Miguel Ángel Muñoz
Diversos historiadores y críticos de arte coinciden en afirmar que el romanticismo fue, sin duda, un acto de fe, no sólo en el arte, sino en la creación artística. Es en ese momento cuando se define el concepto de artista moderno como aquel que apuesta por la trascendencia estética que da sentido a una obra terminada. Es por ello que la pintura tiene múltiples interrogantes: desafío, admiración, sentido, forma. El creador debe mostrar a las almas de plomo, incapaces de elevarse por encima de su estatura, un mundo particular que es y no es subjetivo, personal: el reino del arte.
Jazzamoart ha descubierto, a la vez, la tradición de lo nuevo, y las derivas abstractas polarizadas en el informalismo —Staël y Roothko— y el expresionismo gestual —Motherwell y Guston—. Muy pronto descubrió, en la soledad y en la búsqueda pictórica, la veracidad de los valores plásticos a través de una reflexión sobre los pigmentos que le llevará al estudio de las vanguardias y la fuerza expresiva del negro en la delimitación de la ancestral escena cotidiana o cinegética.
A lo largo de su evolución como pintor, desde los años setenta hasta la actualidad, Jazzamoart se mantiene siempre en un mismo nivel, a la vez que no cae en ninguna retórica repetitiva, lo cual resulta importante en un artista que maduró un estilo personal muy pronto, sino que prácticamente desde el principio, su obra tuvo una aceptación inmediata. Un lenguaje personal, muy propio y que, cualquier artista quisiera tener: una estructura compositiva muy depurada en su esquema figurativo, una capacidad sobresaliente para sintetizar elementos pictóricos y referenciales (espacio, materia, gesto, luz, color), y, por último, un uso poético de los contrastes cromáticos bitonales. De esta forma, un Jazzamoart llegó a ser fácilmente reconocible como un cuadro tipo, en el que las figuras se marcaban sobre una materia empastada, generalmente coloreadas en rojo, negro y azul. Por ejemplo, Bebopera azul, 1999, Crucifixión con sax, 2001, Saxo-signo, 2001, Saxofonista y baterista, 2002, Saxofonista, 2002, Trío, 2004, Retrato de Nora, 2004, Cuarteto La Pintura, 2007, Noche de cuarteto La pintura, 2007, entre muchos otros, son desconcertantes metáforas del acto de pintar que atemperan las representaciones en un arriesgado gesto cromático equilibrado sólo por la potencia de la pincelada y el diálogo matérico. Espacio y tiempo son, ahora más que nunca, las coordenadas de su pintura. Una pintura se une a la otra según un dibujo orgánico y sistemático, que establece una unidad compositiva. El espacio representado y al mismo tiempo vivido por el espectador, que se halla inmerso en él, está formado por convergencias pictóricas y ritmos interactivos, si bien una geometría fija, que no inmóvil, impone su yugo al movimiento y a la animación de la materia y los colores. Se trata de campos que unas veces se extienden como horizontes y otras concuerdan poderosamente con el negro, el rojo y el blanco, por ejemplo en su pintura Cuarteto, 2006.
Desde los tiempos de suave pero radical distanciamiento del discurso informalista, Jazzamoart ha pugnado por un espacialismo pictórico cada vez más denso y depurado que sólo de manera tangencial remite al gestualismo y a las estéticas neo-expresionistas y ello siempre a contrapelo de la moda. Jazzamoart hizo suyo, el neoplasticismo de disciplina mondrianesca, y desde entonces ha comprendido la obra de arte como un equilibrio difícil entre forma y color que se expresa como una unidad en la superficie rectangular del cuadro. Opacidad, transparencia, profundidad y tono son claves que nos clarifican su quehacer artístico, sensible más tarde al gesto y el desasimiento referencial de las propuestas informalistas. Un pintor atípico en México, desde luego, al que siempre he asociado con la persuasión matérica y gestual del grupo El Paso. Sin duda. Pero, siendo así, la trayectoria más admirable no puede separarse de la obra, lo producido, lo que da sentido pleno a todo lo demás, pues, sin ella, se volatiliza.
Jazzamoart lleva ya más de cuatro décadas de producción plástica ininterrumpida, que ha abarcado todos los materiales, géneros, técnicas y, por supuesto, maneras posibles, porque una de sus características ha sido la inquietud, la experimentación, la reflexión. De todas formas, si nos limitamos a su trayectoria pictórica, la vía por él más frecuentada, vemos que no ha dejado de cambiar sin apartarse de sí mismo; es decir, que ha cambiado para poder mantenerse fiel a sí mismo, a su discurso estético inicial. Jazzamoart ha practicado un lenguaje semi-figurativo y ha llevado a cabo una abstracción sin prescindir de un gestualismo automático, pues nunca reprime su impulso primero.
Las ásperas rugosidades matéricas que a modo de huellas enquistadas sobre la tela dominaban las pinturas de Jazzamoart hasta comienzos de los años noventa fueron disolviéndose poco a poco, primero mediante su concentración en figuras arropadas por densas manchas que parecían no renunciar a un lento fluir, después metamorfoseándose en sencillas formas geométricas de colores planos que apenas rompían la uniforme monocromía del plano pictórico. Jazzamoart explora como pocos de su generación las posibilidades simbólicas y energéticas de los materiales: poverismo, informalismo, assemblage. Pero con la ambigüedad y la imprecisión necesarias para transformarse en “cualidades pictóricas” entre el espontaneísmo y el materismo de cuño gestual y efectista.
Hablar de evolución es referirse a un conjunto de inesperados giros que en algún momento refutan los logros anteriores, de cuestionamientos e interrogaciones que tienen como consecuencia inmediata orientar la pintura hacia nuevas tesituras. A pesar de poseer un exquisito conocimiento del oficio pictórico, en la obra de Jazzamoart se observa un absoluto desdén por lo estilístico, un esquivamiento de lo amanerado. Mirando su pintura, se tiene la sensación de hallarse ante un artista que pretende ensanchar los límites de la disciplina en la cual trabaja y que en ese intento, conseguido unas veces y otras sólo intuido, encuentra una voz personal. El estilo no es sino un hallazgo que sobreviene al pintor y que le permite acotar un lenguaje. A Paul Valéry debemos una precisión clarificadora sobre el concepto: “voir plus de choses qu’ on en sait”, lo que bien mirado invoca el principio de sorpresa, de descubrimiento ante el desconcierto de lo nuevo, que nuestro artista transforma en cada una de sus obras.
En los cuadros de los últimos trece años (2000-2013), el artista ha revisado la complejidad textual de su obra de finales de los setenta y principios de los ochenta, bien transformando la superficie de la pintura en una figuración concreta y definida, o bien creando una superficie elaboradamente sutil sobre la que sitúa una figura sola o doble. Reconocemos no sólo el estilo y su técnica característica, pero también, como una luz nueva, más radiante y saturada, un mayor atrevimiento; en suma, una paleta nueva, más refinada y brillante. No sólo enseguida neutralizó el efectismo cromático, intercalando gamas cálidas y frías, sino que mediante contraluces ha logrado una sombra de las figuras sorprendente. Éste es el Jazzamoart último, donde cada uno de sus cuadros, hasta los emocionantes de pequeño formato o sus dibujos, signan el momento con la marca de un acontecimiento artístico; es decir; el del encuentro del artista consigo mismo y con el arte, que como decía el poeta José Hierro: “Yo sí lo sé. Yo he descifrado/ el, para los demás, indescifrable código…”. Jazzamoart ya lo encontró y se encontró él mismo en su discurso estético. Quien conozca la trayectoria de Jazzamoart puede que se pregunte entonces cómo cabe apurar más el lenguaje si se ha mantenido siempre al margen de retóricas y ampulosidades.
El resultado de este trabajo último y de la trayectoria de Jazzamoart es un conjunto de cuadros plenos de fragancia poética, de búsqueda constante en derrotar al tiempo, para encontrar la felicidad de pintar. Eso es una excelente lección.

