Carlos A. Flores

Varias son las razones por las que no existe el delito de blasfemia en Francia, como sí lo existe en otras democracias, una de ellas, quizás la más importante, tiene que ver con la libertad de expresión.

El salvaje atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo marca una diferencia cualitativa que no debemos menospreciar. Se ha golpeado, hasta sus cimientos, una de las libertades fundamentales que ha sostenido la idea misma de democracia y libertad política.

No es menor considerar que sus autores y quienes perecieron fueron ciudadanos franceses. Dentro de ese amplio abanico de pluralidad que significa la República, cabe destacar que fueron sus propios ciudadanos quienes protagonizaron estos hechos.

Los terroristas, huérfanos de migrantes de ascendencia argelina, nacieron ambos en París y notoriamente se encontraban bajo la influencia de la yihad islámica. Ni qué decir de las víctimas, todas ellas, incluso los policías, fueron hijos de Francia.

A diferencia de otros atentados que han conmocionado al mundo, el terrorismo no había atacado frontalmente la libertad de expresión —en aras de una reivindicación de fundamentalismo religioso— como el ocurrido contra el semanario satírico.

De ahí la gravedad de estos hechos que obligan a mirar, desde otra perspectiva, la marcha de París a la que asistieron poco más de 3 millones de franceses: la divisa Libertad, Igualdad y Fraternidad ha sido abofeteada.

La reacción de los estados también debe mirarse en retrospectiva. Si después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos se lanzó de lleno a una ofensiva militar contra Afganistán e Irak —la cual tuvo un enorme costo político, económico y militar—, lo que en realidad se socavó fue la libertad de los individuos. La paranoia llevó a impulsar severas restricciones a las libertades de los ciudadanos en aeropuertos, Internet y vigilancia extrema en aras de la seguridad.

Ante el ataque a la libertad la primera víctima es la libertad misma. En el caso de Francia, las restricciones a otras libertades son palpables en estos días. No sólo por la necesidad de evitar pérdidas humanas, sino para prevenir acciones de células extremistas ante otros atentados. Las autoridades francesas anunciaron mayor vigilancia a las comunicaciones en la Internet y una activa intervención de la policía y el ejército.

En este contexto, los afanes islamófobos y antisemitas han vuelto a aparecer con mayor crudeza. Las reivindicaciones extremistas en un país donde la laicidad ha tenido el más alto sitial democrático, impulsa de nueva cuenta el debate sobre la vigencia y fortaleza de sus instituciones. Pero no al costo de vidas humanas. No al costo de amputar el pensamiento. Hay que tener el coraje de pensar.

@CarlosAFlores