Bernardo González Solano
Sin duda, la República Oriental del Uruguay es un país singular, y no solo porque es el estado más pequeño del macizo continental americano, con apenas 176 mil km2 y 3.3 millones de habitantes, que en su gran mayoría (85%) desciende de la inmigración caucásica que colonizó el país al tiempo que los pueblos indígenas originales fueron diezmados sistemáticamente en el siglo XIX.
Los orientales o uruguayos de la actualidad tienen sangre española (los gallegos y los asturianos son los más numerosos), italiana, francesa, alemana, polaca, brasileña y argentina; hay pequeñas minorías de mestizos, negros, judíos y árabes. Uruguay puede ser definido como “el verdadero país de la casta”. Por ejemplo, una sola familia, los Batlle, oriundos de Sitges, Cataluña, España, en tres siglos dio tres presidentes a Uruguay, uno de ellos, José Batlle y Ordóñez, hijo de Lorenzo Batlle y Grau, separó la Iglesia del Estado, modernizó al país y lo llevó a un periodo de prosperidad financiera, que le valió el nombre de la “Suiza de América”.
Hay características que diferencian al Uruguay del resto de Hispanoamérica: después de Chile, es el segundo con el menor índice de percepción de la corrupción en el continente; junto con Costa Rica, tiene la distribución de ingresos más equitativa, pues tanto la población más rica como la más pobre representan solo un 10%, respectivamente, de la sociedad; en 2006 (bajo la primera presidencia de Tabaré Vázquez) era el tercer país iberoamericano con el PIB per cápita mas alto; es uno de los diez países más verdes del mundo, ocupando el número nueve de una lista que encabezan Finlandia, Islandia y Noruega; es el más pacífico del continente. De acuerdo con la revista International Living es el mejor del Nuevo Mundo para vivir; y se ubica entre los veinte más seguros y más democráticos de la Tierra.
Ahora bien, la democracia uruguaya tiene características propias solo aceptables bajo la óptica de los orientales. Por ejemplo, en el proceso electoral (elección de presidente y legisladores) que terminó el pasado domingo 30 de noviembre con el obligado balotaje, para suceder al presidente José Mujica (que termina su periodo el 1 de marzo de 2015), compitieron: Pedro Bordaberry, hijo del difunto dictador (Juan María Bordaberry) que fue condenado por los crímenes que cometió en el poder; otro, (Luis Alberto Lacalle Pou), hijo de un expresidente (Luis Alberto Lacalle); y, el tercero, Tabaré Vázquez, ex presidente (2005-2010), antecesor del ex guerrillero tupamaro, José Mujica, que al salir de la presidencia continuará siendo senador de la República Oriental del Uruguay. Estos tres fueron los candidatos principales de entre los que el domingo 26 de octubre pasado eligieron los uruguayos —con voto obligatorio—, en primera vuelta, de sus comicios parlamentarios y presidenciales. Sobrevivieron Tabaré Vázquez y Luis Alberto Lacalle Pou, que dirimirían el resultado final el domingo 30 de noviembre, cuando ganó ampliamente el ex presidente Tabaré Vázquez. Por una diferencia de casi 14 puntos, 53.9% de los votos, frente al 40.6%, el candidato de la coalición socialdemócrata Frente Amplio, se impuso a su rival del Partido Nacional, Luis Alberto Lacalle Pou, de 41 años, de centro derecha. Por primera vez en dos siglos, una formación socialdemócrata gobernará el país a lo largo de 15 años y tres comicios consecutivos.
Cada país tiene sus particularidades y los uruguayos no se escandalizan por una “endogamia” política que es un rasgo diferencial respecto a otros países iberoamericanos y que algunos explican por la reducida población del país. En 3.3 millones de habitantes no es extraño que se considere “normal” que se repitan apellidos en la cúpula. Sin embargo, la preeminencia de los “clanes patricios” se ha disminuido desde la reforma constitucional que obliga a todos los partidos a celebrar elecciones primarias para elegir a sus candidatos, aunque la vieja élite mantiene todavía una notable presencia.
De tal suerte, como un entendido entre personas viejas, el progresista Tabaré Vázquez, de 74 años de edad, sucederá a José (“Pepe”) Mujica, de 79 años, al frente del gobierno uruguayo. Tal si fuera un juego de prendas, el 1 de marzo próximo, el segundo le devolverá la banda presidencial al primero, el mismo que se la colocó cinco años antes tras cerrar su inicial mandato (de cinco años), tras cerrar el histórico mandato de la izquierda, entonces el único en la historia del pequeño país sudamericano.
Tabaré Vázquez ya forma parte de la historia uruguaya. Fue el primer regidor de izquierda que logró, con el Frente Amplio, la alcaldía de Montevideo —la capital nacional—, en 1994 y el primer presidente de la misma tendencia que llegó al principal puesto del país en 2004. Así, puso fin a 174 años de hegemonía de los partidos tradicionales, el Nacional y el Colorado. Hace dos décadas, el médico oncólogo —que nunca ha dejado de dar consulta a la gente pobre dos días a la semana—, cambió el curso de la acostumbrada política del Uruguay. El primer mandato presidencial de Tabaré lo concluyó con una aprobación popular superior al 60%, como sucede con Mujica. La opinión generalizada de los orientales es que ambos han sido buenos presidentes.
De nueva cuenta, Tabaré llegará nuevamente al gobierno como líder de una fuerza política que ha consolidado el crecimiento económico del país. Uruguay cerraría 2014 su duodécimo año consecutivo de expansión, después de terminar 2013 con un avance de 4.4%. El exguerrillero José Alberto Mujica Cordano (20 de marzo de 1935, Montevideo, descendiente de vascos procedentes de Muxica, País Vasco, España), después de la segunda vuelta electoral, comentó que el resurgimiento de la economía uruguaya fue la “combinación” entre “viento de cola, políticas y el esfuerzo de empresarios y del tejido social”. De hecho, la economía de la República Oriental del Uruguay se cimenta en el sector agroexportador y el turismo. Los últimos gobernantes uruguayos supieron aprovechar el viento a favor que generó en los países de la región el aumento en los precios de algunos alimentos de exportación, como la soya y la carne de vacuno, para elevar su producto interno bruto a niveles históricamente altos.
Es cierto, además, que los últimos tres lustros han sido halagüeños para Uruguay pues el crecimiento y la ejecución de políticas laborales y sociales hicieron posible que el desempleo bajara al 6%, lo que coadyuvó a una notable reducción de la pobreza. Cuentas en orden y el reconocimiento de los organismos de crédito internacionales y consultoras, hicieron posible que el país recuperara el grado inversor que había perdido en la crisis de 2001-2002, por lo que la economía uruguaya resistió la crisis de 2008 y continuó creciendo.
El negrito en el arroz para Tabaré será lidiar con un déficit fiscal alto, 3 por ciento en los doce meses cerrados en septiembre y una inflación por encima del rango: 3 al 7 por ciento, que al cierre de octubre se situó en 8.11 por ciento anualizado.
En fin, los comicios presidenciales en la República del Uruguay son ejemplares. Una buena lección democrática para el resto de Iberoamérica y de México. El candidato derrotado, el diputado Luis Lacalle Pou al saber la tendencia electoral —con una participación del 80% de los 2.6 millones de votantes—, inmediatamente reconoció su derrota y le deseó buena suerte. En Uruguay, al fin y al cabo, la política queda en familia. VALE.
