Carlos Olivares Baró
El lenguaje precisa los matices del habla, los unta de pigmentos y humildades. El lenguaje convive en las suculencias del ser, mete baza en los silencios, mezcla fisuras con hojarascas y abrevia las progresiones. Tiempo que es rescoldo en los zaguanes: brisa en los pórticos. Tiempo que es mirada desde los sesgos de las ventanas. El lenguaje: casa y tabardo, costura y lumbre, invitación y éxodo, nacimiento y expiración, desasosiego y festividad.
El tiempo nos cansa en su es de presencia inagotable. El tiempo nos voltea en su fue de idos ajados. El tiempo nos alza en su será de cánticos entintados de aguardos. Lenguaje que muerde. Tiempo que azora. Lenguaje que mira. Tiempo que me cela. Lenguaje que me desnuda. Tiempo que me deletrea. Lenguaje que me columpia. Tiempo que me insomnia.
Hay en la poesía de Tomás Segovia (Valencia, España, 21 de mayo, 1927 – México, 7 de noviembre, 2011) una insistente caldera de homilías que nos previene de retumbos efímeros y enlaces infieles. La felicidad, una ilusión que nos ciega frente al tiempo; la alegría un gesto que nos engrandece frente a la soledad desbocada. Gozo de la palabra que se convierte en acaso de perdurable ocupación.
“Yo con pasos ausentes recorro la penumbra,/ bajo el ala del Tiempo que sobre mí extendida/ ingrávida y pausada se desplaza”, escribe el autor de La voz turbada. Transitar oscuras dispersiones para encontrar el turno donde el deseo configura “la brecha entre el goce y la demencia”. Tomás Segovia, quiso que sus lectores celebráramos descalzos las recompensas de sus estrofas montadas en volantas arrastradas por caballos de húmeda cabalgadura y “secreta agitación”.
Cuaderno del nómada. Poesía completa (1943-2011), (FCE, 2014): oportunidad de ser testigos de las estaciones y sus festividades con su perenne y desafiante discurso en las encrucijadas del albor. (Desbordamiento, crecida, inundación, torrentera, derrumbe, derramamiento.) El poeta de Valencia vertió escalas de tranquilos ardores en armónicos de rumboso jadeo: rociar la vida de inflamaciones, alargar las brevedades de la llovizna, compartir la destemplanza de los vasos y los sabores del vino, invitar a morir desplazando los remordimientos… Cada segmento de vida, un término para volverse a mirar a sabiendas de que no hay “un gozo inmortal más inmortal / Que el gozo de haber sido oído”.
Poeta interesado en la pausa: el instante es, para el autor de Salir con vida (2000-2002), una cartografía de concurrencias y pasmos: “El instante no yo/ Es quien lo deja todo suspendido”. Flujos de Lope y Quevedo rondan por estos folios de más de setenta años de perseverancia en la escritura: alud de insignias en que pasado y presente se agolpan en un mismo pespunte, en una equivalente asiduidad: lealtad labrada en el rumor de las palabras.
Dos volúmenes (I: 1943-1987; II: 1988-2011) —bajo el cuidado de José María Espinasa, quien fuera el impresor (Ediciones Sin Nombre) de muchos de los cuadernos del Premio Juan Rulfo (2005)—, que incluyen Bisutería (1950-2001) —bitácora: quincalla de espléndidas retacerías— y el drama en tres actos, en verso, Zamora bajo los astros (1957). En Bisutería “reunió recados en verso, pastiches, imitaciones, bromas literarias, acrósticos, abanicos, epigramas, bromas y todo tipo de poemas de circunstancias”, apunta Espinasa en el prólogo.
Algunos de sus iniciales poemarios. País del cielo (1943-1946): el cuerpo pulsa como un solo ánimo “latiendo a golpes oscuros” en busca de una agregación de vida, en busca de un sueño “a solas con el cielo”; Fidelidad (1944-1946): arrojo que acorrala un piélago de conmociones que se derraman: “Agua de olvido” exprimiendo el sueño en aturdidas noches abrasantes; La voz turbada (1946-1948): anochecida que corrompe la luz y albor que hace posible el sosiego. El domingo presagia una tarde atribulada sin brizna en el aire indeciso: habla múltiple en los susurros de la noche, voz del deseo en los sombríos propósitos del tiempo; La triste primavera (1948-1950): el ansia se despliega como “todo un mar rico y cambiante” sobre una primavera con huellas de Darío (“Ay, primavera, divina primavera,/ contra el purísimo azul de tu horizonte,/ el viento que mueve tu rama exaltada/ es un viento triste de melancolía”); En el aire claro (1951-1953): la lluvia humedece el polvo, la lluvia extravía la luz, la lluvia acaricia el mundo, la lluvia y sus rudos vapores: decimas en concierto de vendimia delirante “Bajo el caluroso aliento/ de la noche”.
Cuaderno intermedio. Luz de aquí (1951-1955): representaciones en que los encuentros están suscritos y enmarcados por vestigios de tristezas y fiebres de imprevista misericordia. Erotismo ondulado: llaga letal disfrazada de pureza en los silencios: “Tu desnudez es como un poco de agua/ que reposa en el cauce de lo oscuro, gravedad transparente, ausencia casi”. “Sismo”: prosa poética de vibración incitada porque “el amor es el clima más inhóspito” y efímero: “Amor locura opaca”. Luz de presencia en los derroteros: luz en “La noche desgatada” en los frontispicios del horizonte inaccesible.
Madurez. El sol y su eco (1955-1959), Historias y poemas (1958-1967): preámbulos de Anagnórisis (1964-1967): sagacidad consumada de una voz de azares providentes, cánticos navegables, orfandades y ecos de mariposas moribundas y cocuyos verdecidos a la intemperie. Mitos y cadencias, travesías y miradas, canciones vagabundas, máscaras y adioses, ausencias y esperas…: romanzas sonando en barrancos desiertos… La memoria se destiñe en la noche: la evocación como un ejercicio de balbuceos (“el apagado bronce de las evocaciones”). Un poema totalizador: crucigrama y rayuela, inversión y concordancias, espiral y danza, tabaleo en algarada de una suite instantánea, tentadora y relampagueante.
Consolidación de madurez. Terceto (1967-1971): sentencias de amor en lumbre y brisa como ráfagas aventuradas; rescoldos, auroras y silencios. Eros cabalgante. Palabras: trueno gesticulando la gracia; Figura y melodía (1973-1976): eros conduciendo una volanta en pos del guiño de los cuerpos “Purificados bajo la violencia”, que intercambian los secretos signos del placer. Los franjas de la mujer en su desnudez de azogues sanadores: “Mujer desnuda, lugar donde la desgarrada vida cicatriza”; llegada a ese puerto concluyente, Cantata a solas (1983).
Continuación de la apostura. Misma juventud (1997-1999), Siempre todavía (2006-2007), Aluvial (2007-2008), Estuario (2008-2009), Hasta el fin (2011): balanzas y equilibrios, rastreos en las grietas del tiempo, repliegues y fugaces todavías, luces y sombras en días celebratorios…: “verdores de sueños de susurros/ de inevitable don de amor”.
Los lectores del autor de esa obra maestra de la lírica española que es Cantata a solas pueden de una vez conciliar la incertidumbre con la nostalgia, el júbilo con la tristeza, el acecho con la espera, la furia con la indulgencia. Complicidad de la irradiación en pugna con las señas del crepúsculo: “Salgo/ Sin titubeo me zambullo/ En esta vigorosa luz desnuda”. La palabra como destino: “punzante y fugaz revoloteo”. Palabras del nómada: Aluvial: prosodia de franca ventolina, tientos, asombro frente a las recuas de las duraciones y sus madejas: “espuma de rumores/ Que crepita en los poros” de un tiempo resucitado “donde el lenguaje/ No es sonido es una fiebre”.


