Camilo José Cela Conde
Madrid.- A los dos primeros bebés de la isla en la que vivo, Mallorca, nacidos nada más estrenarse el año 2015, se les dio el nombre de Youssef y Nassiri. Eso quiere decir varias cosas. La primera que bautizar ya no es un verbo útil en España para describir la inscripción en el registro civil de la que saldrá luego la partida de nacimiento. Es dudoso que con semejantes nombres los padres de esos niños profesen la fe cristiana. Llamarse como un santo o una santa está pasando, pues, a la historia en España al menos en términos estadísticos: es muy probable que en cualquier día del año, no sólo en el primero de ellos, haya youssefes en lugar de josés haciendo cola para que registren su fe de ciudadanía.
Tampoco hace tanto que se puso de moda bautizar a los hijos con nombres exóticos. Podría tratarse, pues, del mismo fenómeno pero luego la fotografía de los padres sonrientes ante el Nassiri de turno desmiente esa posibilidad. Las listas de los nombres más comunes de cada región española —disponibles en las páginas de heráldica de Internet— también niegan el clavo ardiendo. En Melilla, ciudad que se encuentra en África, como se sabe, Fátima se encuentra en el tercer lugar entre los nombres más utilizados para las niñas y Fadma, que suena muy parecido pero trae connotaciones diferentes, anda por el décimo. Hubo un tiempo en el que lo que primaba en España era mirar hacia los países anglosajones eligiendo Vanessa, Jessica o Jennifer, que suenan como poco a figurante en Hollywood. De haber prosperado, igual llegábamos por esa vía a la globalización al margen de credos y etnias pero no. Si José ha desaparecido de la lista de los nombres más utilizados, Ahmed gana cada vez más puntos.
Para poner nombres en sus latas buscando avivar la fiebre del coleccionismo en España la compañía Coca Cola acudió al Instituto Nacional de Estadística en busca de inspiración. Como una cosa es la fe religiosa y otra el negocio, quiso cubrir todos los flancos añadiendo denominaciones familiares genéricas (mamá, papá, abuelo, novia y así). Pero eso es hacer trampa: lo suyo es arriesgarse más allá de las modas de Iker o Anna. Jugar con la ortografía común añadiendo toques de la prensa del corazón, como sucede con Anna, lleva a que haya crecido el número de las niñas que se llaman Letizia como la reina española; algo impensable hace cosa de una década. Aparece así el verdadero problema: el nombre se puede cambiar pero es un tanto engorroso ponerse a hacerlo, por lo que hay que pechar con el que le hayan dado a uno. Con el riesgo de terminar llamándose como una princesa de película de Disney.
Acabo de leer que el éxito de Frozen, un cuento de hadas en formato de dibujos animados, ha hecho que en la Gran Bretaña el nombre de Elsa pase del lugar 331 que tenía entre los más utilizados en el 2013 al 88 del año pasado. No parece de momento que a los niños se les llame Grinch ni Shrek pero todo se andará. Mejor, desde luego, que tener que viajar al Yemen sin ser futbolista y con el nombre de Cristiano.
