Henry Miller
Roberto García Bonilla
Henry Miller (1891-1980) transformó la literatura estadounidense y, en general, del habla inglesa, a partir del segundo tercio del siglo XX, cuando se publicó Trópico de cáncer (1934); cinco años después seguiría Trópico de capricornio (1939), más tarde vendría La crucifixión rosada: Sexus (1949), Plexus (1953) y Nexus (1960). Su obra abarca cerca de veinticinco opúsculos. Los elementos autobiográficos, así sea de manera oblicua o en metamorfosis, están presentes en sus novelas, aunque no es tan lineal y anecdótica como han supuesto muchos de sus lectores. Una desnudez realista —entre la confesión, la subversión y la irreverencia— o realismo del Yo narrador se torna en representación histriónica.
La importancia de la obra de Miller es la crítica radical que en su momento apareció descarnada, aun, desmesurada ante al puritanismo de la sociedad estadounidense y, en general, del mundo occidental, cuyas convenciones son enmohecidos oropeles y juego de máscaras que expresan las buenas conciencias que a la menor pulsión o pretexto se desdibujan y dejan, naturales, ver la procacidad y ordinariez. Miller se expresa desde el cinismo hasta la provocación. La hipocresía de la decadencia de entreguerras. La residencia en París le permitió observar sin reparos la sociedad, la idiosincrasia que tanto despreciaba y en la que nació y cuya población, según el mismo escritor, sólo tenía en elemento cultural: la televisión.
Vena reflexiva
Nacido en Yorkville, Nueva York, luego de un breve intento académico en el City College, pasó a una compañía de cemento; empezaría, entonces, un riguroso ejercicio atlético que se prolongaría por siete años, entre tanto se desempeñó en todo tipo de trabajos, por ejemplo, una estancia en la sastrería de su padre. Y en medio de los menesteres de Western Unión Telegraph Company, escribió su primera novela, nunca publicada.
En Francia arrancó la tumultuosa escritura vitalista y se convirtió en un modelo de escritor con la convicción del ofició de escribir fundida, necesariamente, con el oficio de vivir. Miller llegó a ser el escritor más leído en Estados Unidos, llegó a decir el bibliotecario Lawrence Clark Powell. Y uno de sus logros fue que más allá de observar la realidad y llevarla, con imaginación y oficio —o sin ellos— a la escritura —como lo hacen la mayoría de los escritores—, él transformó su realidad y la de la literatura de su tiempo. Fue un artista que se asumió desde muy joven como filósofo, naturalmente, anarquista burgués.
La vena reflexiva de Miller es excepcional; en medio de los tórridos pasajes de fogosidad y atrabancos voluptuosos, siempre encontramos largas disquisiciones sobre los temas más insólitos y, en apariencia, ajenos a las acciones precedentes. De ahí que Charles Bukowski (1920-1994), un escritor tan venerado —en opinión de quien escribe sobrevalorado, debido a su éxito— opinara sobre sus lecturas de Miller: “He leído un poco a Miller, pero no consigo entrar en sus libros, es okey cuando escribe de follar, pero cuando se pone filosófico me duermo; las partes de los polvos son extraordinariamente humanas, pero luego comienza con filosofía y a utilizar un lenguaje amplio y a hacerse preguntas, y cuando hacía esto, yo perdía e hilo y me dormía”.
Estas conclusiones revelan el horizonte crítico y estético que desdeñó el universalismo, y la ambición consumada de libertad creativa que se respira en la prosa de Miller, quien trasmite un placer y devoción por las artes en todas sus manifestaciones (él mismo fue un gran acuarelista y un perspicaz melómano). Esa fluidez tumultuosa de su escritura pervive aun en traducciones espléndidas como la de José Luis Piqueiro en Una pesadilla con aire con acondicionado, una crónica que cabalga en la reflexión sobre su país al cual amó hasta la denostación.
Diálogo teatral con el lector
Después de diez años en Francia, Miller regresa a Estados Unidos (1939) —América para el pensamiento colonialista de estadounidenses y europeos que se apropiaron el nombre de un continente para nombrar un país— y decide recorrerlo en un coche: nos deja ver un país entre la desolación, el desarrollismo, la mojigatería, el lujo superfluo…: “No hay nada valiente, caballeroso, heroico o magnánimo en nuestra actitud. No somos almas en paz; somos petulantes, tímidos, flojos y timoratos”. Estuvo lejos de ser el escritor panfletario de la equidad social o las reivindicaciones de género; aun así, hay en Miller un crítico implacable del capitalismo que deploró el sueño americano.
Distintas latitudes, espacios y circunstancias (de Boston a Nueva York, de Nueva Orleans a Arkansas son pretexto y texto para seguir la mirada de Miller que más que exponernos una crónica en sentido convencional, leemos un ensayo, diríase sociológico, escrito por un literato supremo: religión, política, literatura, historia, cinematografía, gastronomía se alternan con personajes anónimos; algunas celebridades como el vanguardista electrizante, un desconocido para los estadounidenses: Edgar Varèse (1883-1965).
Hay en Miller un timbre preformativo, un diálogo teatral con el lector —al leerlo— y consigo mismo —mientras escribe— en Una pesadilla con aire acondicionado, que en el cintillo del libro se anuncia como inédito, se publicó en 1945, año en que se fundó la ONU, apenas concluida la Segunda Guerra. La vehemencia nos muestra a un escritor genuinamente preocupado por el mundo en que vive sin necesidad de apelar a ninguna filiación política. Esta novedad literaria es un motivo para la relectura de un clásico de la literatura inglesa del siglo XX.
Henry Miller, Una pesadilla con aire
acondicionado, Barcelona,
Navona Editorial, 2014.

