Carlos Olivares Baró

El verso transita por esquinas inesperadas. Entra en aposentos oscuros. Se detiene en la apariencia de la luz. Carcome la espera. Se refugia en pausas aparentes. Desnuda al hipócrita, acompaña al errante, dibuja cifras en el perfil del inocente, cura la herida del culpable y corroe la vehemencia.

Copla en la centella de la lluvia. Copla en los ángulos del embarazo. Copla en la alforza de la vihuela. Copla que fluye en el pulso de una guitarra antigua y desafinada. Copla en el convite del amor y en los efluvios de la codicia. / Desanda el habla. Reanudan el viaje los verbos por el filo de la majada: parada cautelosa sin fanfarria ni acordes rumbosos: expedición de murmullos: una niña sueña la extrañeza del desvelo: una muchacha descalza consuela al soldado herido por los albores.

Verso refugiado en la gota del agua. / Verso bifurcado en los mínimos esplendores de la brizna. / Verso cayendo en la extensión de una noche sitiada por tinieblas caprichosas: el poema vaga por márgenes imprevistos: Ahí, en los descensos de la noche, la palabra en su avidez de orfandad aturdida: Ahí, en los mohines del deseo, la palabra dormitando en la ribera de parpados inundados de quebraduras. Desandar en el lenguaje para desandar una dulce claridad/ contra el duro silencio/ entre un rumor de árboles cegado por nidos de pájaros hambrientos.

Desandar. Poesía Reunida (FCE, 2014), del poeta, ensayista y narrador Ricardo Yáñez (Guadalajara, Jalisco, 1948), conforma un sumario de andanzas por trochas en que las formas tradicionales de la lírica castellana se entrecruzan con un decir de incitaciones arrulladas en desandares diversos. Discurso contiguo a la canción popular (“A un helecho seco cantas/ pajarito blanco y negro/ en una piedra con nieve/ en un piedra con yelo/ al borde de este barranco/ pero muy cerca del cielo”, de “Decires”, en Piso de tierra), exploración por el soneto (“Si no amor soy entonces qué carajos/ qué nube de pesar qué estrella herida/ bandera por qué vientos abatida/ conversación resuelta en qué estropajos”), consonancias clásicas (“Amor, no por su daño temas, se lo busca./ Amor no la detengas, que es su vida”) y, asimismo, disposición de los recursos de la prosa (“Una estrella en el fondo del cielo, una estrella en el fondo de la noche, una estrella, lejana, lejanísima. Una estrella entre otras, pero única…”): sumario de brozas singulares dentro del canon de la lírica mexicana contemporánea.

Ordenación de los poemarios (“La reunión de estos textos propició una revisión general que incluyó algunas modificaciones…”, puntualiza Yáñez en Nota bene inicial): pórtico con Ni lo que digo (1985) —Divertimento, 1972; Escritura sumaria, 1977— seguido por Dejar de ser (1994), Antes del habla (1995), Si la llama (2000), Estrella oída (2002) y Vado (2004). Papeles volando, Versos dicen y Como al principio: nueva distribución de Como al principio. Incorporación de Nuevos papeles volando: encore, espléndido cierre de un volumen que inicia “En el centro del grito (…)/ y un silencio tremendo” y concluye en traslaciones de palabras ensimismadas en su silencio.

Sentido quevediano (Mientras la muerte nos pudre beso a beso), temblores precipitados, soles estacionados en melancolías sudorosas, corazones en vigilia bordando portales de armónicas barandas, aturdidos infantes en los ascensos de papalotes rojos, vendimias de una flauta de bordón huidizo… “En San Andrés mataron a Macario/ por un pleito sin chiste./ Lo balearon por la espalda, además, ¿y qué tendría:/ 16, 17 años?”. El lector tiene en sus manos un compendio de estribillos azorados. “Tina Modotti/ abreva lo que después/ habrá de ser conocido como su muerte” y el viento arropa un acordeón cansado. Aquí, un colibrí incendia, ahonda los presagios. En estos folios, el agua transfigura los sollozos: los ojos exclaman premuras, la tarde se alza contra la soledad del alucinado. Desandar: borrar los olvidos: entrar perplejos a la hondura.