Bernardo González Solano
En materia de deuda externa es muy difícil que un país pueda lanzar la primera piedra. Siempre habrá alguna basura bajo la alfombra. Por el momento, el “negro” al que todo mundo le tira, o casi todo mundo, se llama Grecia, la vieja Hélade a la que tildan de ser casi el “peor” país de la Tierra, pero a los cancilleres de la rimbombante Unión Europea, especialmente, a la ahora pujante Alemania se les olvida que no hace muchos años, apenas en 1953, estaba casi en bancarrota y que hubo 25 naciones que “compadecidas” le hicieron una quita del 62% de su deuda. Esa gracia se logró en el Acuerdo de Londres sobre deuda externa alemana de 1953, por lo que solo tuvo que pagar 14,500 millones de marcos de un total de 38,800 millones de marcos. Y eso que se trataba de la deuda contraída en el periodo de entreguerras (Primera y Segunda Guerra Mundial), causadas, por si alguien ya lo olvidó, por Alemania. ¿Por qué fueron tan magnánimos los acreedores? Simple y llanamente porque lo que quedaba de Alemania no podía pagar la deuda, aunque sobre sus espaldas cayera toda la culpa de lo que había sucedido en el Viejo Continente entre 1938 y 1945. Más claro ni el agua. Eso cuenta la historia.
El histórico acuerdo, cuyas negociaciones se desarrollaron (para vergüenza de Alemania) en la victoriosa capital británica desde el 27 de febrero hasta el 8 de agosto de 1953 (en las que tomó parte, por cierto, Hermann Josef Abs , el hábil banquero alemán y filántropo artístico, directivo del Deutsche Bank, que salvó el pellejo después de la derrota pese a sus nexos con la alta jerarquía nazi), tuvo consecuencias pragmáticas de las que ahora disfrutan los alemanes que hace siete décadas fueron derrotados absolutamente. La reducción de la deuda de Alemania (en aquel momento representada por la República Federal Alemana, RAF), fue esencial para su rápida reconstrucción después de la IIGM y para que ahora nuevamente sea una potencia mundial. Una vez que Berlín (en ese tiempo Bonn) cumpliera las condiciones impuestas hizo posible que pasara a formar parte del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio. Los que ahora blanden la espada de Damocles. El 3 de octubre de 2010, Alemania terminó de pagar la deuda pendiente según se firmó en Londres en 1953. Alguien debería recordarle a Angela Merkel que su país debía tanto o más que Grecia. La historia no solo hay que leerla en los libros, sino para aprender de ella.
Apenas han transcurrido poco más de tres semanas de las elecciones que llevaron a la Coalición de la Izquierda Radical (mejor conocida por su acrónimo Syriza) –amplia gama del llamado “socialismo democrático”: ecologistas de izquierda, maoístas, troskistas, eurocomunistas y euroescépticos– y a su líder, Alexis Tsipras, a conquistar el poder de Grecia. Triunfo que asustó a muchos “conservadores” griegos y, sobre todo, en la Unión Europea (UE), de la que Atenas aún forma parte, aunque hay muchos agoreros –como el ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos de América, Alan Greenspan– de su próxima salida de la eurozona. El economista estadounidense declaró a la BBC: “No veo que a los griegos les ayude estar en el euro y, ciertamente, no veo que ayude al resto de la zona…es una cuestión de tiempo que todo el mundo reconozca que separarse es la mejor estrategia”.
Es muy pronto para saber hasta donde podrá llegar Alexis Tsipras, aconsejado por su ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, el economista heterodoxo autor del libro El minotauro global (Editorial Capitán Swing, Madrid, 2012. 352 páginas), en el que utiliza la metáfora del minotauro –el mítico monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro encerrado en la isla de Creta en un laberinto hecho especialmente para retenerlo– para explicar el origen de la Gran Recesión desde un punto de vista diferente del tradicional, según el cual a semejanza de los antiguos atenienses que mantenían un flujo constante de tributos a la bestia, ahora el mundo moderno ha enviado desde los 70 del siglo pasado hasta el año 2008 cantidades insospechadas de capital a EUA y a Wall Street. Esas transferencias son el “Minotauro global” que dio impulso durante casi 40 años a la economía global.
En los pocos días que han transcurrido desde el 25 de enero, el pueblo griego ha vivido muchas emociones, harto de “tanta austeridad” dispuesta por los organismos internacionales. Tsipras ha aprovechado todos los minutos. Apenas 24 horas después de tomar posesión de su cargo como primer ministro, anunció una serie de medidas que obviamente avivaron el entusiasmo de una sociedad castigadísima por la larga crisis económica. Entre otras, destacan elevar el salario mínimo desde los 586 euros hasta los 751 euros, justo el nivel previo a la crisis y ya por encima de Portugal o España; volverá a contratar a los empleados públicos despedidos en los últimos años; reabrirá la televisión pública y pondrá en marcha un plan de subsidios para dar techo, cobertura sanitaria, luz eléctrica, agua potable, a las familias más pobres. En pocas palabras, aumentar el gasto público en contra de las recomendaciones de la troika –la UE, el FMI y el Banco Central Europeo–, cuya autoridad cuestiona por principio. No obstante, hasta el momento, el nuevo mandatario ha sido claro en su postura sobre los compromisos de su país: “Grecia quiere pagar su deuda –240,000 millones de euros–, una deuda que ronda el 180% del PIB; si los socios desean lo mismo, deben negociar con nosotros, los medios técnicos para hacerlo”.
Al hablar ante el Parlamento griego –en donde Syriza está a dos votos de la mayoría absoluta–, Tsipras insistió que su gobierno quiere respetar sus obligaciones con el Tratado de Estabilidad Europeo, pero “la austeridad no forma parte” de ese propósito pues “si nos ponemos de acuerdo en que la austeridad fue desastrosa, la solución se alcanzará por medio de negociaciones”, pues en lugar de mejorar la economía “hizo trepar la deuda interna” de 120% al 180% del Producto Interno Bruto (PIB) en Grecia. Y, para que no hubiera dudas, agregó: “Queremos dejar claro a todos que no negociamos nuestra soberanía nacional, no negociamos el mandato del pueblo”.
Parece que Grecia está luchando contra todos y los últimos días han demostrado que a su lado no se forma nadie, aunque en algunas capitales algunos le hacen guiños, pero nada más. La cruda realidad es que Atenas no tiene un solo aliado digno de ese nombre. Lo peor del caso es que el tiempo se acaba. Los términos se agotan. A fin de mes concluye el programa de apoyo de la UE a Grecia. Después, las arcas estatales y de sus bancos podrían quedar vacíos. Ante la incertidumbre, en dos meses han huido del país 20,000 millones de euros de ahorradores.
Cuando los plazos se cumplan –y fatalmente todos se cumplen–, entonces Tsipras se enfrentará a la cruda realidad que posiblemente le impedirá cumplir sus promesas a los electores que lo llevaron al poder y entonces las bravatas pudieran quedar en eso: “Grecia ya no aceptará más órdenes, especialmente órdenes recibidas por correo electrónico…Grecia ya no es el socio miserable que escucha las lecciones para hacer sus deberes. Grecia tiene su propia voz”.
Mucha agua fría será necesaria en estos días para los asistentes a las reuniones de la UE para tratar la crisis griega. La cruda realidad es que Grecia no tiene muchas agarraderas. Semeja a Daniel en el foso rodeado de leones. Solo lo salva la intervención divina. Valga la comparación. VALE.
