un enfrentamiento que ahora eclipsa el extremismo religioso.
La sociedad siria se compone por diversos grupos con identidades religiosas y étnicas simultáneas. Las diferencias en credo e historia no impiden por sí la convivencia entre distintos grupos. Las líneas que dividen a las comunidades no son definitivas, sino que encuentran acomodos conforme lo requiere la situación.
La diversidad no es exclusiva del caso sirio, como tampoco lo es la animadversión entre grupos de una misma sociedad. Lo que se antoja extraño es que sus estructuras sociales se construyen sobre comunidades y no sobre familias nucleares. La solidaridad, la lealtad, así como las redes de beneficios se comparten dentro de una comunidad. Ésta no siempre se limita a zonas geográficas y sus distintivos se nutren de motivos étnicos al igual que religiosos.
Los conflictos entre comunidades se traducen mejor como oposición de intereses que como esencias eternamente antagónicas. Por lo menos desde el siglo XX los enfrentamientos entre comunidades de este país tienen orígenes identificables que eluden la explicación religiosa. Desde la administración otomana, pasando por las divisiones confesionales del período francés, hasta el reclutamiento del ejército sirio en comunidades alauíes, la pugna siempre tiene de fondo el acceso a privilegios particulares y sólo tangencialmente la ortodoxia religiosa.
Si bien las diferencias de creencias se utilizan para inflamar los ánimos entre contendientes, no debemos perder de vista que la guerra es sólo un medio para lograr objetivos determinados. Aunque parezca que los conflictos en Medio Oriente estarán siempre condenados al sectarismo religioso, no olvidemos que los guerreros del Siglo XXI persiguen los intereses apremiantes de este mundo aunque sus muertes se santifiquen bajo la idea del martirio.
*Centro de Estudios de Asia y África, COLMEX.
agustinberea@yahoo.com