Guillermo Samperio
Un libro irreverente y divertido, donde las palabras salen a bocajarro, sin mesura, sin remordimiento, sin tregua, pero sí con mucho agravio, donde los personajes protagonizan una trama burlesca de principio a fin y, que a su vez, rehacen la historia del pueblo de Aguaprieta.
La lectura nos envuelve resuelta y cómodamente, nos llega a los “purititos” huesos, en un lenguaje coloquial, ameno que se nos hace familiar, sintiendo y casi escuchando muy cerca a los protagonistas de esta atrayente historia.
Ya tenía tiempo que no me sentía tan a gusto leyendo un libro, que en parte es costumbrista, pues las costumbres de un pueblo se deben de respetar como se lo hace saber Severina al “Gringo”: “Hábleme de usted. —Disculpe, no estoy acostumbrado. —Pues váyase acostumbrando. Si en su tierra de usted son unos igualados, ese es su problema”.
Y ese lenguaje coloquial que en parte es picaresco, pareciera adornar la lectura como cuando se adorna una fonda con papel picado el Día de muertos; no me di cuenta de lo fulminante que fue mi lectura y que ya había terminado el libro, tan entregado a su lectura estaba y tan absorto en sus personajes tan distintos y tan parecidos los unos a los otros.
Esta historia escrita por la autora Susana Pagano comienza después de muchos años de la partida del hijo mayor; que al parecer lejos está de ser el hijo prodigo que podría esperar una madre, aunque parte de la familia por tradición, cree que ha llegado el salvador que vengará a los “buenos” del malo: del diablo. Pero dónde está el malo, la cosa es desenmascararlo al muy hijo de su pitonisa madre.
La novela contiene un índice, el cual te lleva de la mano con los personajes en cada capítulo, pero dentro de éstos, cada personaje adquiere una notoriedad extraordinaria e importante en la trama de esta historia; nada del otro mundo, es una familia tradicionalmente disfuncional: la madre sobreprotectora, los dos hijos que son como agua y aceite y el papá echado a punta de escopeta por su señora. Los nombres propios de algunos ciudadanos del pueblo de Aguaprieta son nombres que hemos escuchado en los relatos de nuestros abuelitos que alguna vez vivieron fuera de la ciudad: Efemérides, Rosendo, Clemencia, Hilario, Fulgencio, Leónides. Los habitantes que están de paso sólo tienen su sobrenombre que los describe como: “El Fuereño”, “El Gringo”.
La vida transcurre en un pueblecito de Morelia, donde Severina, la madre que es una mujer de armas tomar, vive con su hijo Próculo, un muchacho “rarito” al que todo el pueblo mira de reojo, quien a falta de algo mejor qué hacer se va con sus tías Pascuala y Faustina que para tenerlo entretenido le van contando sus historias de vida mientras le enseñan el trabajo de bordar, pero mientras el interés de Proculito hacia el bordado crece, el cariño fraternal de su hermano Otoniel se va apagando hasta llegar a un odio irracional, auspiciado por el fanatismo y rumores de la chusma. En esta situación, la autora nos plantea hasta dónde puede llegar la irracionalidad de las personas cuando son dirigidas por mentes enfermas y retorcidas con una idea errónea sobre la religión que es mal comprendida o le da un significado diferente de la idea original y que es capaz de destruir credos y fes.
Susana Pagano nos transporta a un lugar donde la aglomeración y caos de la ciudad quedan fuera del relato, aunque nos da a entender que están implícitas en la narración sin nombrarlas; así como la manera de pensar tan arraigada propia de nuestros ancestros, la encontramos en las costumbres e idiosincrasia del mexicano.
Así mismo, nos cuenta hasta dónde puede llegar la resignación de un personaje y aguantar cuanta bajezas de la persona que ama: “y la sacó de ‘blanco’, pero ¿Adela está lista para aguantar como las esposas de antes?, ¿como lo manda Dios?, ¿en un pueblo donde todo debe seguir un orden?”.
La revancha está plasmada en cada una de sus páginas, una venganza que sabe a néctar de durazno, dulce y suave, con la consigna de que todo se paga en esta vida, hayas hecho mal o hayas hecho bien.
El personaje de Otoniel sigue en su prédica sin importar lo que a su paso caiga, sea la vecina o su propia madre ¿Pero a un pueblo lleno de tradiciones se le puede quitar de la cabeza esas costumbres con las que creció? Puede parecer fácil, pero si alzas tus vuelos más alto de lo necesario puede que caigas de “golpe y porrazo”. Pero si sigues el camino que espera la gente y además rebasas esas expectativas, volarás tan alto que no podrás creerlo.
Los sentimentalismos no tienen cabida en esta narración, se es o se es, no hay lugar para las medias tintas, porque como dice Severina con respecto al arrepentimiento: “Pues cómo no iba a estarlo (arrepentida). ¡Yo, con el cañón de un arma en mis narices, podría arrepentirme hasta de haber nacido! Así estaban las cosas en Aguaprieta, a punta de escopeta”.
Cada uno de los acontecimientos se desarrollan con mucha fluidez, no dan paso a quitar el ojo de la lectura, la narrativa de Susana Pagano se va desencadenando con un singular estilo de regresiones (flashbacks), que van esclareciendo el por qué de la situación que se desenvuelve a lo largo de la historia de Aguaprieta, sin enredar al lector. La trama se va deshilvanando de forma progresiva hasta llegar a un desenlace inesperado, diría en el estilo paganiano, en donde los personajes reciben lo que fueron sembrando a lo largo de su existencia narrativa mágica.

